#Ayyoyano

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Cinco mujeres de aspecto elegante y edad de tener nietos mayores parlotean en un distinguido café de Méjico DF. Aporta cada una de ellas a la conversación quejas por lo delicado de su salud y críticas al ser o al hacer de fulanita o menganita o mi nuera o el nieto de mi hijo el pequeño. El diálogo continúa fluido por el cauce habitual de lo difícil que es la vida, lo duro de llegar a esta edad viuda, o las malas artes de la amiga o la vecina para conseguir eso que tiene o le regalan, que en realidad no merece ni ha merecido. El aire es animado pero el fondo de la conversación está cargado de mala baba y pesimismo. Hay una que no habla. Estirada e incómoda, permanece en silencio con las manos sujetando un bolsito sobre las rodillas apretadas. Parece mirar al resto de sus compañeras con gesto de fastidio. Niega suavemente con la cabeza mientras se aplica en ir acabando a sorbos cortos con el te que tiene frente a ella. En un momento determinado, se levanta con decisión, lo que hace enmudecer al resto.

—¿Pues que pasó Herminia?— pregunta una de ellas.

Como toda respuesta, la tal Herminia mira despacio al resto, y mientras se gira para abandonar el local, dice en voz alta cuatro palabras que salen como si fuera una sola.

—¡Ayyoyano!

La anécdota me la contó una buena amiga, artista y viajada, que tequileaba con unos amigos en una mesa contigua, donde todos celebraron la espontánea dignidad de la dama que aquella tarde pareció haberse cansado de la inanidad de sus conversaciones diarias frente a una taza de te. Ella, ya no.

A estas alturas del año, quiere hoy esta columna, partiendo del hecho infame del crimen de Zaragoza cometido “presuntamente” por un tipo que se definió de izquierda y tuvo un día el apoyo y hoy el silencio de Podemos y satélites, ser un “#ayyoyano” a tragar con la mentira, la incoherencia, la manipulación y la insolvencia intelectual y política de esta gente que aún hoy pretende enarbolar la bandera de la única izquierda democrática, y van, como sus compis del nacionalismo catalán, arrogándose en representantes únicos del pueblo y dando a los demás lecciones de democracia verdadera.

Esta supuesta izquierda alternativa, popular y representativa que empieza la semana ninguneando la memoria del ciudadano Laínez que murió por llevar unos tirantes rojigualda, a manos de un tipo que ya había dejado tetrapléjico a un guardia en Barcelona, y la termina negando que lo del serbio con los guardias de Teruel deba ser considerado un asesinato: un “fallecimiento” lo llamó Luisa Broto, portavoz de Podemos en el Ayuntamiento de Zaragoza. Esa misma izquierda que ayer viernes, con la sangre de los dos agentes aún fresca, se permitió en tuiter  bromear con la Guardia Civil como hizo el cupero Baños.

Esa fobia a los uniformes es un viejo tic de la izquierda más sectaria, que entiende la Policía como un brazo armado represor del capitalismo; como es también viejo tic la afición a la purga al disidente, o la obsesión por impedir que la crítica interna asome puertas afuera, que salga de casa viento alguno no ya que derribe, sino que pueda despeinar lo más mínimo al líder carismático en su mayestática posición. O la afición a tomar las decisiones en asambleas, que es la forma más manipulable y cobarde de enfrentarse a las propias responsabilidades de actuación.

Estas son maneras de vivir que contempladas desde una profunda convicción democrática, solidaria, abierta, tolerante y respetuosa con la libertad de expresión, o sea desde una honesta posición de izquierda política, llevan necesariamente a la desolación y la renuncia hasta ponerte al borde del “#ayyoyano”.

En realidad, los tics de todos estos neoizquierdistas de la incapacidad y el sectarismo, esta izquierda desnortada y letal para su propia denominación de origen, son ya conocidos por cualquiera que lleve en la militancia democrática unos cuantos años. Y no digo ya en la de aquella izquierda de verdad que se la jugó y pagó cara su lucha democrática durante el franquismo. Sí, ese franquismo donde ahora nos ubican a los que no pensamos como ellos, a los que respetamos la ley y exigimos su cumplimiento. Donde colocan incluso a los que sí saben de verdad lo que fue el franquismo porque combatirlo les costó algo más que una multa o una crítica en un periódico.

El problema no es ese. El problema es el poder que han sido capaces de conseguir mostrándose como no son, algo que ahora sí se está empezando a ver con más claridad.

Lo malo es que haya gente aún que se crea la milonga de que esta vieja guardia del comunismo más rancio y predemocrático, estos bolcheviques resucitados que desconocen su propia historia y van de modernos navegando entre lo peor de las redes sociales, es la verdad de la izquierda democrática de presente y futuro. Que haya quien sea capaz de identificar izquierda con lo que estos proponen y defienden. Que mantenga la esperanza en que de sus filas salga solución alguna a los problemas colectivos de esta sociedad aún en crisis.

Mientras, ahí seguirán. Con apoyos cada vez más menguados pero aún importantes. Y supongo que manteniendo su exquisito respeto por las opiniones ajenas, como probablemente pueda usted comprobar, amable lector, leyendo unas líneas más abajo. Circunstancia que me permito aprovechar para reiterar que mientras tenga aliento y ganas y no haya sucumbido al quejido de la dama mejicana, seguiré expresando de forma libre en este medio que, por si sirve de pista, sí encarna de verdad los principios democráticos y de libertad de la izquierda en la que sigo creyendo. En la que nos seguimos situando unos cuantos, cada vez menos esperanzados y más cansados.

A punto del definitivo #ayyoyano, que no obstante no llegará aúnaún. No vayamos a dar gusto a los enmendadores de principios y conceptos tan amigos de poner mayúsculas a una verdad que no tienen ni de lejos.

Cinco mujeres de aspecto elegante y edad de tener nietos mayores parlotean en un distinguido café de Méjico DF. Aporta cada una de ellas a la conversación quejas por lo delicado de su salud y críticas al ser o al hacer de fulanita o menganita o mi nuera o el nieto de mi hijo el pequeño. El diálogo continúa fluido por el cauce habitual de lo difícil que es la vida, lo duro de llegar a esta edad viuda, o las malas artes de la amiga o la vecina para conseguir eso que tiene o le regalan, que en realidad no merece ni ha merecido. El aire es animado pero el fondo de la conversación está cargado de mala baba y pesimismo. Hay una que no habla. Estirada e incómoda, permanece en silencio con las manos sujetando un bolsito sobre las rodillas apretadas. Parece mirar al resto de sus compañeras con gesto de fastidio. Niega suavemente con la cabeza mientras se aplica en ir acabando a sorbos cortos con el te que tiene frente a ella. En un momento determinado, se levanta con decisión, lo que hace enmudecer al resto.

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