Tu odio, nuestro negocio

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Hemos crecido escuchando una frase mítica cada vez que unos policías le ponían las esposas a un sospechoso de un delito: “Todo lo que diga puede ser utilizado en su contra”.

Una advertencia que se nos quedó grabada a fuego, si te ibas de la lengua, cualquier idiotez que dijeras en caliente te podía incriminar.

En Twitter es justo lo contrario. 

Los racistas han salido de la cueva, y están empeñados en perpetuar su legado, como las pinturas rupestres pero sustituyendo las escenas de caza de bisontes por caza de inmigrantes.

Dejar el odio por escrito para la posteridad, para que cuando los historiadores del futuro estudien el fin de la civilización se encuentren en Twitter la piedra Roseta para descifrar la clave del porqué nos fuimos a la mierda como sociedad.

El odio de clase, que circulaba siempre de abajo hacia arriba, ahora circula de abajo hacia el sótano

Como tuiteaba estos días la historiadora y divulgadora clásica Mary Beard: “La gente me ha estado preguntando por qué no dejo Twitter si no me gusta. Es un buen argumento, pero mi madre siempre decía: ¡No dejes que los acosadores se apoderen del patio de recreo!”.

Pero, ¿quiénes están detrás de estas campañas de odio?

Recurramos al clásico: “follow the money”.

El odio es un negocio y muy lucrativo; tanto, que nadie está dispuesto a sortearlo. 

Mucho dinero en juego en cargos, subvenciones y chiringuitos han hecho que a este modelo de negocio basado en rentabilizar el odio, que hasta hace poco era un oligopolio, ya le estén saliendo franquicias, nunca mejor dicho. 

Igual que Mr. Wonderful puso de moda los mensajes moñas, el negocio ahora sería un Mr. Hateful.

Ya lo inició el PP de Ayuso con sus camisetas de “Me gusta la fruta”, pero se puede ir incluso más allá con tazas y merchandising con las frases típicas de estos foros: “Ojalá te violen”, “A mí un comunista no me vacuna”, “Degollar MENAS”, “Plomo para los inmigrantes”…

El odio de clase, que normalmente circulaba siempre de abajo hacia arriba, ahora circula de abajo hacia el sótano.

El odio del penúltimo contra el último, de los fuertes con los débiles pero débiles con los poderosos. 

Los de Villarriba están encantados disfrutando de la fiesta mientras los de Villabajo se pelean entre sí por ver quién friega los platos sucios.

Ese odio se lleva sembrando años en televisiones, medios digitales y redes sociales, y algunos pensaban que ya se podía recoger la cosecha, como en Inglaterra, pero la realidad les ha estropeado el calendario de recogida, por ahora…

En España una sentencia por delito de odio es más difícil que parar un taxi en una manifestación de ultraderecha

Este odio ha llegado al paroxismo actual por activa pero sobre todo por pasiva de una gran parte de políticos, periodistas o jueces, entre otros.

Hace unos años en España, pocos años, una jueza no vio delito de odio en un pasajero que se bajó de un avión porque “no quería viajar con una negra” refiriéndose a una azafata de su vuelo. La jueza valoraba que dado que su “única motivación era la animadversión hacia las personas negras, los hechos no entrañan la gravedad suficiente”. He visto piruetas de acróbatas en el Cirque du Soleil menos impresionantes que este circunloquio.

No olvidemos que una circular de la Fiscalía recordaba hace unos años que se podía considerar delito “la incitación al odio hacia los nazis”. Si un juez español revisa En busca del Arca Perdida, Indiana Jones acaba sentado en el banquillo de la Audiencia Nacional.

La Justicia Española parece seguir la que podríamos llamar doctrina Gila: “Esta mañana he visto cómo le metían una paliza entre 10 a uno solo y me he preguntado “¿me meto o no me meto?”; al final me he metido y le hemos metido una paliza entre los 11. Impresionante”.

Encontrar en España una sentencia por delito de odio es más difícil que conseguir parar un taxi en una manifestación de ultraderecha.

El artículo 510 del Código Penal sobre castigar con pena de prisión a quienes públicamente inciten directa o indirectamente al odio contra un grupo por razones racistas o de orientación sexual puede encontrarse en la estantería de ciencia ficción de cualquier librería, comisaría o juzgado.

Como recuerda periódicamente la cuenta de Twitter del Memorial de Auschwitz: “Auschwitz estaba al final de un largo proceso. Debemos recordar que no empezó con las cámaras de gas. Este odio se desarrolló gradualmente a partir de ideas, palabras, estereotipos y prejuicios a través de la exclusión legal, la deshumanización y la escalada de violencia. Tomó su tiempo”.

Parece que muchos patriotas españoles de pulserita no son muy seguidores de sus consejos para prevenir genocidios, ni tampoco algunos de sus compatriotas en Israel.

Y como fiel seguidor de la Ley de Godwin que proclama que una argumentación caduca cuando se hace una comparación con Hitler, nada más que decir.

Hemos crecido escuchando una frase mítica cada vez que unos policías le ponían las esposas a un sospechoso de un delito: “Todo lo que diga puede ser utilizado en su contra”.

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