La libertad abrazando a Stalin

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“Nunca me pregunté lo que significaba la libertad hasta el día en que abracé a Stalin”. Probablemente, de todas las frases que he leído este año impresas en el papel de un libro, esta es la que más me ha impresionado. La libertad, ese concepto etéreo, para algunos un ideal, para otros una lucha, para la mayoría una parte imprescindible en una sociedad que se diga democrática y próspera, convivía en esa cita con uno de los mayores dictadores que ha conocido la humanidad. ¿Cómo alguien podría plantearse qué era la libertad abrazando al ejecutor del Holodomor o al hombre que llevó a gulags y deportó a Siberia a miles y miles de opositores?. Mi primer impulso fue pensar que, precisamente, la presencia del sanguinario dictador y el conocimiento de todas sus atrocidades había hecho que esa persona se replanteara su propia idea de libertad. Pero volví a leer la frase y me detuve en la palabra “abracé”: no parecía que la autora de esa frase estuviera realizando un examen de conciencia, más bien al contrario, parecía que ese abrazo a Stalin era algo cariñoso o incluso de aprobación. 

La libertad ha sido una palabra que me ha acompañado desde que era pequeño. Cuando mis padres, de camino a Gijón para ir de vacaciones, ponían en el coche las canciones de Víctor Manuel o de Joan Manuel Serrat, escuchaba unas letras que me hablaban del combate por la libertad durante el franquismo o del valor de poder vivir libremente frente a la represión. En ese punto, la libertad era para mí no solo algo imprescindible, sino también, pensaba, una de las pocas cosas en las que todas las personas podía estar de acuerdo

Sin embargo, pasados los años, ese ideal comenzó a romperse, un sentimiento que se ha acrecentado en los últimos años, en los que, en nombre de la libertad, se han perpetrado medidas enormemente lesivas para las personas más vulnerables, los colectivos LGTBI y las mujeres. En nombre de ese valor se ha defendido la no necesidad de medidas sanitarias frente a una pandemia, la supresión de impuestos a los más ricos o la concesión de becas a las familias más pudientes. Una libertad basada en el capitalismo y el libertarianismo de Hayek y Von Mises que olvida que una persona no puede ser libre si le es imposible llegar a fin de mes

Por eso, cuando este año me recomendaron en una clase del máster de análisis político y electoral al que asisto, un libro que llevaba por título Libre, no me pude resistir a leerlo. Mirando en retrospectiva, creo que fue una de las mejores decisiones que he tomado durante este 2023 que ya languidece. En él, Lea Ypi, profesora de Teoría Política de la London School of Economics, cuenta, a modo de autobiografía, cómo vivió, cuando era niña, la transición de su país, Albania, desde uno de los regímenes comunistas más cerrados y represivos del mundo a uno democrático

Cuando lo comencé a leer, entendí que ese abrazo a Stalin era mucho más complejo de lo que pensaba, sobre todo, porque escondía dos particularidades. La primera era que la pequeña Ypi no veía al dictador soviético como un asesino, sino como un amigo y como una referencia, tal y como le habían explicado en el colegio. La segunda, mucho más compleja, era que el abrazo no era al dictador de carne y hueso sino a una estatua de Stalin que había sido decapitada durante las protestas estudiantiles de finales de los años 80, que exigían una liberalización del país.

Fue entonces cuando Ypi se comenzó a plantear qué era la libertad. Al principio del libro, cuenta cómo, en medio del represor estado albanés, ella se creía libre porque podía elegir por qué camino llegar al colegio. También como, por el adoctrinamiento escolar, llamaba a Enver Hoxha, el sanguinario dictador que regía el país con mano de hierro, Tío Enver, o celebraba con devoción todas las fiestas asociadas con el partido comunista. Sin embargo, a lo largo del libro, la escritora va descubriendo que todo su mundo y todas sus creencias se sustentaban sobre un castillo de naipes. Pese a su devoción por el comunismo albanés, Ypi pronto aprende que desciende de una familia de disidentes de la dictadura, que muchos de sus familiares fueron encarcelados e incluso asesinados y que sus propios padres eran opositores al régimen. 

Ypi concluye el libro diciendo que la verdadera libertad está en la posibilidad que todos tenemos de hacer lo correcto. Yo añado algo más: la libertad es no solo tener derechos, sino también poder ejercerlos

Es en el momento de las protestas y de la caída del comunismo cuando también se cae el mundo de Ypi. La autora tuvo que procesar rápidamente que esa libertad en la que creía vivir no era tal y que todo su mundo era mentira: la propaganda, las clases del colegio y hasta quien era su propia familia. Era un tiempo de cambios traumáticos para Ypi, pero también de promesas democráticas para Albania, cuyos ciudadanos, en teoría, pasarían de vivir en una dictadura comunista a hacerlo en la verdadera libertad. 

Pero en la historia, casi nunca las promesas utópicas se convierten en realidad: lo que en un principio iba a ser la transición hacia la democracia acabó transformándose en una verdadera pesadilla. Albania se convirtió, gracias a las reformas, en un sistema donde reinaba el pluralismo político y la libertad de expresión, pero también en un infierno para muchos trabajadores que, con la llegada del capitalismo salvaje, fueron despedidos ipso facto tras las privatizaciones de empresas públicas. Además, la libertad de movimiento que trajo el nuevo orden solo pudo ser aprovechada por aquellos que podían pagarse los caros visados para salir del país, dejando a los menos favorecidos tan solo la posibilidad de huir en los barcos que salían hacia Italia, con el riesgo de naufragio que eso conllevaba. Muchos murieron hacinados en los barcos y otros, cuando llegaban a puerto, solo les quedaba la mendicidad o la prostitución para sobrevivir.

Todas las contradicciones que plantea Ypi en su libro llegan a su culmen cuando, producto de una estafa piramidal a escala masiva, muchos de los albaneses esperanzados en la llegada de la libertad y el fin del comunismo, perdieron los ahorros de toda una vida producto del capitalismo salvaje. Este hecho produjo una guerra civil llena de luchas callejeras, insurrecciones armadas y muertes que sumió a Albania en la violencia. La libertad se había convertido en pesadilla.

Cuando se acaba de leer el libro, uno se plantea realmente qué es la libertad y si esta se puede conseguir. El padre de Ypi, ferviente defensor de la misma, descubre que, mientras en el antiguo sistema era reprimido por sus ideas, en este, como responsable del puerto, tenía que despedir a cientos de trabajadores contra su voluntad por las ineludibles reformas capitalistas llevadas a cabo por los mandos superiores.

Los dos mundos que Ypi plantea en el libro están muy lejos del ideal de libertad que tenía yo cuando escuchaba de pequeño Para la libertad de Serrat, pero no por eso hemos de perder la esperanza. Debemos no solo luchar por ella, sino también por conseguir un sistema y un mundo lo más cercano posible a ese modelo. La libertad, alejada tanto de la idea represiva del comunismo como de la ley del más fuerte del capitalismo salvaje, es uno de los valores y derechos humanos imprescindibles.

Ypi concluye el libro diciendo que la verdadera libertad está en la posibilidad que todos tenemos de hacer lo correcto. Yo añado algo más: la libertad es no solo tener derechos, sino también poder ejercerlos, no solo poder hablar libremente sino poder hacerlo de forma informada y no solo tener un sistema que se diga democrático, sino también ensanchar la democracia para que llegue a quienes más la necesitan, los más vulnerables. Una libertad en la que quepamos todos y no se quede nadie atrás

Luchemos por esa libertad en este nuevo año. Feliz 2024.

“Nunca me pregunté lo que significaba la libertad hasta el día en que abracé a Stalin”. Probablemente, de todas las frases que he leído este año impresas en el papel de un libro, esta es la que más me ha impresionado. La libertad, ese concepto etéreo, para algunos un ideal, para otros una lucha, para la mayoría una parte imprescindible en una sociedad que se diga democrática y próspera, convivía en esa cita con uno de los mayores dictadores que ha conocido la humanidad. ¿Cómo alguien podría plantearse qué era la libertad abrazando al ejecutor del Holodomor o al hombre que llevó a gulags y deportó a Siberia a miles y miles de opositores?. Mi primer impulso fue pensar que, precisamente, la presencia del sanguinario dictador y el conocimiento de todas sus atrocidades había hecho que esa persona se replanteara su propia idea de libertad. Pero volví a leer la frase y me detuve en la palabra “abracé”: no parecía que la autora de esa frase estuviera realizando un examen de conciencia, más bien al contrario, parecía que ese abrazo a Stalin era algo cariñoso o incluso de aprobación. 

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