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No quiero estropearles la pre-euforia pospandémica pero hay síntomas de que nos dirigimos a un mundo peor, o dicho de manera más directa: a un mundo de mierda. Llegan los primeros turistas de Airbnb (y en Venecia, los súper-cruceros) con ínfulas prepandémicas. Parecen las huestes de Atila con ansias de saqueo. Las terrazas de los bares y restaurantes invaden aceras, bulevares y plazas sin dejar espacio al peatón. Pasear se ha convertido en una yincana entre personas que beben, fuman y gritan miasmas. ¿Quién dijo que íbamos a aprender la lección?
Los automóviles vuelven a campar a sus anchas, al menos en Madrid, que es donde vivo. Los idiotas hacen sonar sus cláxones para marcar su nivel intelectual. Priman los negocios privados y las cajas de los donantes sobre la salud de los ciudadanos. Es el triunfo de los fabricantes de coches, las petroleras y el ocio del desparrame. Del cambio climático hablamos otro día.
Mientras que en Europa se apuesta por las ciudades sostenibles, repletas de zonas peatonales, espacios verdes y carriles bici separados y protegidos del resto del tráfico, Madrid regresa a los años 60 del desarrollismo franquista. Si a una gran parte de la derecha española no le llegó aún el soplo de la democracia, no les pidan modernidad en cuestiones de urbanismo y bienestar.
Tras las pandemias se viven años de optimismo desatado. En la del 1918 se sumó la euforia por el final de la Primera Guerra Mundial, en la que murieron cerca de 23 millones de personas. Fue la primera contienda en la que fallecieron más civiles que militares. Los locos años 20, que tienen más literatura que realidad, dieron paso a los 30 con la erupción del nazismo.
Hay síntomas peligrosos, como la efervescencia de las extremas derechas, de la xenofobia y el odio. Nada está a salvo, ni los derechos conquistados ni la democracia misma. Las derechas del siglo XXI han abrazado las cruzadas contra el feminismo, el voto de las minorías y los derechos humanos. La regresión es evidente en EEUU, donde el trumpismo y sus mutaciones están más vivos que nunca. Donald Trump es la consecuencia del deterioro en un mundo en el que ha desaparecido la verdad como base de la información y de la política.
En ocho años entraremos en nuestra década de los 30.
La sociedad actual está cada vez peor informada pese a existir más información disponible que nunca. El exceso de datos, opiniones y noticias que fluyen por las redes sociales, las web de los medios tradicionales y las televisiones dificultan la comprensión de una realidad mutante. Ha desaparecido el valor del contexto, que es el marco que sustenta los hechos comprobados, eso que denominamos “verdad”. Todo parece un griterío de infoentretenimiento en el que priman los personajes de ficción sobre los periodistas, los cantamañanas sobre los científicos.
Falta información de calidad y sosiego para entender un mundo inestable que amenaza con cambios estructurales más profundos que los provocados por la Revolución Industrial. No solo es la digitalización, es la robótica que dominará la producción y el ocio. Existe un miedo cerval a la pérdida masiva de empleo, y a la desaparición del modo de vida en el que fuimos educados. Los sectores menos preparados, los que trabajan en las industrias tradicionales, se sienten amenazados por el cambio. Son el objeto predilecto de los discursos de odio que señalan a los migrantes como culpables. Sucede en EEUU, sucede en España.
Lara Trump, esposa de Eric, uno de los hijos del ex presidente, acaba de pedir a sus seguidores que se armen, que compren pistolas, porque aquellas personas que viven cerca de la frontera sur deberán tomar acciones contra las oleadas de migrantes. ¿Está pidiendo que los maten? Vox concentra ese discurso xenófobo en España en los MENAS (menores no acompañados) y la negación de la violencia machista.
Las elecciones legislativas estadounidenses de noviembre de 2022 serán cruciales, como lo van a ser las alemanas en septiembre. En EEUU se renovará la totalidad de la Cámara de Representantes y un tercio del Senado. Joe Biden dispone hoy de una mayoría exigua en la Cámara baja. El Senado está partido en dos bloques, 50-50, que desempata Kamala Harris, que es también presidenta del Senado.
Una derrota demócrata el próximo año sería una catástrofe, un impulso para las fuerzas de extrema derecha en EEUU y en Europa. En el Viejo Continente, la batalla crucial se librará en Francia, donde es posible una victoria anti europeísta de Marine Le Pen. Parece imposible, pero esta vez es menos imposible que nunca. Ningún derecho está seguro.
En España, Vox se nutre del atolondramiento estructural de Pablo Casado, que no sabe qué papel interpretar, moderado de noche, radical de día. Isabel Díaz Ayuso se lo ha comido con patatas porque no interpreta papeles, es ella misma con su desparpajo. Puede decir lo mismo en la barra de un bar que en los micrófonos de la sede de gobierno. Improvisar sin saberse la Constitución de la que tanto presume, la llevó a meter la pata con el papel del rey en los indultos. Pese a ser una analfabeta institucional, como señaló Iñaki Gabilondo, no descarten que Díaz Ayuso llegue algún día a La Moncloa. En Colón se merendó también a Abascal. Gusta a la gente porque es desinhibida, un poco loca. Es algo que provoca risas hasta que el chistoso aprieta el botón nuclear.
La izquierda está desnortada en muchos países, menos en Chile y Colombia. Lo que sucede en Nicaragua con los tiranos banderas Daniel Ortega y Rosario Murillo no deja de ser un trágico esperpento. Veremos qué sucede con Los Verdes en Alemania; si ganan, quedan segundos y formarán parte del gobierno o se desinflarán.
Ver másÁlvaro Morata como síntoma
Podemos acaba de inaugurar el pospablismo, un periodo de orfandad repleto de riesgos porque el líder ocupaba todo el espacio. Necesita transitar de los eslóganes a los hechos, entender las prioridades de la mayoría de la gente. Se desgastó en la guerra del género en el borrador de la Ley Trans con Carmen Calvo. Una ley necesaria, pero en política es esencial elegir las batallas y saber moverse con discreción. Un ejemplo es Yolanda Díaz en Trabajo.
Se desgastó tanto Irene Montero que se quedó sin fuelle para otra batalla con impacto en toda la sociedad. ¿De qué sirve que estén en el Gobierno si son incapaces de bajar el precio de la electricidad? ¿Cómo han consentido el gol de la factura de los tres tramos en la que siempre pierde el consumidor? Vale también para el PSOE: si no es capaz de diferenciarse del PP en estas cosas, ¿qué sentido tiene votarles? Solo faltaría que Vox se haga también con esta bandera.
Hablando de pesimismo: les deseo unas felices Navidades. Lo digo por si no llegamos.
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