Triste tesitura aquella en la que al presidente de una nación hay que tomárselo a broma, pero en el caso de Mariano Rajoy no queda otro remedio. El primero en utilizar la ironía con él fue el presidente de la Comisión Europea, Durão Barroso, cuando respondió a las palabras que nuestro presidente pronunció en aquella súbita rueda de prensa convocada de urgencia con motivo del anuncio del rescate de la banca, que estuvo apunto de dejarle sin ir al partido de la selección en el avión habilitado para el caso.
Atrás quedaban sus promesas electorales de no dar ni un solo céntimo de dinero público a los bancos, hábito que, decía, era exclusivo de los socialistas. Bueno, para justificar la inyección de dinero a los bancos, primero la disfrazó de préstamo. Muy ofendidos, sus portavoces respondían a quien calificara esa inyección de dinero de “rescate” afirmando que las entidades bancarías devolverían hasta el último céntimo. En una entrevista publicada este fin de semana, reconoce Rajoy que tendremos que hacer frente a unos 40.000 millones de euros que se han entregado a los bancos con fondos públicos.
Cantidad que no está nada mal, se mire como se mire, y que hubiera venido la mar de bien para evitar recortes en esas cosillas superfluas que son la educación, la sanidad o las pensiones. Si hacemos caso a su declaración de que esta costumbre de dar dinero a los bancos es de rojos, debemos entender que está siendo poseído por el marxismo leninismo, lo cual nos permitiría entender las declaraciones de su relevante oradora Ana Botella cuando, en el Club Siglo XXI, afirmaba que algunas decisiones del Gobierno estaban dividiendo a las bases del partido.
Por cierto, desde Europa protestan y, de paso, anuncian que ya no nos van a dar más dinero para estos menesteres porque resulta que los bancos, en vez de utilizar los fondos para sanear las entidades, se dedican a hacer negocio con ellos, a invertirlos por ahí a un interés muy superior al que lo pillan, mientas el crédito continúa sin fluir, con lo que la economía sigue varada en la costa, dándose la circunstancia de que el rescate no acude al rescate, sino al bolsillo del rescatador.
Decía que el primero fue Durão Barroso porque, como el señor presidente no quería perderse la primera parte de aquel partido, zanjó la cuestión de la rueda de prensa por lo rústico, con una declaración sorprendente en la que afirmaba que había puesto a Europa a sus pies, ya que había sido él quien había impuesto las condiciones del “no-rescate” bancario, sabiendo que aquí no se pasa factura a los gobernantes por decir lo primero que se les pase por la cabeza aunque se dé de tortas con la verdad.
Tuvo que salir don Durão a la palestra para aclarar que fue justamente al contrario, que no hubo necesidad de poner de rodillas a don Mariano porque ya se lo encontró de rodillas cuando le hizo la propuesta del rescate: "Reaccionó de una forma extremadamente positiva ante esta idea", declaró, queriendo decir de forma elegante que, si iba a tirarse el rollo de matón con sus conciudadanos, no fuera a costa de él, que se buscara otro colega para hacer el papel de pringao.
En esa misma entrevista del fin de semana, Rajoy parece dar la razón a don Durão cuando declara, en un acto de dudosa fe, que espera que “Alemania y Europa sepan dónde vamos”, como queriendo decir que él no tiene ni puñetera idea del rumbo, resultando que, en efecto, no sólo era un farol que ponía firmes a los que controlan nuestros destinos allende nuestras fronteras, como decía Franco para referirse a Moscú, sino que ni siquiera le dejan mirar en el GPS.
No sabe dónde vamos y quiere dejar constancia de que, si la estación final se llama “desastre”, que nadie dirija su mirada hacia él porque el pobrecillo no ha hecho ni más ni menos que lo que le han mandado. Hemos pasado de que Aznar nos sacara del rincón de la Historia, cuando se retrató con los pies en la mesa en el rancho de Bush declarando la guerra a Irak y atisbando los horizontes de aquel imperio donde no se ponía el sol, a que los alemanes nos metan en el largo invierno nórdico donde no hay más luz que la de los candiles.
Tristes e incomprensibles bandazos de la Historia en la que los impávidos testigos, que aportan sus salarios a la causa común del Estado a través de los impuestos, se quedan fuera de juego por no poder asumir con sus precarias mentes estos giros vertiginosos a los que se están acostumbrando nuestros mandatarios, que los medios llaman contradicciones, pero que sería más fácil llamar mentiras.
Ahora que sabemos que los alemanes nos llevan hacia algún sitio, con los deseos de nuestro presidente de que sepan hacia dónde se dirigen, cabría preguntarse: ¿los intereses de los alemanes coinciden con los nuestros? ¿Hay sintonía entre el chófer y los pasajeros, o se trata de un secuestro? Recordemos que, mientras siguen pidiendo a nuestro Gobierno que profundice en las “reformas estructurales profundas” e intensifique la política de recortes de los servicios esenciales, la señora Merkel, que tiene pinta de cumplir sus promesas, lleva en su programa electoral la subida del presupuesto, precisamente, en educación, sanidad y pensiones, así como la creación de un salario mínimo a raíz de su alianza con los socialdemócratas.
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O sea, que la reducción, privatización y eliminación, en algunos casos, de nuestros servicios sociales, se traduce en un incremento en las partidas de esos mismos servicios en nuestros vecinos y aliados del norte. Lo que es bueno para nosotros es malo para ellos, y viceversa. Y estamos en sus manos. Ellos deciden, nosotros acatamos.
En plena era de los chanchullos económicos legales, también llamados “ingeniería financiera” por ser fechorías cometidas por gente con estudios, nos enteramos de que nuestro presidente es un “testaferro” de los alemanes y de Europa (creíamos que estábamos dentro). Pues nada, ellos sabrán lo que hacen con nosotros, sólo nos queda apelar a la misericordia.
A lo mejor han ganado la tercera guerra mundial y no nos han dicho nada.
Triste tesitura aquella en la que al presidente de una nación hay que tomárselo a broma, pero en el caso de Mariano Rajoy no queda otro remedio. El primero en utilizar la ironía con él fue el presidente de la Comisión Europea, Durão Barroso, cuando respondió a las palabras que nuestro presidente pronunció en aquella súbita rueda de prensa convocada de urgencia con motivo del anuncio del rescate de la banca, que estuvo apunto de dejarle sin ir al partido de la selección en el avión habilitado para el caso.