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Pijos de siempre versus latinos ricos

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“En Ultramarinos Quintín, mi hijo presenció cómo un colombiano que se había encaprichado de una mesa, ofreció pagar la consumición a los que la ocupaban si se la dejaban libre”. Escandalizada por las maneras de los latinoamericanos ricos, una señora de apellido ilustre relataba la falta de clase a sus amigas mientras tomaban café en ‘Cappuccino’, frente a la Puerta de Alcalá, en un territorio colonizado ya por venezolanos, mexicanos y colombianos en mayor medida a la que se suman otras nacionalidades de Sudamérica. Allí sentadas, el grupo defendía como miembros de la resistencia pija uno de sus bastiones. Ahora que las familias de siempre están siendo expulsadas paulatinamente de su barrio, ya no les hace tanta ilusión que las fortunas de fuera hayan impuesto sus costumbres a golpe de billetera

Los borjamaris ya no aguantan más, se quejan de que los millonarios latinoamericanos han disparado los precios y a sus hijos les resulta imposible comprar en el barrio de Salamanca en el que han crecido y deberían vivir como Dios manda, ni comer en restaurantes con precios de Londres decorados con la teatralidad de escenarios de una vida de lujo y glamour que merece ser exhibida. Han pasado de desconfiar de los inmigrantes pobres a los ricos

La fidelidad de los cayetanos del barrio de Salamanca al PP entra en contradicción con el rechazo a las políticas de Ayuso que han facilitado que el dinero latinoamericano inunde Madrid sin necesidad de saber su procedencia. Gracias a la bonificación por la compra de inmuebles, los pisos vuelan, y ahora, además, en lugar del 45% en la renta pagarán el 24%, lo mismo que un asalariado español que no llega a los 1500 euros al mes. Ni cinco minutos precisan algunos para adquirir ladrillo, según se va extendiendo el radio de acción hacia los barrios de Justicia, Alonso Martínez y Malasaña. Por algo Madrid se está convirtiendo en la Miami europea, que es como la han bautizado sus nuevos vecinos. 

Para disgusto de los pijos, hasta han usurpado su lugar en la puerta de Génova, en donde por tradición agitaban las banderas españolas en cada cita electoral. En las pasadas elecciones de mayo y julio del 23 los huecos más cercanos a la sede del PP estaban copados por ricachones con Rolex, de tez morena y camisa abierta que se saludaban entre ellos con sonoros abrazos y palmetadas, a los que los cachorros del PP y sus madres con la correa del perro rojigualda, miraban con la desconfianza de sentirse relegados porque nadie como ellos para saber el poder de una abultada cuenta corriente.

La fidelidad de 'los cayetanos' del barrio de Salamanca al PP entra en contradicción con el rechazo a las políticas de Ayuso que han facilitado que el dinero latinoamericano inunde Madrid sin necesidad de saber su procedencia

También en los hoteles de lujo del barrio pijo han notado cómo sus clientes del otro lado del Atlántico pasan solo para saludar y contarles que se han convertido en vecinos. Los botones echan de menos el aroma de los fajos de billetes que se sacaban a la mínima del bolsillo. Los ricos latinos prefieren pagar en cash, así aprovechan para poner en circulación dinero que no pasa por el banco y, a la vez, presumir de potentados. 

En las peluquerías más chic, cada vez cortan menos el pelo y colocan más extensiones porque las melenas leoninas triunfan entre nuevas reinas del barrio, que comentan mientras les hacen la manicura el apartamentito tan mono que se han comprado en Juan Bravo con Lagasca por ocho millones de euros, en el que conviven mexicanos, colombianos, venezolanos, peruanos y hasta cubanos en uno de los edificios más exclusivos de la capital cuando vienen de paseo, desde sus mansiones de Miami o de su país de origen.

A la hora de salir y encontrarse con los compatriotas sin necesidad de quedar solo hay que cruzar la calle Goya que ejerce de frontera natural. El Upper Salamanca ha quedado dividido en dos. Desde Goya hacia la Puerta de Alcalá se extienden los dominios latinos, con todos los locales de Jorge Juan capitaneados por el grupo Paraguas y aledaños entregados a satisfacer sus deseos. Hacia el otro margen de Goya, los clásicos del barrio siguen tomando el aperitivo en Jurucha de Ayala o en la bodega Casanova en Claudio Coello, en el acceso del mercado de la Paz. En la zona nacional, se palpa el quiero y no puedo que ha caracterizado siempre al barrio, envuelto en apariencias, con bolsos de Gucci metiendo en el carrito las ofertas del supermercado.

Qué poco imaginaba el tradicional habitante del barrio que cuando llegaron hace diez años los primeros venezolanos, a los que aplaudían por su oposición a Maduro, eran la avanzadilla de un desembarco de millonetis de esos países conquistados por Colón. Y que iban a acabar enterrando sus costumbres y despreciándoles como los don nadies que ocultaban ser.

“En Ultramarinos Quintín, mi hijo presenció cómo un colombiano que se había encaprichado de una mesa, ofreció pagar la consumición a los que la ocupaban si se la dejaban libre”. Escandalizada por las maneras de los latinoamericanos ricos, una señora de apellido ilustre relataba la falta de clase a sus amigas mientras tomaban café en ‘Cappuccino’, frente a la Puerta de Alcalá, en un territorio colonizado ya por venezolanos, mexicanos y colombianos en mayor medida a la que se suman otras nacionalidades de Sudamérica. Allí sentadas, el grupo defendía como miembros de la resistencia pija uno de sus bastiones. Ahora que las familias de siempre están siendo expulsadas paulatinamente de su barrio, ya no les hace tanta ilusión que las fortunas de fuera hayan impuesto sus costumbres a golpe de billetera

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