El dato es llamativo. A Galicia sólo le gana un país en tasa de mayores de 65 años: Japón. Allí, un 29% de la población ha superado esa edad, mientras que en Galicia lo ha hecho el 26%, siendo la segunda autonomía más envejecida tras Asturias. Galicia tiene cada vez más arrugas. La población mengua, algo que no ocurre en el resto de España. Desde 2010, Galicia ha perdido tantos habitantes como tiene Ourense, la tercera ciudad de la comunidad: unos 107.000. Según el INE, sólo un concello, Ames, al lado de Santiago pero con precios más asequibles, tiene más nacimientos que defunciones.
Hay muertes, récord a la baja de natalidad y mucha emigración, también de jóvenes formados que se ven obligados a buscarse la vida fuera. Galicia siempre ha sido exportadora: de pescado o productos agroalimentarios, ahora de energía eólica (sin que revierta apenas en la riqueza local), pero históricamente de buena y barata mano de obra, como consecuencia de una enorme pobreza. Ahora, exportamos talento, técnicos y universitarios bien formados en los campus de las grandes ciudades y obligados a comerse el mundo fuera por no tener oportunidades atractivas (u oportunidades, a secas) en casa.
La Xunta presume de datos de empleo (en términos EPA, Galicia está dos puntos por debajo de la media española en tasa de paro), pero se olvida de la enorme sangría en la población activa. Si hay menos personas para trabajar (porque son mayores o porque han emigrado), el dato deja de ser tan bueno. Japón, por cierto, se sitúa en el entorno del 2,5%. No en todo vamos a ser japoneses. Tampoco en su potencia económica.
La pregunta es si tiene arreglo. O si Galicia está condenada porque carece de recursos naturales o de agua, como ocurre en otras zonas de España y del mundo. Cabe preguntarse si Galicia no tiene posibilidades para desarrollar su industria o si es una tierra incapaz de atraer turismo o visitantes (desde hace más de un milenio), si no es capaz de formar a sus jóvenes para que compitan en un mundo global.
Es difícil de entender cómo una comunidad con tantas posibilidades y un horizonte demográfico explosivo no se revuelve por dentro mientras ve los años pasar y las tendencias agudizarse
Sobran ejemplos de lo contrario. De ciudadanas y ciudadanos brillantes (y de muchos más enormemente ingeniosos), ejemplos de empresas punteras (qué decir de Inditex, un gigante mundial con sede a unos kilómetros de la Torre de Hércules), cultura y atractivo. A ver si va a ser que podemos gestionarnos un poquito mejor.
Hace unos días, Fernando Varela diseccionaba en infoLibre el retroceso industrial y económico. El índice de producción industrial estaba en 2022 al 80% de lo que representaba en 2008, con marchas sonadas y otras inminentes, como la central de Alcoa, con cierto protagonismo en campaña. La fusión de las cajas gallegas (“solvencia e galeguidade”, presumió Feijóo en la foto con sus máximos responsables) acabó en fiasco (la entidad se la quedó capital foráneo), rescate del Estado y directivos en la cárcel. Otras grandes promesas se quedaron en nada.
La situación no es buena, entre otros motivos, porque el sujeto político que tiene que decidir sobre ella (Galicia en unas elecciones gallegas) apenas ha tenido estos elementos en cuenta en unos comicios tradicionalmente menos interesantes para el electorado, que en consecuencia se abstiene más que en las municipales o generales.
Como si dirigir la Xunta, que según su Estatuto de Autonomía tiene la competencia en Industria, fuese un trabajo burocrático, de mantenimiento. De salir a empatar mientras nos entretenemos con otras cosas. Como si desde la Xunta no se pudiera dar un gran impulso político y económico a la comunidad en vez de sólo quejarse de que otras juegan mejor sus cartas. Como si hubiera que conformarse con “ir indo” (ir tirando) y confiar en alguna rebajita de impuestos que pueda ahorrar unos euros, generalmente a rentas más altas que bajas, mientras se restan recursos a lo público, esa fuerza tractora imparable cuando se usa bien.
Es difícil de entender cómo una comunidad con tantas posibilidades y un horizonte demográfico explosivo no se revuelve por dentro mientras ve los años pasar y las tendencias agudizarse. Y no será porque “Galicia funciona”, como pregona el lema de un PP cuya campaña electoral también envejece a pasos agigantados.
El dato es llamativo. A Galicia sólo le gana un país en tasa de mayores de 65 años: Japón. Allí, un 29% de la población ha superado esa edad, mientras que en Galicia lo ha hecho el 26%, siendo la segunda autonomía más envejecida tras Asturias. Galicia tiene cada vez más arrugas. La población mengua, algo que no ocurre en el resto de España. Desde 2010, Galicia ha perdido tantos habitantes como tiene Ourense, la tercera ciudad de la comunidad: unos 107.000. Según el INE, sólo un concello, Ames, al lado de Santiago pero con precios más asequibles, tiene más nacimientos que defunciones.