La izquierda se la juega en la innovación

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El comité federal del PSOE del pasado sábado puso rumbo a las elecciones de 2019, como ya hiciera Podemos en su consejo ciudadano de enero. Ambos, como es natural,  quieren ganar las elecciones, pero ambos mostraban hace no mucho su preocupación al ver cómo la izquierda había desaparecido del debate político tras el 21D. ¿Sólo en el asunto catalán? No creo. Para que la izquierda pueda ganar elecciones, quizá convenga empezar desde un poco más atrás.

Hace unos días, en una interesantísima velada de unos cuantos viciosos y viciosas del debate político a quienes nos encanta dar vueltas mil y unas veces a estas cosas, Nacho Corredor preguntaba a bocajarro, sin tapujos, qué es eso de ser de izquierdas en el siglo XXI. Sí, ya sé que la pregunta en cuestión es todo un clásico –del siglo XXI–, pero viene muy bien eso del back to basics que dicen los ingleses, o sea, volver a la base, a la raíz, al principio de los problemas.

Ante tan crucial y provocador interrogante, todos entramos en tropel a contar lo que nos parecía, con una coincidencia bastante importante en la idea esencial –aunque luego seguro que discutiríamos mucho en los matices–. Ser de izquierdas hoy es declararle la guerra a la desigualdad. Hasta aquí creo que nadie que se reivindique de izquierdas tendrá excesivos reparos.

Una de las claves del debate la dio –a mi entender–, mi amigo y sociólogo Joan Navarro cuando apeló a la divergencia entre ser de izquierdas y ser progresista. Probablemente la idea básica de la izquierda como apelación a la igualdad y lucha contra las injusticias no ha cambiado tanto en las últimas décadas en Occidente. Sin embargo, lo que en un momento fue sinónimo de cambio y de progreso, hoy se ha convertido en una actitud conservadora, haciendo equilibrios para agarrarse al mástil de lo que fue, cuando el huracán de la globalización, el neoliberalismo y el cambio climático lo han cambiado todo.

¿Puede la izquierda hoy dar respuesta a los desafíos del siglo XXI con esa actitud de conservar lo que conoció de Estado de Bienestar, de políticas redistributivas y de anhelos democráticos? Rotundamente no. Para plantarle cara a la desigualdad, la izquierda debe partir de un diagnóstico certero para pasar después por un estadio de innovación que le permita dar respuestas y soluciones adecuadas.

A mi juicio, tres son los factores fundamentales que han modificado nuestra realidad de forma sustancial –y hablo sólo de Occidente, que el resto del mundo es otro cantar–: los cambios demográficos con pirámides de población que se explican por sí solas, la ruptura del equilibrio entre capital y trabajo y el cambio climático.

La demografía europea, como es de sobra conocido y se puede comprobar con datos recientes en este informe, se caracteriza por el descenso continuado de las tasas de natalidad y el aumento de la esperanza de vida, lo que desemboca inevitablemente en un envejecimiento de la población. ¿Quiere decir eso que hay que abandonar los sistemas de protección social o de pensiones porque ha cambiado la pirámide poblacional que lo hacía posible? Nada más lejos.

En el modelo de crecimiento actual, y según describen todas las fuentes, las rentas del capital están ganándole a las del trabajo. Hasta hace unos años, en España dos tercios del PIB venían de los salarios y un tercio de las rentas del capital. Hoy, esa relación se ha convertido en un 53-47%. ¿Quiere eso decir que hay renunciar a las políticas redistributivas porque las rentas del trabajo no pueden soportar la carga fiscal requerida? Nada más lejos.

Llegan señales. Que cada cual vaya viendo dónde se coloca

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Para completar mi trilogía, recordaré una vez más, con Naomi Klein, que Esto lo cambia todo. Sí, me refiero al cambio climático, que modifica nuestros ecosistemas y con ellos la producción de alimentos de calidad, de agua segura, de aire limpio para respirar... y nos hace más pobres. Pero la cosa no queda ahí, porque si los efectos del cambio climático los cruzamos con los de la desigualdad creciente, el resultado es alarmante: el cambio climático nos empobrece a todos, pero más a los más pobres. Quien quiera profundizar aquí tiene abundante información. Y por cierto, la pobreza energética es un claro exponente de esto (que no se nos olvide cuando conmemoremos estos días la semana europea de la pobreza energética). ¿Quiere decir esto que debemos parar el desarrollo y frenar en seco la marcha de la sociedad? Nada más lejos.

Son sólo tres factores que, a mi juicio, la izquierda debe analizar en profundidad para construir respuestas que emanen de la innovación. Y para ello, conviene empezar por el principio: ser de izquierdas es declararle la guerra a la desigualdad y ese es el objetivo. Lo demás debe ser objeto de un debate plural, informado e innovador que no pierda de vista el qué –la lucha contra la desigualdad– y que sepa encontrar un adecuado "cómo". Porque, como dice el compañero de este espacio y magnífico politólogo Ignacio Sánchez Cuenca en un libro que nadie a quien le interese este debate debería perderse, con La superioridad moral de la izquierda no basta. Esa moralidad hay que convertirla en propuestas políticas ganadoras, sin olvidar los valores que la sustentan.

Y por cierto, como seguro que el debate seguirá dando mucho de sí, recomiendo este mapa que Antoni Gutiérrez Rubí desde @tallerpolitica nos regala para seguir explorando.

El comité federal del PSOE del pasado sábado puso rumbo a las elecciones de 2019, como ya hiciera Podemos en su consejo ciudadano de enero. Ambos, como es natural,  quieren ganar las elecciones, pero ambos mostraban hace no mucho su preocupación al ver cómo la izquierda había desaparecido del debate político tras el 21D. ¿Sólo en el asunto catalán? No creo. Para que la izquierda pueda ganar elecciones, quizá convenga empezar desde un poco más atrás.

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