Hace tiempo que alguien le puso a Rajoy delante, aunque fuera de forma metafórica, el mítico cartel que Carville y Begala, los dos estrategas de Bill Clinton, plantaron en la pared del cuartel general de campaña en 1991: "It's the economy, stupid". De modo que cada uno de los dos candidatos y luego presidentes pudieron, uno y otro, cada uno en sus circunstancias, subirse a la ola de la economía para ganarles a sus respectivos contrincantes: aquí Zapatero y allí Bush padre.
Hace tiempo que ese metafórico cartel está tan presente en la cabeza de Rajoy que el presidente está dispuesto a tragar los más orondos sapos y las más viscosas culebras, siempre que la atención no se desvíe demasiado de la economía. Admite así impasible el encarcelamiento de viejos amigos como Bárcenas o mecenas como Fabra, acepta concesiones a terroristas –acercamientos y excarcelaciones de presos, por ejemplo– que en otro tiempo se negaban aunque requirieran el "sacrificio" de Gregorio Ordoñez o la vergonzosa sentencia dirigida a Zapatero: "usted ha traicionado a los muertos". Y como el Gobierno no desea que nadie empañe su único asunto, en los demás utiliza con envidiable arte la técnica de la finta: anuncio que voy a perseguir manifestantes como un nazi, pero finalmente cedo y lo dejo en simples multas ¡de unos cuantos miles de euros! Creías que iba a encarcelar a las mujeres que interrumpieran su embarazo, pero, chan-ta-ta-chán, termino sólo por volver a la ley anterior de los 80. Aprovechando la muy reconocida obsesión con la recuperación económica, único dios al que oramos juntos cada día, liquido unas cuantas empresas públicas, fomento o permito que apedreen a los sindicatos, y hasta mejoro las condiciones de mis colegas registradores de la propiedad, para asegurar el aplauso de la mi profesión y, quizá, una jubilación mejor.
Mientras tanto, la izquierda sigue el espectáculo como el niño las manos del mago, incapaz de reconocer los trucos o de prevenir al respetable de su malicia. Como éste que escribe es un aficionado a la magia, me permito aquí indicar algunos trucos de trilero para que la izquierda no se deje engañar y denuncie las trampas:
1. No juegues en el campo de la macroeconomía, sino en el de las clases medias. El Gobierno va a esgrimir de aquí a las elecciones –lo está haciendo ya– la mejora de nuestra economía. Y podrá decirlo sin problema: la prima de riesgo ya es agua pasada, el PIB crecerá aunque raquítico, y mejorarán los grandes indicadores, incluido el de desempleo. Es inútil cuestionar lo que empieza a ser evidente y será aún más claro en los próximos meses. Inútil y contraproducente, porque si lo haces te toman por cenizo o por estúpido. Pero hay una verdad alternativa tan indudable como la de la mejora macroeconómica: casi todos cobramos menos, tenemos peores servicios, pagamos más impuestos y tenemos a nuestro alrededor algún parado o alguna víctima de la precariedad. Con un descaro que nadie puede negar, el Gobierno ha protegido a los bancos, a las grandes empresas y a los más ricos, perjudicando a las clases medias y los trabajadores. En ese campo gana la izquierda porque discute de lo indiscutible. Es así en medio mundo. He tomado prestado el título precisamente de James Carville y de mi amigo Stan Greenberg, que hace un par de años publicaron el libro "It's the Middle Class, Stupid!). Explican los autores que, casi por definición, la gente piensa que la derecha es mejor en economía. Pero también que la izquierda se ocupa más de la gente.
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2. No te empeñes en pasar por mejor empresario que ellos, sino en el defensor de la gente corriente. Hace años que oí decir a Felipe González algo así como que el desafío de la izquierda es demostrar que es tan capaz de crear riqueza como de distribuirla. Con todos los respetos, no lo creo. Bueno, sí, hay que demostrar que ser progresista no significa solo promover "más impuestos y más gasto". Pero la idea progresista de siempre y su narrativa milenaria es la protección de la mayoría frente a los privilegios de unos pocos. Con perdón por la generalización, sabemos que los conservadores son más rigurosos, más ordenados... y que saben más de economía. El desafio de la izquierda es demostrar que distribuye equitativamente –incluyendo incentivos y apoyo a los empresarios, especialmente los pequeños, por supuesto– y que una economía social es tan viable como una economía "de mercado". Que antepone los intereses colectivos a los intereses individuales. Que eso requiere poner la economía al servicio de la gente. Y que lo público puede ser tan rentable como lo privado.
3. No basta ni es necesariamente un acierto estratégico montar tu comunicación en torno a la idea de que "el Gobierno miente". Hay varios problemas con la narrativa del "Gobierno mentiroso". Primera, que la gente piensa que todos los políticos mienten. Segunda, que el Gobierno justifica sus mentiras, una vez más, en la solución de lo económico, haciendo el trile de manera eficaz: "Preferí cumplir con mi deber a cumplir con mi palabra" (expresada, por ejemplo, en el programa electoral), nos dice Rajoy. O "incumplí por el bien de España", sugieren. O "no cumplí mi palabra porque no sabía que la situación era tan mala". Y tercera, que el Gobierno podrá seguir esgrimiendo una "verdad" difícil de contradecir: "Gracias a las reformas de mi Gobierno, la economía española está hoy (en 2015, cuando haya elecciones), mejor que cuando yo llegué".
4. No les aceptes el axioma de la austeridad, el rigor, o la buena gestión. Cuando te hablen de gestión, recuérdales a Díaz-Ferrán o a Rato. Cuando te hablen de austeridad recuérdales Valencia y sus carreras de Fórmula 1, el aeropuerto de Castellón, las autopistas de peaje y el rescate bancario o, mejor aún, "el préstamo (a los bancos) en condiciones muy favorables, mejores que las del mercado" (ahí el mercado ya no era tan bueno, por lo visto) que anunció el impecable ministro de Guindos en su día. Y cuando te hablen de ética, recuérdales a Bárcenas y los sobresueldos: no dejes que su historia quede en el olvido con el que ellos sueñan.
Hace tiempo que alguien le puso a Rajoy delante, aunque fuera de forma metafórica, el mítico cartel que Carville y Begala, los dos estrategas de Bill Clinton, plantaron en la pared del cuartel general de campaña en 1991: "It's the economy, stupid". De modo que cada uno de los dos candidatos y luego presidentes pudieron, uno y otro, cada uno en sus circunstancias, subirse a la ola de la economía para ganarles a sus respectivos contrincantes: aquí Zapatero y allí Bush padre.