Si tuviera que quedarme con uno de los cómicos de este país, sin duda, ese sería Miguel Gila. Su humor ha soportado el paso del tiempo sin perder fuelle y sus monólogos siguen vigentes - algunos de ellos, para desgracia nuestra-. Lo confieso, sigo muriéndome de risa al volver a escuchar el relato de su vida, cuando contaba que en casa no lo esperaban y nació solo porque su madre había ido a pedir perejil a una vecina, o aquella llamada al colegio de su hijo para preguntar por la factura exagerada que había recibido: “Aquí dice: externado 14.000. ¿externado qué es, que va el niño al colegio y no entra?” y la guerra, claro: “Yo no sé si habrá balas para tantos, bueno, nosotros las disparamos y ustedes se las reparten”.
Últimamente, escuchando a Montoro, he vuelto a acordarme del surrealismo de don Miguel. Contaba Gila que él había llevado a la cárcel al mismísimo Jack el Destripador y como no era partidario de la violencia, detuvo al asesino con indirectas. Cada vez que se lo cruzaba por el pasillo le decía: “Alguien ha matado a alguien” “Alguien es un asesino...” hasta que Jack no pudo más y se entregó.
Gila ha debido de inspirar a Montoro que, últimamente, cada vez que se cruza por el pasillo con alguien que critica la política social del gobierno o le hace una pregunta incómoda, saca a relucir sus indirectas fiscales: “Alguien ha cometido fraude con alguien” “Alguien es un defraudador...” . Suele hacerlo, sobre todo, cuando le preguntan por Bárcenas y se jacta, valiente él, de nombrarlo- con su apellido y todo-, no como casi todos sus compañeros de partido, para los que el innombrable es como aquel señor de marrón que estaba siempre en el pasillo de la casa de Gila y no lo conocía nadie.
Cristóbal Montoro ha debido de pensar que la mejor defensa es un buen ataque y se levanta por la mañana dispuesto a callar la boca del primero que ose contrariarlo. Ya me lo imagino en el ascensor de alguno de los tres pisos que tiene en Madrid- aunque cobre 1.823 euros al mes en dietas de alojamiento, que lo uno no quita lo otro-, cuando coincida con el del tercero: “Oiga, don Cristóbal, mire, que si puede poner más baja la tele, es que la abuela tiene el sueño ligero y...” y Montoro interrumpiendo tajante: “¿La abuela? Mire, Pelaez, alguien debe recibos de la comunidad a alguien...” Fin de la conversación.
Debe de dar mucho gustirrinín sentirse poderoso para callar la boca a los demás en cualquier momento, sin tener que argumentar para llevar la razón, valiéndose del presunto conocimiento de los datos de la agencia Tributaria- a los que uno tiene fácil acceso por su condición de ministro-, para utilizarlo en la batalla política. Cuenta además con la ventaja de que no puede mencionar ningún nombre y claro, en el terreno de la insinuación se puede decir todo sin decir nada, otra cosa es que esto sea legítimo cuando quien habla es un miembro del gobierno.
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Pensando en la altivez que luce orgulloso Montoro el Insinuador, vuelve a mí Gila, de nuevo, y el momento en el que Sherlock Holmes al ver el cadáver afirmaba: “Ha sido Jack el Destripador” y a la pregunta de: “¿Por qué lo sabe?” respondía: “Porque soy Sherlock Holmes y a callar todo el mundo”.
Por todo ello, me he hecho muy fan de Cristóbal Montoro, ganas me dan de forrarme la carpeta- en la que guardo mis facturas de autónoma- con la foto del ministro y un bocadillo a lo Forges que rece: “Te vigilo. Proclamo”. Por cierto, colectivos todos, primero fueron los actores, luego los diputados de la oposición y más tarde los tertulianos. Prepárense sexadores de pollos, funambulistas y patinadores artísticos, cualquier día recibirán la llamada de Montoro: “¿Es el enemigo? que se ponga”.
NOTA: El gran Gila, además de sus monólogos, hizo serias reflexiones. Ésta es una de mis favoritas: “El humor es el espejo donde se refleja lo estúpido del ser humano”.
Si tuviera que quedarme con uno de los cómicos de este país, sin duda, ese sería Miguel Gila. Su humor ha soportado el paso del tiempo sin perder fuelle y sus monólogos siguen vigentes - algunos de ellos, para desgracia nuestra-. Lo confieso, sigo muriéndome de risa al volver a escuchar el relato de su vida, cuando contaba que en casa no lo esperaban y nació solo porque su madre había ido a pedir perejil a una vecina, o aquella llamada al colegio de su hijo para preguntar por la factura exagerada que había recibido: “Aquí dice: externado 14.000. ¿externado qué es, que va el niño al colegio y no entra?” y la guerra, claro: “Yo no sé si habrá balas para tantos, bueno, nosotros las disparamos y ustedes se las reparten”.