Trump no es gallego como Rajoy

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Uno de los principales objetivos periodísticos hace seis meses era evitar la normalización de una anomalía llamada Donald Trump. En España no tuvimos suerte porque nuestra anomalía sigue campante con toda su cohorte de ministros reprobados. Los medios de comunicación son esenciales para asentar una narrativa u otra. Trump lo sabe, por eso inventó la cruzada contra el fake newsfake news. Para él noticia falsa es toda la que no le beneficia.  Solo le gustan tipos como Sean Hannity, cualquier cosa menos un periodista.

Un amigo que vive en EEUU sostiene que un medio de investigación como ProPublica hubiera creado en España un espacio interactivo en el que cualquier ciudadano, periodista o no, pueda entrar para saber al detalle quién está mencionado en qué sumario, de qué se le acusa y si se ha producido una condena, algo que tampoco es determinante: solo una quinta parte de los condenados está en prisión.

Hay listas, claro, sucedáneos, pero no aprovechamos las posibilidades de Internet. No es un problema de incapacidad, sino de manos. Aquí queremos un periodismo cada vez más barato. Tampoco hay tantas personas dispuestas a pagar por rigor e independencia.

También sería interesante saber qué hacen nuestros diputados y senadores. Existe una web excelente con este nombre, de visita obligada. No sólo nos interesa saber su trabajo, cuántas iniciativas presentan en cada periodo de sesiones, con qué frecuencia acuden al trabajo, etc. Es esencial conocer sus gastos, desde aviones a taxis. Hablamos de nuestros impuestos.

Solo una transparencia real, por aquello de que la democracia debe ser una casa con paredes de cristal, puede garantizar una verdadera lucha contra la corrupción. Solo en una democracia tan poco sana como la nuestra es posible mantener ministros reprobados por el Parlamento porque, como dice Rajoy, la ley no le obliga a reemplazarlos. Pues habría que cambiar la ley.

Rajoy no es Trump, eso hay que reconocérselo. Al menos en Twitter, porque en su incapacidad para entender y respetar la separación de poderes no le anda a la zaga. Pero Rajoy es gallego, un título nobiliario fuera del alcance del presidente de EEUU. Consiste en parecer que no se hace cuando no se deja títere con cabeza.

A Trump le encantaría mover jueces al gusto hasta lograr que las causas prescriban o se pierdan los papeles. La falta de custodia de documentos públicos, y más si tienen relevancia judicial, debería ser delito y causa de dimisión inmediata. Es cierto que Cristina Cifuentes representa una modernización dentro del PP: ella no usa martillo con los discos duros, le basta la magia para que desaparezca todo.

Sigo convencido de que Trump no acabará su mandato, pero no estoy tan seguro en los plazos. Es posible que pueda ganar unas nuevas elecciones, como sucedió con Richard Nixon y tener que dimitir meses después. Es muy difícil que nada se mueva antes de noviembre de 2018, que es cuando se renueva la totalidad de la Cámara de Representantes y un tercio del Senado. El Congreso resultante (la suma de las dos cámaras) tendrá que lidiar con la patata caliente del impeachment (el proceso de destitución).

Aunque ya he escrito del asunto en estos meses, recordaré la esencia del problema. Trump se enfrenta a una triple investigación:

 

  1. ¿Qué sabia de la llamada pista rusa, de la supuesta colusión de miembros de su equipo con el Kremlin para perjudicar electoralmente a Hillary Clinton?
  2. ¿Ha intentado bloquear la investigación con el despido del director del FBI James Comey, y con presiones a otros funcionarios?
  3. ¿Se está lucrando en el ejercicio de la presidencia?

Muchas de las respuestas dependen de la investigación del fiscal especial Robert Mueller, que fue nombrado por Rod Rosenstein, número dos de la Fiscalía del Estado, institución que no equivale al Ministerio de Justicia porque es independiente, no forma parte del Gobierno.

Rosenstein, a quien Trump ha dedicado virulentas críticas vía Twitter, es el responsable de los asuntos relacionados con el Rusiagate porque su jefe, el ex senador ultraconservador Jeff Sessions se inhabilitó a sí mismo. Tiene un buen motivo: también se reunió con el embajador ruso (ya retirado de Washington DC por Vladimir Putin), algo que negó ante el Senado.

En las últimas semanas el entorno de Trump ha lanzado varios globos sonda:

 

  1. Ha atacado a su antiguo aliado Seassons por autoexcluirse en el Rusiagate. Dijo que si lo hubiera sabido no lo habría nombrado. La presión se centra en conseguir su dimisión.
  2. Existe una campaña en marcha para desacreditar a Mueller, al que solo puede destituir el Congreso o quien lo nombró, pero el equipo de Trump considera que el presidente tiene potestad para destituirle. Sería un escándalo mayor que la destitución del jefe del FBI.
  3. Se juega con la idea de que Trump tiene poderes presidenciales para perdonar a sus colaboradores, su familia y él mismo llegado el caso. Sería ilegal porque las materias de impeachment no son perdonables. Una vez que deje el cargo, sí. Pero dependería de su vicepresidente Mike Pence.

¿De qué tiene miedo Trump?, se pregunta Vox y ofrece en este enlace una buena dosis de información. Los últimos datos sobre la un reunión en junio de 2016 en la Trump Tower de Nueva York deja tocado a su hijo, a su yerno y al ex jefe de campaña. Esto no ha hecho más que empezar.

Hay que añadir al clima de crispación el desastroso intento de enterrar el Obamacare, en el que el presidente ha vuelto a dejar patente su incapacidad para entender qué es una democracia, al considerar que los senadores republicanos le deben obediencia, incluso los que estaban en el escaño antes de que él fuese elegido.

En este enlace del The New York Times se explica cómo el asunto de la sanidad le puede costar el cargo a algunos senadores, cuyo colchón de votos no permite jugar con asuntos que dañan a sus votantes.

Otro dato interesante: los índices de aprobación de Trump empiezan a moverse por debajo del 50% en Texas y el Medio Oeste, dos de sus caladeros. Los nacionales son un desastre.

En España carecemos de muchos de los mecanismos que tiene la democracia estadounidense. Nos falta, además, una sociedad civil combativa, como decía la semana pasada. De EEUU deberíamos aprender que en una democracia es esencial la efectiva separación de poderes y que cargos como el fiscal general del Estado deben estar protegidos de la injerencia del Ejecutivo. La mejor manera de proteger su independencia en España es nombrarlo con una mayoría de dos tercios en el Parlamento y que solo el Parlamento lo pueda destituir por dos tercios.

Moncloa trabaja en una próxima visita de Rajoy a la Casa Blanca para su primera reunión formal con Trump

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Hay que aprender de las comisiones de investigación en EEUU y Alemania, de su capacidad para proponer soluciones concretas a problemas, y que tengan respaldo de los dos partidos. Porque ¿seguimos creyendo que este sistema tiene a la ciudadanía y no a los poderes económicos como piedra angular? (Se admiten risas).

No sé cuándo caerá Trump, cuando su anomalía será inaceptable para los republicanos y para sus votantes. Tendrá que ver con la pérdida del poder en cualquier nivel. Lo mismo en España. Solo si la corrupción y el mamoneo de las instituciones pudiera costar las elecciones, el PP sentiría la necesidad de cambiar. De momento no hay prisa, todo sigue atado y bien atado.

Y nos queda el humor:

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