Hay muchas razones para dar el voto. Participar supone antes que nada un acto de confianza en la democracia. Entre las muchas dinámicas que quieren convertirlo todo en una farsa, provocar la desconfianza democrática se ha convertido en una estrategia principal del autoritarismo populista. La denuncia de que los resultados son un pucherazo, tan movida por Trump y Bolsonaro en sus derrotas electorales, forma parte de la estrategia de degradación institucional que se ha promovido a golpe de bulo y de impudor. El autoritarismo tiene como primera necesidad quitarle autoridad a la política. Un buen resumen de lo que es una dictadura lo representa la escena famosa de nuestro Caudillo por la gracia de Dios, aconsejando a la gente que no se metiera en política. Cuentan que Franco le dijo a Pemán: haga como yo, no se meta en política.
Ha sido triste la alegría con la que, en esta campaña electoral, se han comentado las noticias sobre la compra de votos. Por un lado y por el otro. Lo que en ocasiones anteriores fue un detalle aislado o poco significativo, el despropósito de un sinvergüenza, ha querido presentarse ahora como un mal del sistema, un síntoma que expulsa el sentimiento de verdad de la participación política. La tentación de degradar al adversario, ¡oye, mira lo que están haciendo los tuyos!, ¿y los tuyos, qué?, se convierte en una degradación general de la democracia en favor de las nuevas estrategias mediáticas del autoritarismo.
La denuncia de que los resultados son un pucherazo, tan movida por Trump y Bolsonaro en sus derrotas electorales, forma parte de la estrategia de degradación institucional que se ha promovido a golpe de bulo y de impudor
La propia política se hace cómplice de su deterioro cuando convierte los discursos en una apuesta por la crispación, el insulto y la caricatura. Amanece, sale el sol, la vida va más o menos bien, se resuelven los problemas que provocan una pandemia o una guerra, dentro de lo que cabe no podemos quejarnos, se toman medidas que dan resultado…, pero resulta que estamos en manos de un Gobierno canallesco que forma parte de una conspiración antipatriótica para empujar a la nación al borde del precipicio. Esa perpetua declaración de alarma es grave, y no ya porque gane votos a través de los nervios y los instintos, sino porque a la gente más calmada y cotidiana la aleja de la política y la convence de su falta de conexión con la realidad.
Así que nos miramos al espejo y nos decimos: no se meta usted en política. La abstención pude ser un acto de cansancio, indiferencia o responsabilidad ante lo que significa la expresión “dar el voto”. Es una expresión que recoge el diccionario de la RAE para definir la palabra votar: “Dicho de una persona: dar su voto”. Claro que conviene seguir leyendo la definición para no olvidarnos de que formamos parte de una sociedad y nos da forma un sentido de pertenencia. Votar es “decir su dictamen en una reunión o cuerpo deliberante, o en una elección de personas”.
Vivir en sociedad nos responsabiliza con los demás, pero también con nosotros mismos, porque el tejido de la convivencia nos vincula, nos exige y nos defiende a la vez. Por eso debemos seguir con el diccionario, en la previsión de los acontecimientos, para no olvidar que la palabra votar significa también “echar juramentos” o “hacer voto a Dios o a los santos”.
No se meta usted en política, esta vez no voy a votar. Como la vida del ahora, además de invitarnos a ser antipolíticos, nos convierte más que antes en seres unidimensionales, con poco sentido de la comunidad, encontramos muchos motivos para tomar distancias no ya de lo ajeno, sino de lo propio. No voto a los míos porque no me gustan las listas, porque en un debate recibí una herida, porque falta o sobra una cuestión en el programa, porque mejor que se lleven o nos llevemos un palo, porque estoy defraudado, porque todo da igual. El rencor se suma así a la indiferencia, el cansancio o el descrédito.
Dar el voto no es entregar un cheque en blanco. Es una forma de sentirse partícipe, de negarse al vacío, de ponerse una vez más en camino para seguir debatiendo, criticando, defendiendo detalles. Se trata de darse sin renunciar a uno mismo. Se trata de apostar por la democracia.
Hay muchas razones para dar el voto. Participar supone antes que nada un acto de confianza en la democracia. Entre las muchas dinámicas que quieren convertirlo todo en una farsa, provocar la desconfianza democrática se ha convertido en una estrategia principal del autoritarismo populista. La denuncia de que los resultados son un pucherazo, tan movida por Trump y Bolsonaro en sus derrotas electorales, forma parte de la estrategia de degradación institucional que se ha promovido a golpe de bulo y de impudor. El autoritarismo tiene como primera necesidad quitarle autoridad a la política. Un buen resumen de lo que es una dictadura lo representa la escena famosa de nuestro Caudillo por la gracia de Dios, aconsejando a la gente que no se metiera en política. Cuentan que Franco le dijo a Pemán: haga como yo, no se meta en política.