No podemos decir que se cumplieron los peores vaticinios, puesto que el resultado fue aún más adverso para la izquierda. El presidente de la Junta de Andalucía Juanma Moreno obtuvo una mayoría absoluta más clara de lo que se esperaban las encuestas que manejaba el Gobierno, lo que ahorra al Partido Popular de Feijoó cualquier dilema respecto a qué hacer con Vox. Si bien el hecho de que Vox no tenga ningún poder de negociación en Andalucía es una buena noticia, la izquierda tiene al menos dos motivos para acogerla con alerta. En primer lugar, porque lejos de representar un dique frente a la ultraderecha, el oportunismo del PP los llevará a pactar con Vox y concederles lo que necesiten allá donde les haga falta, incluido el Gobierno de España. En segundo lugar, y clave frente a las elecciones generales, marca el fin de la estrategia del “nosotros o la ultraderecha” que ha movilizado a tanto votantes estos años. Como escribe el investigador Javier Carbonell, el problema de usar constantemente la estrategia de Pedro y el lobo es que la gente le acaba perdiendo el miedo al lobo. Ha llegado el momento de que la izquierda pase de la defensiva a la ofensiva.
En primer lugar, para lanzarse a la ofensiva de 2023 el Gobierno ha de utilizar todo su arsenal de aquí a las elecciones. Como señalaba el analista Daniel Guisado, es un absoluto despropósito que en plena resaca electoral del desastre de Andalucía el Gobierno anunciara que reduce el IVA energético del 10% al 5%, ¡una propuesta enarbolada repetidamente por el Partido Popular en nuestro país y que la Comisión desaconsejó! En lugar de apostar por una agenda ambiciosa que, por ejemplo, grave los beneficios de las multinacionales eléctricas (como sí ha hecho la Italia de Draghi), ha apostado por una propuesta tímida y contraproducente. Tímida, porque apenas beneficiará al usuario y porque no se enfrenta a los grandes poderes del sector de la regulación energética; contraproducente, porque como sugieren numerosas investigaciones, cuando expire la reducción temporal, los precios subirán. Es decir, que habrá un efecto rebote que afecte negativamente a los consumidores.
En lugar de esto, el gobierno de coalición ha de profundizar en la agenda abierta por la reforma laboral —que por fin ha puesto coto a la temporalidad— o por el Ingreso Mínimo Vital, dos medidas económicas que tienen un efecto visible en el bienestar de la mayoría de los españoles. La lección de la debacle de Andalucía es que, en un contexto de polarización en dos bloques y tras la constatación de que los votantes de Ciudadanos han vuelto al Partido Popular u optado por Vox, el PSOE tiene que superar el espejismo de que debe capturar el centro político. Por tanto, tiene poco más de un año para llevar a cabo reformas que mejoren el bienestar material de la mayoría de los españoles sin miedo a enfrentarse a poderes como el de las energéticas. Aplicar recetas que —literalmente— son análogas a las del PP solo les llevará a repetir los resultados. Para que les bajen el IVA, ya tienen a Feijoó.
En segundo lugar, cuando llegue la campaña, los partidos de la izquierda deberán proponer políticas públicas transformadoras capaces de conectar con la mayoría social española. Pese a la arrolladora victoria de Moreno Bonilla, la vencedora silenciosa de las elecciones andaluzas fue la abstención. Como argumentaba el académico Paolo Gerbaudo, una de las lecciones que nos dejan las elecciones de nuestro entorno es que en un contexto en el que se ha agotado el “momento populista”, la izquierda tiene que dejar de hablar de conquistar los cielos para pasar a hablar de reformas socialdemócratas concretas. Así, las izquierdas españolas harían bien en centrarse en propuestas a corto plazo como la reducción de la jornada laboral a 20 horas por semana o el acceso de los jóvenes a la vivienda y, a largo plazo, en propuestas como la herencia universal, la cogestión en las empresas y, por supuesto, la emergencia climática. Solo con propuestas así podrá explicarse y legitimarse algo necesario tanto en términos de justicia social como en términos de eficiencia económica: una reforma fiscal para igualar rentas del capital y rentas del trabajo, y mejorar la progresividad del sistema tributario en su conjunto.
El gobierno de coalición ha de profundizar en la agenda abierta por la reforma laboral o por el Ingreso Mínimo Vital, dos medidas económicas que tienen un efecto visible en el bienestar de la mayoría de los españoles
En tercer lugar, la izquierda ha de cuidar la organización de sus partidos. No todo es discurso; como el economista político Jorge Tamames investiga en su libro La brecha y los cauces, lo que explicó la divergencia entre el proyecto de Bernie Sanders con otros movimientos populistas no fue tanto lo discursivo, sino la atención a crear redes de base (“grassroots”) por todo el país. Sabemos por múltiples investigaciones que los partidos políticos de izquierdas se han desligado de la sociedad civil a través de un repliegue sobre sí mismos. Esta “cartelización” de los partidos ha llevado a que pasaran de ser espacios relativamente democráticos en los que los militantes participaban activamente, e incluso conocían a sus amigos o parejas, a espacios dominados por una élite hermética sin contrapesos internos. Si bien este déficit organizativo es más fuerte en los diferentes grupos a la izquierda del PSOE (con la desaparición de la mayoría de círculos), el PSOE —como sus homólogos socialdemócratas europeos— ha sufrido durante décadas este proceso de cartelización. Por ello, estas izquierdas tendrán que volcarse en fomentar y nutrir estos movimientos de base. Asimismo, las izquierdas harían bien en interesarse más por desarrollar redes entre aquellos actores que tienen mayor capacidad de influir en la opinión pública: periodistas, fundaciones y think tanks. En este sentido, el contraste con la derecha es claro, quienes desde la década de los 70 han sabido financiar y utilizar estas redes para legitimar sus propuestas económicas y sociales. Necesitamos una izquierda que pase a la ofensiva en el frente de la opinión pública con ideas que rompan los marcos de la derecha y de la ultraderecha.
Por último, para que esta ofensiva sea eficaz, la izquierda ha de analizar cuidadosamente el sistema electoral en el que compite. Así, si bien no tiene sentido fetichizar un único frente de izquierdas como el francés, la izquierda ha de concurrir con dos partidos a nivel nacional (al margen de lo que suceda en Cataluña y el País Vasco). Esto implica que los partidos a la izquierda del PSOE se entiendan en una sola candidatura que no divida el voto como en Andalucía. Efectivamente, todas las izquierdas en una sola candidatura no suman; pero dividir el voto en tres o más partidos no solo dificulta obtener escaños en las circunscripciones más pequeñas, sino que además profundiza el desencanto entre los votantes de izquierdas que sienten que sus líderes (y sobre todo exlíderes) no son capaces de ponerse de acuerdo.
Nadie sabe qué tiene que hacer la izquierda para vencer unas elecciones a las que llega tocada. No obstante, sí es evidente que aplicar las políticas económicas del PP, basar el discurso en hacer frente a Vox, descuidar lo organizativo y presentarse a las elecciones dividida en una miríada de grupúsculos, no funcionará. Es hora, por tanto, de pasar al ataque.
No podemos decir que se cumplieron los peores vaticinios, puesto que el resultado fue aún más adverso para la izquierda. El presidente de la Junta de Andalucía Juanma Moreno obtuvo una mayoría absoluta más clara de lo que se esperaban las encuestas que manejaba el Gobierno, lo que ahorra al Partido Popular de Feijoó cualquier dilema respecto a qué hacer con Vox. Si bien el hecho de que Vox no tenga ningún poder de negociación en Andalucía es una buena noticia, la izquierda tiene al menos dos motivos para acogerla con alerta. En primer lugar, porque lejos de representar un dique frente a la ultraderecha, el oportunismo del PP los llevará a pactar con Vox y concederles lo que necesiten allá donde les haga falta, incluido el Gobierno de España. En segundo lugar, y clave frente a las elecciones generales, marca el fin de la estrategia del “nosotros o la ultraderecha” que ha movilizado a tanto votantes estos años. Como escribe el investigador Javier Carbonell, el problema de usar constantemente la estrategia de Pedro y el lobo es que la gente le acaba perdiendo el miedo al lobo. Ha llegado el momento de que la izquierda pase de la defensiva a la ofensiva.