Putin gana en Siria

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Hay un creciente runrún internacional que convierte a Basar el Asad en la mejor solución para acabar con el lío de Siria. Entiéndase por lío, una guerra civil que ha causado la muerte a más de 300.000 personas y expulsado de sus casas a la mitad de la población. Todo empezó en marzo de 2011 en una primavera árabe que derivó en guerra. Occidente decidió que Asad era un problema sin tener claro quién o quiénes podrían ser sus relevos. Sucedió lo mismo en Libia.

El régimen de Basar el Asad –heredado de su padre, Hafez– es una dictadura con las manos manchadas de sangre. También lo es el Egipto del general Al Sisi que cuenta con el apoyo de EEUU, o Arabia Saudí, principal suministrador de crudo y exportador de yihadismo. Ser una dictadura nunca ha supuesto un obstáculo para hacer negocios. Esto cambió con las primaveras árabes; además de los intereses económicos entró el marketing, es decir, parecer que nos importaban los derechos humanos.

Les recomiendo la lectura de este texto: Los refugiados no huyen de la guerra, del periodista Javier Martín, una autoridad en el mundo árabe que acaba de publicar un nuevo libro: ¿Qué queda de las primaveras árabes? (Catarata).

En la Asamblea General de Naciones Unidas en Nueva York, que se celebra cada septiembre, han sido varios los líderes que han apuntado a la solución Asad para derrotar al Estado Islámico, llamado también ISIS y Daesh, su acrónimo en árabe. Unos lo han dicho de manera clara, como Hasán Rouhani, presidente de Irán; otros, como David Cameron, con ambigüedad.

Aunque EEUU puede estar de acuerdo, y hay síntomas de que lo está, no puede regalarle esta baza a Vladimir Putin cuando aún no se han apagado los rescoldos en Ucrania. La condición es que se vaya Asad, que ceda el liderazgo a otra figura del régimen, algo que no está en la mesa de negociaciones. Esta exigencia es solo cosmética, para hacer menor dura la pirueta política.

El principal síntoma de que Barack Obama cree que el régimen de Asad es la salida a corto plazo fue la decisión de no bombardearle en agosto de 2013 tras el uso de armas químicas contra unos suburbios de Damasco. La línea roja quedó en papel mojado. Desde entonces, las cosas han empeorado.

Rusia está introduciendo material de guerra en Siria. Pese a las protestas estadounidenses, da la sensación de que hay pacto de dejar hacer a Putin, al menos de momento. Según el mando de la OTAN, Moscú trata de construir una burbuja sobre Siria y tener el control del espacio aéreo. Incluso no descarta sumarse a los bombardeos occidentales. Putin justifica este movimiento en los pactos militares firmados con Siria y asegura que no pasará de ahí si no cuenta con una resolución de la ONU. EEUU no cree a Moscú y recela de sus planes a largo plazo.

La BBC recoge fuentes militares occidentales que muestran su sorpresa por la capacidad de Rusia de mover material de guerra con rapidez, como ya demostró en la crisis de Crimea. En la misma pieza, la cadena de televisión pública del Reino Unido destaca alguno de los peligros a los que se enfrenta Putin. Sobre las opciones militares de Moscú sobrevuela el precedente de Afganistán en 1978. Asad tiene enfrente a Turquía y a la mayoría del mundo árabe suní, encabezados por Arabia Saudí y Qatar, muy activos en la financiación de grupos armados salafistas.

La revista Foreign Policy pide dejar el asunto a Putin y a los ayatolás, aliados en el sostén de Asad y de los alauíes.

Los intentos de crear una nueva fuerza que pueda luchar contra Asad y contra Daesh han fracasado. Los estrategas de Washington parecen olvidar que aún quedan unidades del Ejército de Liberación de Siria. El único éxito ha sido Kobane, donde pelearon los kurdos. Pero decir "kurdos" es garantizarse la inquina de Erdogan que parece decidido a lanzarse a una guerra contra el PKK para frenar el avance electoral del Partido Democrático Popular, pro kurdo y progresista, que sorprendió en las últimas elecciones.

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Por otra lado está Irán, el nuevo aliado, que combate al Daesh en Irak y en Siria, y la guerrilla libanesa de Hezbolá, que también aporta milicianos al bando de Asad. En medio de esta ensalada, Putin ha actuado con rapidez adelantándose a Occidente, que se conforma con algunos bombardeos para parecer que se hace algo. Estos ataques de Francia, Reino Unido, Turquía, EEUU y Australia, además de otros de la fallida coalición árabe, no han detenido al Daesh ni le han obligado a retirarse.

La crisis de los refugiados ha puesto de manifiesto todas las contradicciones de la política occidental, que pensó que los cuatro millones de refugiados que acampan en Turquía, Líbano, Jordania e Irak, sobre todo, no eran un problema que le afectara. Después de cinco años de guerra hemos descubierto a las personas. En este juego simplista ya se ha colado Putin , el único que parece saber cuál es el juego.

La presión migratoria, las opiniones públicas (muy generosas) y los equilibrios políticos de muchos gobiernos, aconsejan solucionar primero la guerra de Siria. Sin guerra no habrá refugiados. Para acabar con la lucha es necesario un plan y correr riesgos. El menor de todos, es que se encargue Asad, que ya nos encargaremos de él después. Ese planteamiento cínico es la base de la política internacional. Funcionó con Sadam Husein mientras sirvió para detener al Irán de Jomeini. Ahora Sadam está muerto e Irán esta a punto de convertirse en la novia o en el novio de la boda. Todo es una gigantesca pirueta sin memoria.

Hay un creciente runrún internacional que convierte a Basar el Asad en la mejor solución para acabar con el lío de Siria. Entiéndase por lío, una guerra civil que ha causado la muerte a más de 300.000 personas y expulsado de sus casas a la mitad de la población. Todo empezó en marzo de 2011 en una primavera árabe que derivó en guerra. Occidente decidió que Asad era un problema sin tener claro quién o quiénes podrían ser sus relevos. Sucedió lo mismo en Libia.

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