Es llegar estas entrañables fechas y ponerme en la piel de la Virgen. La de Colm Tóibín, se entiende, que en El testamento de María nos describe a una mujer escandalizada por todo lo que observa y escucha a su alrededor. Ya saben, milagros que no lo son, muchedumbres fanatizadas, muertos vivientes y lo que es más inquietante, a tu niño pasados los treinta dejándote caer que es Dios. La María de Tóibín resiste hasta el final, cuando los fans del finado intentan reescribir con su colaboración un best seller a base de hechos alternativos. Nada, que esta María dice no. Este relato de lectura exprés siempre acaba asomándose como la punta de un iceberg en mi biblioteca Kindle cuando repaso lo que se ha embolsado en el último año Jeff Bezos a mi costa. Todo un misterio.
Ellie: ¿Antes las cosas funcionaban igual que en Jackson ahora?
Joel: No. El país era demasiado grande. Antes había básicamente dos formas de ver el mundo. Había unos que querían tenerlo todo. Y otros no querían que nadie tuviese nada.
Ellie: ¿De cuáles eras tu?
Joel: Yo solo hacía mi trabajo.
Este diálogo pertenece al capítulo seis de The last of us, la mejor serie de 2023 con permiso de La Mesías. Sus dos protagonistas, un adulto (Joel) y una niña (Ellie), cruzan un EEUU distópico en el que una nueva variedad de zombis se ha devorado la civilización. Inspirada, dicen que al detalle, en un famoso videojuego de cuya existencia no tenía idea, la trama discurre por maravillosas microhistorias que se desarrollan bajo la omnipresente amenaza de que el cadáver de turno nos dé un susto. A medida que avanza la serie, el espectador advierte algo inquietante: los zombies son entrañables, los monstruos somos nosotros.
En este mundo de hechos alternativos solo podemos creer en la civilización. Si alguien nos intenta hacer creer en 2024 en lo intolerable, en lo increíble o directamente en una mentira, busquemos ya un templo de Artemisa en el callejero
No sé por qué se ha cruzado esta historia de muertos vivientes. Estábamos con el relato de Colm Tóibín. Publicado hace más de una década, El testamento… tuvo en España su momento de gloria porque Blanca Portillo llevó el texto al teatro en forma de un aclamado monólogo que no vi. Después, su fama pareció evaporarse. Salvo en mi tablet. Voy ahora a su tramo final. El lector descubre que la protagonista adora, en el sentido literal y blasfemo del término, a Artemisa, que para quien no lo sepa era una de las diosas top de la cultura griega. Tóibín, que también es periodista, lo borda. Sí, en este mundo de hechos alternativos solo podemos creer en la civilización. Si alguien nos intenta hacer creer en 2024 en lo intolerable, en lo increíble o directamente en la mentira, busquemos ya un templo de Artemisa en el callejero. Ya no vale eso de “yo solo hacía mi trabajo”. Los zombis de verdad hace tiempo que se colaron en nuestro distrito postal para comerse nuestro cerebro.
Es llegar estas entrañables fechas y ponerme en la piel de la Virgen. La de Colm Tóibín, se entiende, que en El testamento de María nos describe a una mujer escandalizada por todo lo que observa y escucha a su alrededor. Ya saben, milagros que no lo son, muchedumbres fanatizadas, muertos vivientes y lo que es más inquietante, a tu niño pasados los treinta dejándote caer que es Dios. La María de Tóibín resiste hasta el final, cuando los fans del finado intentan reescribir con su colaboración un best seller a base de hechos alternativos. Nada, que esta María dice no. Este relato de lectura exprés siempre acaba asomándose como la punta de un iceberg en mi biblioteca Kindle cuando repaso lo que se ha embolsado en el último año Jeff Bezos a mi costa. Todo un misterio.