Semiosfera Digital quiere ser un blog que, con una mirada crítica, se interrogue acerca de los fenómenos relativos a los espacios digitales. En este sentido, se abordarán aquí cuestiones como la circulación del sentido en los nuevos medios; la relación entre estos y los medios de comunicación de masas tradicionales; la tipología de los públicos y la configuración de la opinión pública en un mundo cada vez más hipermediatizado; o cómo estos espacios propician la viralización de rumores y bulos.
Putin, Hitler y el “mundo libre”
Umberto Eco sostenía que todo pueblo necesita la imagen de un enemigo frente al cual configurar su propia identidad. Si ese enemigo no existe, tal y como el mismo Eco señalaba, hay que inventarlo: “cuando el enemigo no existe es preciso construirlo” (Eco: 2012), no sólo para definir nuestra identidad, sino también para procurarnos un obstáculo respecto al que medir nuestro sistema de valores.
Esto se puede comprobar de forma clara en el caso del reciente conflicto desencadenado a partir de la invasión de Ucrania. Por ejemplo, Vladimir Putin ha acentuado en sus discursos algo que ya decía desde hace mucho tiempo, que Occidente trata de debilitar a Rusia desde dentro para evitar que sea un actor político importante a nivel internacional: “[...] Nuestros oponentes han estado diciendo a lo largo de los siglos que Rusia no puede ser derrotada, sino que sólo puede ser destruida desde dentro, lo que lograron con éxito durante la Primera Guerra Mundial, o más bien, después de que terminó; y luego en la década de 1990, cuando la Unión Soviética estaba siendo desmantelada desde el interior” (Declaraciones de Putin en su Conferencia de Prensa Anual, 2021). A este respecto, califica a Occidente como un actor que trata de promover unos valores contrarios a lo que él identifica como cultura rusa, llegando a afirmar que las leyes de igualdad de género, la aceptación de la homosexualidad o la ley del aborto rayan los crímenes contra la humanidad. De ahí su obsesión por identificar qué medios, movimientos y partidos son financiados por fuerzas extranjeras; ya que da por hecho que si son financiados por el exterior, concretamente por Occidente, tratarán de promover las formas y estilos de vida occidentales.
Vladímir Putin ha acentuado en sus discursos algo que ya decía desde hace mucho tiempo, que Occidente trata de debilitar a Rusia desde dentro para evitar que sea un actor político importante a nivel internacional.
Al margen de que estas acusaciones nos parezcan más o menos justificables, hemos de tomar en consideración que se trata de una retórica común a muchos países de nuestro entorno. Véase el caso de la política nacional, donde se ha acusado de forma recurrente a distintos partidos de recibir financiación extranjera, dando a entender que sus acciones podrían no responder al interés general en pos de beneficiar a sus financiadores.
Del mismo modo, la invasión de Ucrania ha acentuado la construcción de una imagen negativa de Rusia por parte de las autoridades de este país. Ya desde el Euromaidán, iniciado en 2013, se había acelerado en el país un proceso por el que se trataba de desligar la nación y cultura ucranianas de cualquier influencia rusa. Es decir, Rusia se presentaba como el enemigo frente al que configurar su propia identidad como pueblo. Esto podría haber pasado desapercibido al resto del mundo si no hubiesen muerto desde entonces tantos miles de personas. Recordemos que las víctimas ucranianas no sólo se han dado desde el comienzo de la invasión rusa, sino desde el momento en que el propio Gobierno ucraniano decidió asediar ciertas regiones del país donde se asentaba mayoritariamente población rusófila.
Por otro lado, hemos de contemplar este fenómeno también desde el lado occidental. Lejos de haber tratado de desmentir el discurso de Putin, se ha aceptado la posición que él mismo ha marcado entre Rusia y Occidente. Retroalimentando, así, una relación antagónica construida artificiosamente. Tanto nuestros líderes políticos con sus declaraciones como la mayoría de los medios de comunicación con sus titulares dan por hecha esta oposición y no dejan espacio a que pueda disolverse esta nueva política de bloques que tanto parece recordar a la Guerra Fría.
Prueba de ello es el refortalecimiento del papel de la OTAN. Durante el mandato de Trump esta organización se consideró prácticamente acabada, sin proyecto, y Estados Unidos llegó a amenazar con salirse de ella. Fue en esa situación también cuando los países europeos comenzaron a plantearse la necesidad de tener una estrategia de defensa autónoma. Sin embargo, como hoy mismo se puede comprobar, ese escenario ha cambiado. Países europeos que siempre se habían considerado neutrales, como Finlandia o Suecia, han pedido ingresar en la OTAN. Y en España, donde tradicionalmente la izquierda se había posicionado en contra de este organismo, parece haberse perdido la memoria y se plantea festejar por todo lo alto el cuarenta aniversario de la entrada del país en la Alianza.
A este respecto, es curioso comprobar cómo se ha borrado del discurso oficial cualquier alusión a la Guerra de los Balcanes, llegándose incluso a afirmar que la guerra de Ucrania es el mayor conflicto bélico en suelo europeo desde la Segunda Guerra Mundial. No olvidemos, además, que el bombardeo de Yugoslavia de 1999 iniciado por la OTAN constituyó una agresión de acuerdo con el derecho internacional, ya que no hubo un ataque previo de Serbia a otro Estado ni existía una resolución del Consejo de Seguridad de la ONU que amparase tal intervención. En esta situación, aquellos que se opusieron a este ataque fueron señalados como partidarios de Milošević y la intervención fue presentada, al igual que la posterior guerra de Iraq en 2003, como una “misión humanitaria”. Hoy vuelve a pasar lo mismo, la minoría que sigue cuestionando el papel de la OTAN en el conflicto de Ucrania es calificada como partidaria de Putin o, más absurdamente, como “prorrusa”, como si todo lo ruso fuese malo o toda la sociedad rusa estuviese a favor de la invasión.
En este proceso de demonización del adversario ruso, los medios de comunicación y las redes sociales están contribuyendo de forma determinante a configurar un clima de opinión que no da lugar a disensos ni a otras formas alternativas de entender el conflicto. Un ejemplo de ello es la comparación de Putin con Hitler, que impide cualquier tipo de juicio crítico respecto a su figura y los planteamientos que defiende con relación a cuál debe ser el papel de Rusia en el mundo.
Esta perspectiva no implica defender su discurso, más bien al contrario, conduce a no aceptar la oposición Rusia-Occidente sobre la que él mismo justifica su proyecto. Todas las decisiones que se están adoptando por parte de Europa en este conflicto: sanciones, envío de misiles, armamento militar, ampliar las bases de la OTAN y, por supuesto, romper los lazos con la cultura rusa (véanse algunos ejemplos como el intento de cancelación de un curso sobre Dostoievski en una universidad de Milán, la anulación de las funciones del Ballet Bolshói en el Teatro Real de Madrid o el despido del director de orquesta Valery Gergiev por parte de la filarmónica de Múnich); retroalimentan y promueven el discurso antagónico en el que se basa la retórica de Putin, fundamentado sobre la afirmación de que Occidente quiere desmantelar Rusia. ¿Dónde ha quedado el intento de Europa por constituirse como un actor con una estrategia internacional autónoma? ¿En qué beneficia al proyecto europeo este antagonismo? ¿Cuál es la relación que se quiere establecer con Rusia en el futuro? Creemos que estas preguntas, y muchas otras que se podrían formular, merecen un amplio debate que no existe y ni siquiera se está planteando como una posibilidad futura.
Lecturas sugeridas:
- Eco, U. (2012): Construir al enemigo. Madrid, Lumen.
- Lotman, Y. (2008). La caza de brujas. La semiótica del miedo. Revista de Occidente. N.º 329. Madrid.
Umberto Eco sostenía que todo pueblo necesita la imagen de un enemigo frente al cual configurar su propia identidad. Si ese enemigo no existe, tal y como el mismo Eco señalaba, hay que inventarlo: “cuando el enemigo no existe es preciso construirlo” (Eco: 2012), no sólo para definir nuestra identidad, sino también para procurarnos un obstáculo respecto al que medir nuestro sistema de valores.
Esto se puede comprobar de forma clara en el caso del reciente conflicto desencadenado a partir de la invasión de Ucrania. Por ejemplo, Vladimir Putin ha acentuado en sus discursos algo que ya decía desde hace mucho tiempo, que Occidente trata de debilitar a Rusia desde dentro para evitar que sea un actor político importante a nivel internacional: “[...] Nuestros oponentes han estado diciendo a lo largo de los siglos que Rusia no puede ser derrotada, sino que sólo puede ser destruida desde dentro, lo que lograron con éxito durante la Primera Guerra Mundial, o más bien, después de que terminó; y luego en la década de 1990, cuando la Unión Soviética estaba siendo desmantelada desde el interior” (Declaraciones de Putin en su Conferencia de Prensa Anual, 2021). A este respecto, califica a Occidente como un actor que trata de promover unos valores contrarios a lo que él identifica como cultura rusa, llegando a afirmar que las leyes de igualdad de género, la aceptación de la homosexualidad o la ley del aborto rayan los crímenes contra la humanidad. De ahí su obsesión por identificar qué medios, movimientos y partidos son financiados por fuerzas extranjeras; ya que da por hecho que si son financiados por el exterior, concretamente por Occidente, tratarán de promover las formas y estilos de vida occidentales.