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La cumbre de presidentes se salda sin acuerdos pero con un frente abierto en el PP por la quita de la deuda

Presidentes, pasen de la expectación a la expectativa

Hay quien sostiene que España ya no es un Estado de Derecho. Puede sonar a broma, pero no es una exageración. Lo dicen con insistencia, con palabras más o menos gruesas, los máximos dirigentes del primer y tercer partido de España, que tienen millones de votos y un número de escaños en el Congreso que se acerca a la mayoría absoluta. 

Ni los académicos que estudian al detalle la calidad de las democracias ni la Unión Europea que elabora informes y dicta sanciones parecen haberse enterado. Pero ellos no importan electoralmente en España. 

Si España ya no es un Estado de Derecho, dicen sus supuestos defensores, es porque el Gobierno controla o está colonizando todos los poderes. En ese contexto es verdaderamente milagroso, casi heroico, que el poder económico, tan crítico, florezca con exuberancia y resultados récord (para muestra, lo que dice el nada sospechoso The Economist), que el legislativo no deje de dar dolores de cabeza al Ejecutivo o que la opinión publicada le sea mayoritariamente adversa. ¡Qué régimen autoritario tan extraño!

Este viernes, la presidenta del CGPJ presuntamente progresista, Isabel Perelló, emitió un inusual comunicado a título particular (esto es, sin consultar al CGPJ) en el que rechaza que haya quien cuestione “de forma generalizada y permanente” la labor de los jueces, atribuyéndole “sesgos políticos” que desembocan en un “grave daño institucional”. 

Sus palabras fueron inmediatamente interpretadas como una crítica a Pedro Sánchez y su frase sobre las “cartas marcadas” con las que, según él, juega el PP por su cercanía al sector conservador de la Justicia, que es el mayoritario sin que nadie lo dude. De nuevo, qué curioso. Mientras las asociaciones conservadoras copan la cúpula del Poder Judicial (sin perspectiva de que eso cambie en ningún momento), el PP impone a fuerza de bloquearlo un nuevo CGPJ en el que él decide qué progresista puede presidirlo; cuando la esposa del presidente, su hermano, el Fiscal General o el ex número dos del PSOE han sido señalados por la Justicia en casos de mayor o menor credibilidad, ¡la Justicia y la democracia se sienten violentadas y están en peligro! 

En Santander no hubo acuerdos, pero sí una enorme dosis de normalidad democrática, nada que ver con la enorme tensión dentro de la M-30 institucional… y geográfica

Es evidente que vivimos en un Estado de Derecho, pero también en uno de expectación. Según la primera definición de la RAE, expectación significa “espera, generalmente curiosa o tensa, de un acontecimiento que interesa”. A la espera de un advenimiento de un cambio de Gobierno (que es “lo que interesa”), “tensión”. Aunque sea de las formas más “curiosas” e increíbles. Basta con que alguien se las crea. 

España vive un Estado de expectación, de espera al próximo shock que durará hasta el siguiente telediario. Una suerte de espectáculo permanente, muy poco edificante, que pretende entretener la espera y facilitar “el acontecimiento que interesa” a base de insuflar desánimo y, aún más importante, una profunda desmovilización del adversario que acabe decantando definitivamente la balanza.

Este viernes resultó muy tranquilizadora la exacta aplicación del protocolo que llenó de banderas el Palacio de la Magdalena en Santander. Allí se presentaron, afables pero firmes en sus reivindicaciones, todos los presidentes autonómicos sin excepción, también el catalán Salvador Illa, sin que eso sea ya noticia. 

Se reunieron con el presidente y varios ministros de su Gobierno, acompañados para la foto por un rey sonriente, la presidenta del Congreso y el del Senado, en un acto de plena normalidad democrática (¡la excepción que confirma la regla!, dirán los cenizos) y excelente puesta en escena que proyecta una buena imagen de España. Una cumbre de país en toda regla en el que cada uno expresó sus posiciones sobre vivienda, migraciones, sanidad o financiación autonómica. Por cierto, en un tono infinitamente más constructivo que el que se respira en las Cortes, según reconocieron varias fuentes presentes en la reunión.

La conferencia de presidentes fue una demostración de diversidad y de normalidad democrática, pero de falta de resultados. Faltó pasar de la expectación a la expectativa real, que casi nadie tenía antes de comenzar la reunión. De la “esperanza” o “posibilidad de que algo suceda”, según el diccionario.

Es, claramente, falta de voluntad. El PP prometió llegar con un frente común, pero lo hizo también sin alternativa. Es una constante en la política actual que contribuye a que se pudran los problemas. Pongamos como ejemplo la financiación autonómica: todas las comunidades se sienten infravaloradas pero en el seno de los partidos no hay mimbres para un acuerdo que satisfaga a todas. En consecuencia: es cómodo impugnar los acuerdos del Gobierno con la Generalitat de Cataluña, pero estéril, porque el modelo que lleva 10 años caducado no se reforma. Veremos cómo respiran en enero cuando puedan ver su deuda con el Gobierno, esa que consideraban hasta ahora injusta, condonada,  como pedían. 

Lo mismo en migración, con el agravante de que la situación es urgente, los Gobiernos de Canarias y Ceuta, donde gobierna el PP, son proclives a un acuerdo, y afecta a menores cuyos derechos se ven atropellados. Pero pesa más el miedo a que un Vox que ya abandonó los Gobiernos autonómicos los deje ahora sin Presupuestos. Qué decir de la vivienda, problema acuciante de la juventud (pero no sólo), un asunto que las comunidades se resisten en su mayoría a atajar, pese a los instrumentos que les brinda la ley de vivienda, quedándose en pedir rebajas de impuestos que reforzarían la voracidad de un mercado cuya avaricia se ha demostrado insaciable. 

En otras palabras, más que una mayor comunicación y preparación de los temas (que no vendría mal), más que el diseño de nuevos foros o la reforma de la conferencia de presidentes, lo que falta es voluntad política. Falta pasar de la expectación, tan fácil de generar con tensión, pero tan efímera, a una expectativa de acuerdos, a una alternativa, que implica generosidad y disposición a acordar.

Eso compromete a todos los actores. Si la derecha sólo tiene la expectativa de un cambio de Gobierno (sin que se conozca en realidad su proyecto alternativo), la izquierda necesita también un horizonte en positivo que no sea sólo evitar que se abran paso las políticas conservadoras en una de las escasas democracias progresistas de entre los grandes países.

En cualquier caso, el clima de Santander no es un mal punto de partida que contrasta con la enorme tensión que hay dentro de la M-30 institucional… y geográfica. 

Por cierto: el único que no estuvo en la cita de Santander en la que imperó la corrección, ya es casualidad, fue Alberto Núñez Feijóo, un dirigente que presume de moderación pero que ejerce una oposición en algunos aspectos mucho más dura que la de Pablo Casado. Un expresidente autonómico ahora sin poder institucional, aunque claramente con prisas por alcanzarlo, como recientemente le recordó Aitor Esteban en el Congreso. Y para colonización de las instituciones, dejando a un lado la Justicia, está hasta RTVE y la intención de fulminar a varias de sus principales caras, como cuenta aquí Jesús Maraña. Si intenta algo así desde la oposición, ¿qué expectativa cabría imaginar si llegase al Gobierno?

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