¿Y si pudiéramos haberlo evitado?

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Mariana, Silvia, Lisa, Ascensión, Paqui… y la última: Soraya. Once han sido en lo que va de 2016 las víctimas del terrorismo machista. Pueden ponerse peros y hasta pueden alimentarse polémicas como la que ha prendido por la poco oportuna comparación de una diputada aragonesa de Podemos de un asesinato machista con el de Miguel Angel Blanco, pero lo cierto es que terrorismo, en su acepción de “dominación por el terror” o “sucesión de actos de violencia ejecutados para infundir terror”, casa perfectamente con esa insoportable realidad del maltrato continuado hasta la muerte.

No son pocas las mujeres cuya vida es violentamente arrebatada por un hombre que tienen un expediente previo de maltrato. Parejas en las que él ejerce de manera más abierta o más sutil un dominio sobre la voluntad de la mujer, que acepta por miedo, falta de autoestima o a veces por no ser consciente de esa posición de sometimiento. No es difícil confundir el amor con la dependencia. Querer no requiere controlar, del mismo modo que la tolerante aceptación no es una expresión de manifiesto acuerdo.

Más de 330 mujeres han muerto desde 2010 por la acción de hombres con los que convivieron y de los que quisieron escapar. El último año, 64.

España es un país en el que existe una conciencia social palpable sobre la gravedad de este drama, pero sigue habiendo asesinatos de mujeres y una preocupante tendencia entre la gente muy joven a normalizar algunas actitudes y comentarios machistas e incluso la intrusión en la vida privada de las chicas por parte de sus novios o “amigos”.

Es en gran medida una cuestión de educación en la familia y en los colegios, pero también de responsabilidad en los medios de comunicación o en las instituciones, demasiado relajados todos a veces ante chispazos de intolerancia sexista.

Hay que saber verlo, y detenerlo. De forma radical.

Y probablemente hacer algo más de presión sobre los legisladores y los encargados de aplicar la ley. No puede ser que se valore como “riesgo mínimo” la actuación de un tipo que secuestró, ató y amenazó a su ex pareja, y tan sólo se determine su alejamiento. El resultado final de esa tibieza es ese nuevo espanto del asesinato de Soraya y el suicidio del asesino.

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Bien. Eso, y que los jueces se tomen en serio como colectivo toda amenaza y –desde luego– cualquier acción delictiva, como la que en el caso de Soraya precedió y –claramente– predijo su asesinato.

Un día de estos vuelve a girar la rueda y otro acto de terrorismo machista acaba con otra mujer. ¿Y si pudiéramos haberlo evitado?

Mariana, Silvia, Lisa, Ascensión, Paqui… y la última: Soraya. Once han sido en lo que va de 2016 las víctimas del terrorismo machista. Pueden ponerse peros y hasta pueden alimentarse polémicas como la que ha prendido por la poco oportuna comparación de una diputada aragonesa de Podemos de un asesinato machista con el de Miguel Angel Blanco, pero lo cierto es que terrorismo, en su acepción de “dominación por el terror” o “sucesión de actos de violencia ejecutados para infundir terror”, casa perfectamente con esa insoportable realidad del maltrato continuado hasta la muerte.

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