Unas fotos que nos costaron, que sepamos, 600 mil euros

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Por mucho que se supiera, verlo impacta. Verlos así, en una escena tan íntima, tan poco propia de un rey, tan de andar por casa, tan de “te han pillado”, te deja pegado a esa foto lejana de un señor al que ella coge de la mejilla y al que besa casi de lado a su amante. En otra foto ella se asoma a algo, dejando ver el escote y a él, a su derecha, sentado, se le ve satisfecho de lo que está viendo.

Ver en fotos la infidelidad de un rey genera morbo. Seamos sinceros. Pero sobre todo genera incredulidad. Sabíamos desde hace tiempo que el matrimonio de los reyes eméritos fue una farsa durante muchos años, un pacto aceptado o no por las partes, acordado o no. Supimos mucho tiempo después, y fue por pura casualidad, porque al rey le pilló una fractura de cadera a miles de kilómetros de España, que Juan Carlos I tenía amantes, así, en plural. Y que una de ellas había sido Bárbara Rey.

Supimos, mucho tiempo después, que ella chantajeó al Estado con esas fotos, con las que hemos visto ahora publicadas. Pidió dinero a cambio de su silencio y se le estuvo pagando durante años para que callara.

Supimos también cómo eran esos encuentros, que el CNI puso un chalet a su disposición, apartado de todo para que sus encuentros fueran un poco más íntimos.

Lo supimos, pero no lo habíamos visto. Y verlo, qué quieren que les diga, es otra cosa.

Por mucho que se supiera, verlo impacta. Verlos así, en una escena tan íntima, tan poco propia de un rey, tan de andar por casa, tan de “te han pillado”, te deja pegado a esa foto lejana de un señor al que ella coge de la mejilla y al que besa casi de lado a su amante

El miércoles, cuando saltó la noticia de la publicación holandesa, muchos se arremolinaron en torno a las pantallas de televisión y del móvil para ver mejor lo que ya sabíamos: al rey besando a su amante.

Todo esto pilló a su hijo, Felipe VI, en pleno acto institucional, fuera de Madrid, intentando mantener a la corona a salvo del último escándalo de su padre y que salpica, de lleno, a la institución. Esta vez no por algo que haya hecho AHORA el rey, sino por las batallas familiares de su ex amante.

Y, de nuevo, marca el paso del relato que quieren unos y otros imponer. Justo un día antes supimos que por primera vez en la historia un monarca iba a contar en primera persona su historia. El rey Juan Carlos va a publicar sus memorias con una editorial francesa. No va a ser una entrevista al uso, con entrecomillados del monarca, con frases adjudicadas a su entorno. Va a ser él quien, en primera persona, cuente su vida porque, y esto son palabras textuales, “le están robando su historia”.

El miércoles, de nuevo, se la volvieron a robar. Esta vez por la mano. Y con intereses del pasado. Porque, aunque las fotos sean viejas, dicen tanto, tanto, de la intimidad de esas dos personas, de lo que hacían, de la normalidad que imprimían en ese besarse, sentarse en sus rodillas, preparar la comida, enseñar el escote cuando me agacho, que da cierto pudor incluso verlas. Más cuando sabes que la amante pidió al hijo, entonces un niño, que faltara al colegio para esconderse entre unos arbustos y pillar al mismísimo rey con unas fotos que, entonces y ahora, pueden hacer mucho daño a la corona.

¿Cuánto le han pagado por esas fotos? ¿Por qué las publica ahora? ¿Es real el enfrentamiento entre madre e hijo? ¡Da igual! Los tiempos los han decidido ellos. Justo ahora, cuando el rey quería “limpiar” su legado.

El libro contará una historia y las fotos, otras. Y lo peor es que hay más. Más amantes y más fotos.

Por mucho que se supiera, verlo impacta. Verlos así, en una escena tan íntima, tan poco propia de un rey, tan de andar por casa, tan de “te han pillado”, te deja pegado a esa foto lejana de un señor al que ella coge de la mejilla y al que besa casi de lado a su amante. En otra foto ella se asoma a algo, dejando ver el escote y a él, a su derecha, sentado, se le ve satisfecho de lo que está viendo.

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