Aldama, el juez Hurtado y Feijóo votan contra Sánchez en el Congreso del PSOE Jesús Maraña
La (confortable) caída de Pablo Isla, arquitecto del capitalismo de amiguetes
Hemos leído en la última semana muchas crónicas sobre la noticia-bomba del año en el mundo empresarial, el cambio en la presidencia de Inditex, el imperio textil de Amancio Ortega y la mayor compañía del Ibex-35, valorada en casi 90.000 millones de euros. Causó sorpresa y hasta conmoción el anuncio de la próxima salida de Pablo Isla para dejar el trono a Marta Ortega, hija del fundador. Pero más allá de cierto tufo machista en no pocos análisis y reacciones, lo curioso (o no tanto) es que el relato mediático casi unánime del asunto y, sobre todo, el perfil dibujado de Isla como megacrack de la sabiduría empresarial española olvidan alguna clave fundamental de su biografía: Pablo Isla fue, desde la Dirección General de Patrimonio, uno de los arquitectos y ejecutores de la ola de privatizaciones del Gobierno Aznar-Rato, origen del modelo de capitalismo extractivo o de amiguetes instalado en la economía nacional. De aquellos polvos vienen los lodos de las prácticas oligopólicas y de no pocos grandes asuntos de corrupción.
Para evitar una imagen distorsionada, conviene recordar que el nombramiento de Isla como consejero delegado de Inditex en 2005 (más tarde ascendido a presidente ejecutivo) fue su primer (y único) destino ajeno al entramado surgido de aquel llamado milagro económico español capitaneado por Rodrigo Rato y del que formaron parte amigos personales del entonces vicepresidente económico o compañeros de pupitre del propio presidente José María Aznar tan significados y afines al PP como Manuel Pizarro, Francisco González, César Alierta, Rodolfo Martín Villa, Antonio Vázquez, Miguel Blesa, Juan Villalonga o Javier Monzón. El mismo Rato presumía a principios de 2004 (ver aquí) de ese empujón definitivo a la privatización de sectores clave de la economía, que cifró en 52 empresas públicas entregadas al negocio particular durante su mandato, con una valoración que los propios órganos reguladores consideraron discutible para los intereses del Estado (ver aquí).
Resulta indiscutible la relación de la fulgurante carrera de Pablo Isla con la red de intereses catapultada al poder de las grandes empresas desde la primera legislatura de Aznar-Rato
Lo que resulta indiscutible es la relación de la fulgurante carrera de Pablo Isla con esa red de intereses catapultada al poder de las grandes empresas desde la primera legislatura de Aznar-Rato. Licenciado en Derecho por la Universidad Complutense, ejerció fugazmente como abogado del Estado (número uno en las oposiciones de su promoción), para luego escalar (en dos etapas) las más altas cumbres del Banco Popular, del que llegó a ser secretario general cuando ascender en ese banco sin ser miembro del Opus Dei era más difícil que subir el Everest con unas muletas. Y desde el año 2000 (a mitad del ciclo del aznarato), Isla empezó a cosechar lo sembrado como Director General de Patrimonio ejecutor del plan de privatizaciones: sucedió a Alierta al frente de Altadis (antigua Tabacalera) y de Logista cuando Alierta pasó a Telefónica en sustitución de Villalonga tras el escándalo de las stock options.
En las numerosas hagiografías de Isla publicadas esta semana no se citan las investigaciones llevadas a cabo por la Agencia Tributaria, la Oficina Nacional de Investigación del Fraude (ONIF) o la Unidad Central Operativa (UCO) de la Guardia Civil sobre la actividad de Cor Comunicación, sociedad montada en 1997 por el entonces vicepresidente económico Rodrigo Rato y sus hermanos con el objetivo prioritario de hacer negocio personal y familiar a base precisamente de contratos con las empresas públicas que él y Pablo Isla (quien formalmente representaba al ministerio en esas compañías participadas por el Estado) iban privatizando. Por ejemplo, Juan Rizo, ex consejero delegado de Logista, filial de Tabacalera, declaró a la UCO que «Cor Comunicación llega por Pablo Isla». Rizo aseguró que Isla le pidió que atendiese a esta sociedad y a otras de la familia Rato. «Inician su facturación cuando Rodrigo Rato ostenta un alto cargo en el Gobierno y dejan de facturar cuando Pablo Isla abandona la compañía» (ver aquí). Curioso (como mínimo) más allá del alcance judicial de esas investigaciones sobre Rato (ver aquí).
El relato instalado sobre Pablo Isla y su trayectoria dice tanto sobre el funcionamiento de ese capitalismo extractivo que tan pingües beneficios ha dado a sus promotores como de la dependencia del mismo que caracteriza a buena parte del ecosistema mediático español, una de las distorsiones más preocupantes de nuestra democracia. Si se cambia al líder de un partido político o al entrenador de un gran club de fútbol, el balance suele reflejar luces y sombras, y a menudo destacan más las últimas. No ocurre lo mismo con un alto ejecutivo de una gran empresa, y desde luego no ocurre con Pablo Isla, que por cierto saldrá de Inditex con una verdadera fortuna en acciones, fondo de pensiones e indemnización que garantiza un futuro confortable a tres o cuatro generaciones de los Isla. En esta faceta se han distinguido también los protagonistas de aquella milagrosa ola de privatizaciones. Manuel Pizarro, a quien se le ha escuchado más de una vez decir "Isla es mi criatura", ya cobró en el año 2007 más de 18 millones de euros al salir de Endesa tras una gestión marcada por preferir una opción alemana para Gas Natural con tal de torpedear una OPA catalana y por dejar la eléctrica española privatizada en manos de ENEL, compañía cuyo principal accionista es el Estado italiano.
Si acierta o no la familia Ortega en el cambio de Isla se verá con el tiempo a través de los resultados de Inditex. Las crónicas de las primeras reacciones apuntaban a una caída bursátil adjudicada a esa decisión, pese a que el comportamiento del valor accionarial probablemente ha tenido más que ver con las incertidumbres sobre el covid que han afectado estos días a otros muchos valores. Algún día quizás se confirme si la sustitución de Isla tiene más relación con su arriesgada apuesta por la apertura de tiendas en todo el mundo en lugar de priorizar la venta online, especialmente en tiempos de pandemia. De momento lo que sorprende (o no tanto) es que se imponga el relato que más favorece a Isla, constructor y beneficiario del capitalismo de amiguetes, y no el de un Amancio Ortega que —con sombras también, especialmente fiscales (ver aquí)—, al menos es un empresario que cimentó un imperio textil desde la nada, trabajando desde los 14 años en una tienda de ropa en A Coruña.
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