¿Qué puede salir mal?

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Cuando empieza un año se multiplican por dos los buenos propósitos y las esperanzas, incluso nos sugestionamos pensando que el uno de enero se puede hacer borrón y cuenta nueva, volver de algún modo a la línea de salida, corregir los errores y, si hace falta, empezar desde cero y, si también hace falta, cambiar de vida, como si tuviésemos más de una. Está bien que sea así, el optimismo es una rama del árbol de la inocencia. Este 2025, número impar y, por lo tanto, imposible de partir en dos sin añadirle decimales, comas o medias tintas, también es posible soñar que lo usaremos para hacer algunas mejoras en casa, pero requiere un grado de fe en la humanidad a prueba de bombas, dicho sea en sentido literal. O sea, que hace falta ser muy positivo para pensar, por ejemplo: ¿Qué puede salir mal, con Trump en la Casa Blanca y Putin en el Kremlin? ¿Cómo íbamos a temer que se llenen de misiles el cielo de Moscú y el de Washington con un veterano del KGB que manda envenenar a sus disidentes en un sitio y un tipo sospechoso de ordenar el asalto al Capitolio en el otro? ¿Acaso no son presidentes democráticos, si la gente los vota y en el caso del estadounidense lo hacen setenta y cuatro millones de personas? “Tiene el mar su mecánica como el amor sus símbolos”, dice el poeta Pere Ginferrer. Y la democracia tiene sus matemáticas. O eso les parece a quienes están dispuestos a creer que dos más dos es igual a depende, como dijo en España un todopoderoso ministro de Economía que hizo tantos milagros con las cuentas que acabó en la cárcel.

¿Qué puede salir mal con un genocida como Netanyahu al frente del Gobierno de Israel y con el resto del planeta mirando hacia otra parte para no tener que ver lo que ocurre en Gaza? Es esa entelequia llamada comunidad internacional que ignora lo que sucede en Afganistán, donde los talibanes han vuelto a convertir en seres invisibles y de segunda categoría a las mujeres o, para no irnos tan lejos, en el estrecho de Gibraltar o las costas de las Islas Canarias, cuyos fondos marinos son un cementerio sumergido.

¿Qué puede salir mal con Milei en Argentina y Maduro en Venezuela, ambos primeros espadas de la política histriónica que se lleva en este siglo veintiuno, aunque sea cada uno con su estilo, motosierra o chándal? O de qué vamos a preocuparnos a nivel general, porque esto es un viento negro que sopla en todas partes, por la resurrección de los fascismos, aunque sea con otros nombres y otros antifaces, y por mucho que veamos a las ultraderechas entrar a los parlamentos de los países para devorar las leyes y carcomer los derechos que tanto costó lograr. O a lo mejor es que en el fondo da igual ocho que ochenta, dado que esto va por mal camino, la naturaleza arde por los cuatro costados, las temperaturas suben, los icebergs se deshielan y, mientras los negacionistas crecen, la factura mundial por catástrofes climáticas ha subido este último año a trescientos mil millones. Me pregunto si es que somos a la vez los habitantes de la Tierra más listos y los más necios, los que llegan a la Luna e inventan maravillas tecnológicas o medicinas que curan sus enfermedades y, al mismo tiempo, los únicos que destruyen su propio ecosistema como quien muerde la mano que le da de comer.

En España también recibimos nuestra dosis de extremismos y se escuchan discursos de odio, pero creo que, a pesar de todo y de lo mejorable que resulta, a todas luces, el debate ideológico, si es que aún puede llamársele así, que tanto se ha abaratado y que con tanto ruido y tan pocas nueces crispa por contagio a la opinión pública, nos mantenemos en un grado razonable de convivencia. La gran lucha, sin duda, es la de las conquistas sociales y la defensa de lo público frente a quienes sólo están aquí para hacer negocio y tener el poder con el fin de utilizar las instituciones en su propio beneficio: la lista de la corrupción lo explica a las claras, al menos a cualquiera que no prefiera hacerse el sueco y repetir consignas malintencionadas que, en muchos casos, van encaminadas a empeorar la existencia de quienes las repiten y se darán cuenta de su equivocación cuando tengan que ir al ambulatorio o el hospital y les den cita para dentro de siete meses. 

La gran lucha es la de las conquistas sociales y la defensa de lo público frente a quienes sólo están aquí para hacer negocio y tener el poder

¿Qué puede salir mal? Ojalá que les salga mal todo a quienes defienden la injusticia y la desigualdad, la ley del embudo y un sistema clasista donde unos cuantos se lo queden todo y el resto sobreviva con el agua al cuello. La igualdad entre todos los españoles se demuestra en la consulta del médico y en el aula de la escuela, el colegio o la universidad. Lo contrario también tiene su ciencia exacta y su operación de cálculo: a menos oportunidades, menos democracia. Que este 2025 sea feliz y no deje a nadie atrás.

Cuando empieza un año se multiplican por dos los buenos propósitos y las esperanzas, incluso nos sugestionamos pensando que el uno de enero se puede hacer borrón y cuenta nueva, volver de algún modo a la línea de salida, corregir los errores y, si hace falta, empezar desde cero y, si también hace falta, cambiar de vida, como si tuviésemos más de una. Está bien que sea así, el optimismo es una rama del árbol de la inocencia. Este 2025, número impar y, por lo tanto, imposible de partir en dos sin añadirle decimales, comas o medias tintas, también es posible soñar que lo usaremos para hacer algunas mejoras en casa, pero requiere un grado de fe en la humanidad a prueba de bombas, dicho sea en sentido literal. O sea, que hace falta ser muy positivo para pensar, por ejemplo: ¿Qué puede salir mal, con Trump en la Casa Blanca y Putin en el Kremlin? ¿Cómo íbamos a temer que se llenen de misiles el cielo de Moscú y el de Washington con un veterano del KGB que manda envenenar a sus disidentes en un sitio y un tipo sospechoso de ordenar el asalto al Capitolio en el otro? ¿Acaso no son presidentes democráticos, si la gente los vota y en el caso del estadounidense lo hacen setenta y cuatro millones de personas? “Tiene el mar su mecánica como el amor sus símbolos”, dice el poeta Pere Ginferrer. Y la democracia tiene sus matemáticas. O eso les parece a quienes están dispuestos a creer que dos más dos es igual a depende, como dijo en España un todopoderoso ministro de Economía que hizo tantos milagros con las cuentas que acabó en la cárcel.

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