Es mejor eso que morirse

3

Si alguno de ustedes no sabe con qué voz deliciosa suena la frase que titula este texto, se ha perdido el mejor sonido de la semana. A pesar del intenso zumbido de un ambiente contagiado de virus y de malas vibraciones, la voz de una niña ha sonado con toda claridad.

Tengo pasión por la voz, con ella trabajo. Por ella, cuando enfermó, entré dos veces en un quirófano. A ella le dediqué una novela. La voz me atrae desde niña, me fijo en todas, juego en la radio a sacar parecidos sonoros de voces políticas. Las voces me enamoran o me enervan, me hacen reír, me conmueven, me irritan.

La voz da contexto intencional a nuestros mensajes, es nuestra banda sonora, la mejor herramienta para ambientar lo que decimos. Su poder, su capacidad para tocar la fibra de las emociones, lo conocen bien los asesores políticos, los buenos… Y los actores y las actrices de nivel, los grandes comunicadores, los buenos maestros, los eficaces vendedores. Y lo usan sin piedad los manipuladores.

No es directamente proporcional a su belleza la capacidad para conmover, hay voces preciosas que no dicen nada y voces no tan guapas que arañan conciencias. Voces imperfectas con ese “no sé qué” que te desarma.

El valor de la palabra es esencial, pero hay que saber decirla. Acompañar la letra de la música vocal. Los que trabajamos con el humor decimos “tirar bien el chiste”, conscientes de que un texto brillante puede ser aniquilado con una mala ejecución.

La niña que pronunció esa frase que pide mármol para describir lo que significa ir al cole con mascarilla… lo hizo todo bien para destacar entre el ruido. Una construcción gramatical perfecta, una entonación inmejorable pero, sobre todo, un mensaje irrefutable: “Es un poquito peor porque no puedes respirar del todo, pero no pasa nada, es mejor eso que morirse” podría responder a casi todo lo que nos escuece de la vida.

He hecho inventario de cosas importantes y frívolas que nos amargan la existencia y todo lo que se me ocurría le daba la razón a la diminuta sabia, me vale lo mismo para la molestia de un reggaetón a todo trapo debajo de mi ventana que para un problema en el trabajo, o para un desengaño amoroso.

Es que casi todo lo que nos trae de cabeza es mejor que morirse, salvo una cosa: cuando no queremos vivir, cuando el sufrimiento convierte la vida en calvario, cuando el dolor lo inunda todo, cuando es tan duro respirar que no vale la pena el esfuerzo. Un desgarro que también sientes en tu piel cuando lo padece alguien a quien quieres bien.

No recuerdo cuántos años tenía la primera vez que pensé en ello, pero no muchos, fui una niña precoz en lo de darle vueltas a la existencia. Sé que todavía no me había enfrentado al dolor en mayúsculas y ya lo tenía claro.

Muchos años, muchos duros tragos después, lo tengo más nítido y cristalino que nunca: no quiero que otra voz enmudezca la mía, no necesito ninguna voz que hable por mí en este asunto. Ni por nadie. Yo quiero poder decidir y que todos podamos hacerlo, yo quiero la libertad para elegir entre continuar o marcharme cuando vivir sea peor que morirse.

Si alguno de ustedes no sabe con qué voz deliciosa suena la frase que titula este texto, se ha perdido el mejor sonido de la semana. A pesar del intenso zumbido de un ambiente contagiado de virus y de malas vibraciones, la voz de una niña ha sonado con toda claridad.

Más sobre este tema
>