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Hace ahora un año escribía en infoLibre esta columna enumerando las que eran cinco grandes encrucijadas que definirían la sociedad post-covid. Hoy, con la pandemia todavía en nuestras vidas, hay dudas que se han despejado y suponen avances importantes como la apuesta por la economía verde, deberes pendientes como un nuevo multilateralismo y unas bases económicas que hagan sostenible el bienestar; pero también se contabilizan grandes fracasos, como el incremento de las desigualdades. Spoiler: la foto final no es muy esperanzadora.
1. Avances: La economía moderna es verde y digital
Una de las preguntas que emergía con fuerza hace un año apuntaba a lo que luego ha derivado en los dos grandes ejes de la recuperación en Europa, la sostenibilidad ambiental y el desarrollo tecnológico: “¿cómo repensar un modelo económico capaz de mantener la biodiversidad y la calidad de los ecosistemas lo suficiente como para proteger nuestras vidas, sin dejarlo en manos de los gigantes tecnológicos y sus mecanismos de control social?”
La buena noticia es que estos dos asuntos, la sostenibilidad ambiental y el desarrollo tecnológico dentro de parámetros democráticos, han ocupado cientos de debates, informes y se sitúan en el centro de las preocupaciones de quienes toman las decisiones. Ambos asuntos son las columnas sobre las que descansa la recuperación económica desde Europa, que entiende que la modernización económica pasa por lo verde y lo digital. El programa Next Generation UE así lo sostiene. Veremos qué sucede en su ejecución, y será necesario vigilar y evaluar sus efectos; pero eso no puede ocultar que supone un giro de 180º en las políticas comunitarias. Si no, compárese con la respuesta dada por la UE a la crisis de 2008, cuando desplegó brutalmente el “austericidio”.
2. Deberes pendientes: Sin bases para un nuevo multilateralismo desde lo público y sin alternativas para el día que se cierre el grifo de la deuda
Me preguntaba entonces si estábamos ante la “¿vuelta a las fronteras nacionales o reconstrucción de una globalización inteligente con una gobernanza lo más común posible?” y este sigue siendo uno de los aspectos más debatidos en multitud de foros. Las estructuras que podrían servir de base a esa gobernanza global y común ni siquiera se intuyen de momento. Es cierto que el año I de la pandemia ha sido el último de Trump, quien boicoteó cuanto pudo los foros de cooperación internacional que han aguantado a duras penas, pero en ningún sitio se están sentando las bases políticas para un nuevo multilateralismo capaz de gestionar los grandes retos. Al menos desde lo público, porque otra cosa es el ámbito empresarial, donde la cooperación entre centros de investigación y laboratorios farmacéuticos ha hecho posible el milagro de disponer de vacunas en apenas nueve meses. Es cierto que ha habido abundante dinero público para engrasar esa colaboración, pero de ahí no se están derivando estructuras de gobernanza global capaces de dotar de legitimidad democrática a muchas de las decisiones. El bochornoso espectáculo de la negociación para la compra de vacunas es buen ejemplo.
En el caso de España hay que entender que la Unión Europea es ya parte indisoluble de nuestra política “interna”, aspecto que se ha visto reforzado al comprobar que tanto la compra de vacunas como los fondos de recuperación han llegado desde el ámbito comunitario. ¿Alguien se imagina cómo se hubieran conseguido las vacunas si España hubiera estado al margen de la UE? ¿O cómo se estarían planteando los planes de recuperación? Desde esta concepción, por tanto, de que la UE es España y España la UE, se puede decir que la nueva gobernanza global no avanza, pero estructuras como la europea son fundamentales para sobrevivir en la jungla global.
En el plano económico los grandes interrogantes siguen sin resolverse. Ya entonces se intuía que era importante entender “¿cómo hacer sostenible un Estado del Bienestar capaz de mantener lo público y lo colectivo sin reestructurar de arriba abajo sus políticas económicas y fiscales?”. La urgencia y excepcionalidad del momento han abierto el grifo de la deuda pública para poder financiar las políticas mínimas necesarias para hacer frente a la crisis. No hace falta insistir en que esto, tarde o temprano, terminará, y habrá que responder a la pregunta de fondo. Permanece en suspenso, por tanto, la resolución de esta encrucijada, pero empiezan a aparecer propuestas dignas de ser pensadas y debatidas, como esta encabezada por Piketty y un centenar de reconocidos economistas europeos de cambiar la deuda pública del BCE por inversiones relacionadas con la transición ecológica y la cohesión social. Puede que ahora parezca una quimera, pero también lo parecían hace unos meses las ayudas directas a las empresas y se aprobaron en el pasado Consejo de Ministros.
3. El gran fracaso: Las distintas desigualdades se han multiplicado, y han surgido otras nuevas
Correlato de lo económico, aparecían ya entonces las cuestiones sociales: “¿Cómo hacer compatibles las medidas económicas y de restricción de movimientos con la protección de estas vulnerabilidades?”. Esta duda tampoco ha sido resuelta. Las medidas de restricción de movimientos golpearon entonces y golpean hoy con más fuerza a lo sectores más vulnerables. El celebrado Ingreso Mínimo Vital apenas llega al 15% de los solicitantes, la violencia contra las mujeres se ha incrementado en la intimidad de los confinamientos domiciliarios, los profesionales no dejan de alertar sobre cómo han crecido los problemas de salud mental –sobre todo en los más pobres, como se cuenta aquí-, etc. El resultado es un incremento de la desigualdad que escala sobre las grietas abiertas ya tras la crisis del 2008. Además, han aparecido nuevas brechas, como las que distinguen entre quienes pueden teletrabajar y quienes no. Los primeros tienen más opciones de sobrevivir y navegar en un entorno cada vez más tecnológico. Los segundos, aunque a muchos les hemos dicho que son “esenciales”, sabemos que están poniendo el cuerpo, y por tanto, arriesgando sus vidas. Ni siquiera han sido, algunos de ellos, prioritarios en el orden de vacunación. Es cierto que sin los ERTE o sin este IMV que al menos está llegando a una pequeña parte de quienes lo necesitan la situación sería peor. Pero no podemos conformarnos con esto. La desigualdad hace que la distancia personal se convierta en social.
Foto final: La sociedad de la distancia es más polarizada y más desafectada
Ver másCómo echar por tierra el enorme éxito de las vacunas
Como se ha enumerado ya en otras ocasiones en esta columna, -aquí una serie de cinco artículos al respecto- el año I de la pandemia ha sido el de la distancia. Una distancia física que ha imposibilitado el imprescindible encuentro y conversación que requieren las democracias y que no han podido paliar las alternativas tecnológicas. Y una distancia social producida por el incremento de la desigualdad.
Todo ello ha dejado una política más polarizada y una sociedad más desafecta. Alarma comprobar en cada entrega del barómetro del CIS cómo la política y los políticos han ido escalando puestos en las preocupaciones de los españoles hasta consolidarse en el pódium. Resultado de ello, la abstención ha crecido de forma muy considerable en todos los comicios convocados durante la pandemia. Y el miedo al virus solo ha sido una causa menor de tal fenómeno.
El descontento con la política y la sensación de desprotección ante un entorno cada vez más incierto hacen las delicias de esos hombres fuertes capaces de llenar de gente las plazas para vocear consignas fáciles y mentiras flagrantes que simulan respuestas y soluciones. A lomos de la antipolítica, la ultraderecha cabalga.
Hace ahora un año escribía en infoLibre esta columna enumerando las que eran cinco grandes encrucijadas que definirían la sociedad post-covid. Hoy, con la pandemia todavía en nuestras vidas, hay dudas que se han despejado y suponen avances importantes como la apuesta por la economía verde, deberes pendientes como un nuevo multilateralismo y unas bases económicas que hagan sostenible el bienestar; pero también se contabilizan grandes fracasos, como el incremento de las desigualdades. Spoiler: la foto final no es muy esperanzadora.
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