Un banco es un atraco al revés, de dentro a fuera

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“Para el avaro, el dinero vale más que cualquiera de las cosas que se podrían comprar con él”.

Un banco es un atraco al revés, de dentro a fuera. Eso lo escribí hace tiempo, pero entonces no era tan verdad como lo es ahora, cuando hemos podido verles las cocinas a las entidades financieras y nos hemos quedado con la boca abierta al descubrir que sus cámaras acorazadas eran una cueva de Alí Babá y los cuarenta ladrones, y muchos de sus jefes una mezcla de oligarca, prestamista y atracador: eran el señor Scrooge disfrazados del gran Gatsby, por fuera magnates parecidos a los de la novela de Scott Fitzgerald y por dentro, usureros como el del Cuento de navidad de Charles Dickens. En España, los gobiernos rojos y los azules proclamaban que el sistema era fuerte, casi invulnerable, unos no aceptaban que hubiera empezado la crisis y otros que se produjese el rescate al que llevó la quiebra y que el Partido Popular negaba con una mano a la vez que con la otra nos robaba la cartera. Pero Europa ha puesto los puntos sobre las íes, eso sí, cuando lo hace siempre, después de que los ciudadanos hayan sido saqueados, y lo que han dicho con otras palabras es que, efectivamente, a lo que entrábamos a una sucursal no era a que guardasen nuestro dinero, sino a que nos lo quitaran. El fallo del Tribunal de Justicia continental sobre las cláusulas suelo y otros gastos notariales, de inscripción en el Registro de la Propiedad o de gestoría, cobrados indebidamente a quienes suscribían una hipoteca en nuestro país, lo que viene a decir es que nos timaban. El juicio por las famosas preferentes de Caja Madrid, describe esa operación como un engaño en toda regla, un fraude, y por eso los perjudicados ganan una tras otra cada una de las demandas que le ponen. Los tejemanejes del antes todopoderoso Rodrigo Rato en Bankia, evidencian lo que algunos de estos individuos hacían con los ahorros de sus clientes. El escándalo de las tarjetas black demuestra que muchos de sus directivos y miembros de su consejo de administración no sólo nos desvalijaron, sino que además se reían de nosotros mientras se lo pasaban en grande a nuestra costa, derrochaban sin límites y vivían como millonarios, disparando al aire con pólvora ajena. “Debajo de las multiplicaciones hay una gota de sangre de pato”, escribió Federico García Lorca en su Poeta en Nueva York, que es un alegato contra las injusticias del capitalismo. Debajo de algunos trajes de tres mil euros, había cosida una bandera pirata. Cuando los números rojos y los desahucios empezaron a azotar a la población, el famoso chiste de Mark Twain, “un banquero es alguien que te presta un paraguas cuando hace sol y te lo quita cuando llueve”, dejó de tener la más mínima gracia.

La cizaña está ahí, pero ¿quién la ha sembrado?

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Así que pasen cinco años, se titula otra obra de García Lorca, y ahora que ya han pasado, están a punto de regresar a Madrid los hombres de negro de Bruselas, porque en marzo nos visitará otra delegación del Fondo Monetario Internacional como la que ya estuvo por aquí en 2012 y tras echarle un vistazo a nuestras cuentas le dijo dos cosas al ministro de Economía, Luis de Guindos, tal y como él mismo reconoce en uno de sus libros, aunque sea también con otras palabras: que el Banco de España o bien no se enteraba de nada o nos había engañado, y que el lastre que suponían la mala gestión, el desfalco y la amenaza de ruina de Bankia nos situaba al borde del abismo. La inyección de liquidez que se le tuvo que poner al enfermo fue, hasta donde se sabe, de veintidós mil millones de euros. Su máximo responsable en aquellos momentos, fue destituido y hoy parece estar a dos pasos de la cárcel. En cuanto al Banco de España, su desprestigio es el mayor de toda su historia. Su director en aquellos momentos va camino de los tribunales y algunos aún recuerdan cómo las dos primeras cosas que hizo su sucesor fueron declarar que había que ser realistas y asumir de buen grado y “por patriotismo” los recortes que se veía obligado a hacer el Gobierno, y a continuación, subirse el sueldo. En una novela de Emilio Salgari, estos vendedores de humo no irían de corbata, sino con un pañuelo negro atado a la cabeza y un parche en el ojo.

Quién sabe qué dirán los inspectores, por ejemplo, del Banco Popular, que ha registrado unas pérdidas de tres mil quinientos sesenta y siete millones en 2016, a pesar de eso le ha asignado una compensación de setenta y cuatro a su antiguo presidente y su cúpula directiva, y, como tantos otros, le echa la culpa a “los activos tóxicos del ladrillo”, como si ese veneno no fuera parte del botín que acumularon en la época de las vacas gordas. Siguiendo esa línea argumental, las entidades financieras se quejan de que la burbuja inmobiliaria les ha estallado entre las manos, igual que si no hubieran tenido nada que ver con ella, y de que les controlen o les hayan obligado a hacer provisiones de capital que garanticen su solvencia, lo mismo que si esas normas no fuesen, por pura lógica, el abc de su oficio. Frente a todo eso, la única solución que se les ocurre es la habitual: fusionarse, cerrar el grifo del crédito, despedir a parte de sus plantillas y cobrar más comisiones por sus servicios, alguna de ellas tan vergonzosa e injustificable como la que ya aplican por sacar dinero de sus cajeros. Y mientras, siguen dándose puestos unos a otros, para recolocarse, a veces tan incongruentes que hasta el BCE ha tenido que abrir una investigación para descubrir si lo que cualquiera puede ver es cierto y resulta absurdo que el antiguo segundo de a bordo del Banco de España, Javier Aríztegui, es idóneo para formar parte de la institución al tiempo que es investigado por colaborar con la sospechosa e irregular salida a Bolsa de Bankia. Por último, el famoso banco malo Sareb parece un cargo de confianza de Esperanza Aguirre: les ha salido rana, no es capaz de vender ni una cantimplora en el desierto. Se han vuelto a equivocar. No dan una. Mala cosa.

No sabemos qué va a dictaminar la comisión que viene de Bruselas, pero sí que en el caso de que haya que hacer más ajustes, se los harán a los de siempre y, si nos presentan otra factura, volverán a pagar justos por pecadores: el neoliberalismo consiste justo en eso. Nos podemos echar a temblar y el presidente y sus ministros dirán que estamos bailando.

“Para el avaro, el dinero vale más que cualquiera de las cosas que se podrían comprar con él”.

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