La política puede ser ingrata. O no

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Lo de Cataluña es una lección para quienes osamos pontificar sobre el recorrido vital de las cosas de la política.

Nos equivocamos –al menos este opinador ocasional y alguno más que recuerdo haber leído o escuchado– al valorar como hábil estrategia la decisión de Rajoy de convocar elecciones en Cataluña lo antes posible; erramos al pensar que el siete evidente que estaba provocando el procés en la economía catalana sería persuasivo para que el independentismo perdiera votos; fallamos al calibrar la capacidad de Arrimadas para aglutinar en una sola opción casi todo el descontento general con el independentismo; y hasta oficiamos con el botafumeiro de las coñas y los memes en Internet, el funeral por el cuerpo y el alma del ciudadano Puigdemont.

Hombre, no me voy a fustigar hasta el punto de atribuirme todos esos errores, pero tampoco me negará el lector, que es observador crítico y si no tiene memoria tira de hemeroteca, que en alguno de esos presupuestos o varios de ellos, nos hemos situados todos en algún momento.

No es la política una ciencia exacta, porque no siempre un hecho tiene las mismas consecuencias ni una declaración recorre el mismo camino hasta morir en los mismos lugares. Pero los políticos y sus juzgadores hablamos y actuamos como si todo pudiera a la vez repetirse y empezar de nuevo, y somos muy dados a construir universos y asentar principios que hasta el soplido del lobo sobre la casa de paja de los cerditos derribaría también sin dificultad.

A la vista de las primeras reacciones tras lo del jueves en Cataluña, hacemos como aquel viejo anuncio de un flan o un yogur, no recuerdo bien: repetimos.

Ya está el derrotadísimo Rajoy levantando la barrera de que la debacle de Cataluña es sólo catalana, y que el estrepitoso corte de mangas que le ha dado allí la ciudadanía al partido del gobierno allí se queda. Ni sus propios votantes han considerado lo que de positivo pudo haber tenido la aplicación del artículo 155, y se lo conceden a Ciudadanos de quien además valoran su compromiso y su disposición a partirse la cara contra el independentismo. Como han hecho no pocos votantes socialistas, dicho sea de paso. Los de Rivera, despreciados al comienzo de la campaña, acusados de ser satélite del PP, han terminado merendándose a los populares y hasta robándole los donuts a algunos de los del colegio socialista.

La muy personal estrategia de Rajoy de dejar que los problemas se pudran o se arreglen solos le ha salido mal en Cataluña. El problema sigue ahí y, a la luz de los resultados electorales, en el mismo lugar y con la misma fuerza que antes. Más incluso, si se mira con la perspectiva de los resultados la metedura de pata de la vicepresidenta diciendo aquello de que el Gobierno había descabezado al independentismo. Se le fue la mano sacando pecho y le mandó un regalo de enorme valor a sus adversarios.

No aprendemos. Como tampoco Podemos y su marca. Esperaban reforzarse como bisagra y puede que lo lleguen a ser, pero mucho menos fuertes. Dicen los analistas que su tibieza o a veces hasta simpatía hacia el independentismo les ha pasado y les pasará aún más factura.

En realidad, tanto sentar cátedra y analizar hechos y nos olvidamos de que desde hace 40 años, con la única excepción de las generales en plena crisis, donde había que apoyarse en lo que fuera para zurrar al poder, este país ha votado mayoritariamente a opciones moderadas de centro derecha o de centro izquierda. Y así lo eran y así se presentaban aunque a la hora de gobernar, sobre todo en el caso el PP en la primera etapa de Aznar, lo de la moderación se quedara sólo en los enunciados y las banderas.

Hoy da la sensación de que en Cataluña la mayoría hasta ahora silenciosa que era contraria a la independencia ha decidido renovar el viejo esquema de voto y dar el suyo a una opción moderada. También el independentismo, porque después de todo, el grupo de Puigdemont quiere la secesión pero desde posiciones políticas también conservadoras.

Si en lugar de darle cera y cuestionar la Transición fuéramos capaces de extraer lecciones de ella quizá no nos hubiera pillado todo esto a contrapié o contracálculo.

Rivera lo vio bien y de ahí el éxito de Arrimadas, incuestionable se mire como se mire y aunque se modere –también el éxito– por la nada desdeñable circunstancia de que los independentistas pueden volver a formar gobierno.

Tenemos que seguir aprendiendo lecciones y si no vemos cuáles, mantener la atención en el rastro que van dejando los que concitan las simpatías y el apoyo popular.

La política es muy hija de puta, pero puede ser agradecida si se le trata de tú a tú con un poco de coherencia, aunque sea en el error,  y alguna idea de futuro.

Lo de Cataluña es una lección para quienes osamos pontificar sobre el recorrido vital de las cosas de la política.

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