Es la complejidad, idiota

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“La principal amenaza de la democracia no es la violencia ni la corrupción o la ineficiencia, sino la simplicidad. Nadie diría que la simpleza, con ese aire de inocente descomplicación, puede actuar de manera tan corrosiva sobre la vida política, pero en ocasiones los enemigos menos evidentes son los más peligrosos”. Me ha pillado esta intensa y apasionante última semana política con un ojo puesto a ratos en el nuevo ensayo del catedrático de Filosofía Política Daniel Innerarity, que llega a las librerías precisamente este miércoles 15 de enero y cuyo texto arranca con la lúcida reflexión citada más arriba. La semana política se inició el martes anterior con la investidura de Pedro Sánchez y se ha cerrado siete días después con la celebración del primer consejo de ministros de un gobierno de coalición (y de izquierdas) de los últimos ochenta años en España. No puede calificarse como una semana cualquiera. Para nadie, al margen de la ideología. Su trascendencia real para la ciudadanía dependerá en buena parte (obviamente) de lo que desde hoy hagan el nuevo Gobierno y la oposición.

Podemos analizar el estreno de esta nueva época desde muchos ángulos, pero uno de los más sustanciales es a mi juicio el de la confrontación entre complejidad y simplicidad (sin permiso del profesor Innerarity). Durante años hemos leído y escuchado hasta la saciedad el exitoso lema que un asesor político de Bill Clinton escribió en una pizarra durante su primera campaña presidencial: “Es la economía, estúpido”. Acertó en términos electorales, aunque con ello contribuyera a asentar también un galopante economicismo que contaminó todo el debate público, para alegría de las fábricas de pensamiento neoliberal siempre al quite para imponer la tecnocracia sobre cualquier avance en la calidad democrática. Es hora de empaparnos de realismo y de asumir que una realidad compleja no se compadece con soluciones simplistas: “Es la complejidad, idiota”, cabría proponer si no fuera por la mala prensa de cualquier reflexión que hoy no quepa en un tuit.

En esas estamos. “Muchos agentes políticos están interesados en simplificar los problemas hasta unos límites casi caricaturescos”, explicaba Innerarity a Clara Morales en una entrevista sobre su ensayo (ver aquí). “Esto, además, tiene poco que ver con la derecha y la izquierda: hay simplificadores de derechas que dicen que no hay alternativa y ofrecen una panacea tecnocrática, y un populismo de derechas y de izquierdas que establece una limitación entre ‘nosotros’ y ‘ellos’ rígida y absoluta, en un momento en que la confusión de intereses, porque estamos entreverados en un horizonte de interdependencias, es muy fuerte”. Lo resume de otra forma más concisa una cita de Henry Louis Mencken recogida en el libro: “Para todo problema complejo existe una respuesta que es clara, simple y falsa”. Esa carretera conduce desde siempre, a mayor o menor velocidad, al fascismo o a distintas formas de autoritarismo, y más recientemente a regímenes democráticos iliberales o nacionalpopulistas.

Aterrizando en lo más cercano, venimos definiendo el momento político como un cambio de época por tozudas insistencias de la realidad: la globalización, la robotización, la emergencia climática, el invierno demográfico… una serie de fenómenos económicos y sociales complejos que exigen propuestas acordes con esa complejidad. Y de los que se derivan realidades políticas como el multipartidismo, la exigencia de una mayor participación democrática, la eclosión de nuevos nacionalismos o regionalismos, el surgimiento repentino de híperliderazgos o caudillismos y también su rápido fracaso. Una realidad compleja e inseparable del efecto multiplicador y distorsionador de la desinformación que circula por el infinito digital y el negocio mediático del entretenimiento. Las ciencias de la naturaleza o las neurociencias llevan mucha ventaja a los estudiosos de las ciencias sociales y a los ejecutores de la política a la hora de asumir un puzle en el que interactúan múltiples factores.

Para entendernos más acá de la teoría: fortalecer y dotar de eficacia a esta “democracia compleja” exige diálogo frente a imposición, capacidad de escuchar frente al griterío, humildad contra la prepotencia, defensa radical de la pluralidad ante los sectarismos, respeto en lugar de insultos, colaboración y no crispación. Se trata, efectivamente, de generar inteligencia colectiva y de fortalecer el sistema democrático institucional y las vías de participación y control popular, de forma que ni la dictadura de los expertos ni tampoco la de la opinión pública guíen las decisiones de gobierno. No nos cansemos de insistir: la democracia necesita nuevas vías de participación además de las urnas, pero también órganos eficaces de control, regulación y vigilancia que garanticen que un corrupto o un imbécil que llegue al poder se vea pronto obligado a abandonarlo y haga el mínimo daño posible a la comunidad.

Acercando aún más la lupa a la alta tensión política con la que nace esta legislatura tras años de inestabilidad y bloqueo, la España real de la diversidad y el multipartidismo exige tanta inteligencia y capacidad al Gobierno como a la oposición. Acostumbrados a demasiados años de alternancia bipartita y a un ecosistema mediático condicionado o dócil, hay actores políticos que siguen entregados a la supuesta rentabilidad electoral de la crispación, del populista “y tú más”, del discurso del miedo a la ruptura de España o de la exaltación de un patriotismo excluyente. No es cierto que ese ruido permanente coseche siempre frutos en las urnas (como aquí explica Belén Barreiro). El tiempo (sean 1.456 días de legislatura o muchos menos si se tuerce la vía política con Cataluña) dirá si PP, Vox y Ciudadanos sacan algún beneficio de la táctica común de la hipérbole constante y la deslegitimación de los vencedores.

Ya sea por convicción o por necesidad, el Gobierno de coalición se estrena lanzando signos de haber comprendido esa realidad compleja y la necesidad de asumirla y de actuar en consecuencia. Llega dispuesto (u obligado) a disputar al conservadurismo neoliberal y a la extrema derecha la hegemonía cultural en esta época en la que importan tanto como siempre los principios y los contenidos, pero más que nunca la capacidad de comunicar lo que se hace y el marco del debate público generado. Esta es la traducción (y la almendra) de lo escuchado este martes a Pedro Sánchez en la rueda de prensa (por fin con preguntas y respuestas) posterior al primer consejo de ministros. La comunicación estará en el centro de su acción política, bajo el mando del Director del Gabinete de Presidencia y experto en la materia Iván Redondo, que además asume (entre otros múltiples poderes) la creación de la nueva Oficina de Estrategia de País a Largo Plazo. Se trata de marcar la agenda y la iniciativa, y de eso va el cambio de las reuniones del Ejecutivo del viernes al martes, o el compromiso de “rendir cuentas transparentes” de su gestión “cada 100 días”, confrontando ese compromiso de transparencia con la evidencia de que la oposición no ha concedido ni cien ni un solo día de margen de confianza al gobierno de coalición. Cabe preguntarse si el anuncio del nombramiento de Dolores Delgado como Fiscal General y la polémica generada (y previsible) no ha enturbiado ese ambicioso estreno de una nueva época. Más allá de la discusión de fondo sobre la idoneidad de situar a una exministra al frente de la Fiscalía, podría haber esperado hasta el viernes para evitar esa coincidencia. Pero Sánchez, con el apoyo de Pablo Iglesias, ha pretendido comunicar a la oposición (y al electorado) que pretende gobernar sin complejos una realidad muy compleja. Tanto como la sugerente teoría descrita con envidiable sencillez por Innerarity.

“La principal amenaza de la democracia no es la violencia ni la corrupción o la ineficiencia, sino la simplicidad. Nadie diría que la simpleza, con ese aire de inocente descomplicación, puede actuar de manera tan corrosiva sobre la vida política, pero en ocasiones los enemigos menos evidentes son los más peligrosos”. Me ha pillado esta intensa y apasionante última semana política con un ojo puesto a ratos en el nuevo ensayo del catedrático de Filosofía Política Daniel Innerarity, que llega a las librerías precisamente este miércoles 15 de enero y cuyo texto arranca con la lúcida reflexión citada más arriba. La semana política se inició el martes anterior con la investidura de Pedro Sánchez y se ha cerrado siete días después con la celebración del primer consejo de ministros de un gobierno de coalición (y de izquierdas) de los últimos ochenta años en España. No puede calificarse como una semana cualquiera. Para nadie, al margen de la ideología. Su trascendencia real para la ciudadanía dependerá en buena parte (obviamente) de lo que desde hoy hagan el nuevo Gobierno y la oposición.

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