Mi tía Mari Carmen me echó una gran regañina cuando se enteró de que me había ido de la lengua. Yo era el mayor de muchos primos cuando tenía 9 años. Ahora la mayoría son mayores que yo, porque han avanzado en sus edades de manera más decente, dispuestos a madurar como es debido. Pero yo era el mayor en el año 1967, y no supe morderme la lengua un día 5 de enero, mientras veíamos la cabalgata de los Reyes Magos frente a la tienda de música que regentaba mi abuelo en Granada. Evocación de un mundo: la cabalgata de los Reyes Magos vista en la calle Reyes Católicos de Granada.
Les conté a mis primos que los Reyes Magos eran los padres. Nunca sentí demasiada mala conciencia por este episodio; incluso llegué pronto a considerar que fue el primer peldaño en una escalera de disidencias por la que he subido y he bajado mucho a lo largo de la vida. Mi culpa por aquel incidente infantil, además, se compensó unos años después cuando tuve que gastar una parte notable de mis esfuerzos vitales en consolar a mis hijos de un descubrimiento más amargo: los padres no somos Reyes Magos, tenemos vicios, manías, solemos fallar y querernos supone un acto de supervivencia identitaria más que de egoísmo o amor interesado.
Así que mi relación con los Reyes Magos ha dependido mucho de las circunstancias. Las carreras ilusionadas con las que llegaba al salón de la casa infantil la mañana del 6 de enero y el orgullo posterior de descubrir una primera verdad (los Reyes son los padres), dieron paso a las carreras ilusionadas con mis hijos y, más tarde, al descubrimiento de una segunda verdad (los padres no son Reyes). Yo soy yo y mis circunstancias, decía el filósofo. Sus Majestades de Oriente son sus Majestades y sus circunstancias, digo yo.
Escribo todo esto porque tengo unas ganas enormes de recuperar la ilusión desde que Donald Trump, un señor de 72 años, presidente de los EE.UU, le dijo a un niño de siete años que Papá Noel no existe. Tanto se ha infantilizado el mundo, la educación, la información, la vida…, que ahora puede llegar a presidente de la primera potencia un niño mal educado que va de listo y cuenta que los Reyes son los padres sin haber tenido oportunidad ni capacidad de aprender que los padres no son Reyes.
La invitación de dejar de creer en Papá Noel baja hasta los 7 años el listón neoliberal del cinismo y el descrédito de las instituciones. Ni valores compartidos, ni tradiciones respetables, ni Estado, ni servicios públicos, ni respeto al vocabulario democrático de la igualdad. Aquí se trata de convertir en negocio la palabra libertad, dejándola en manos del más fuerte. De las sospechas sobre Dios, la moral y el poder económico, hemos llegado a la sospecha centrada en Papá Noel. No me digan ustedes que no es hora de replantearse la dinámica de la sospecha y la falta de respeto a las instituciones. Conozco profesores de literatura que en vez de estudiar a Cervantes o Rosalía de Castro, llevan años analizando pintadas callejeras o viendo películas. Y por ahí no creo que pueda seguir el progresismo, si es que queremos un mundo no gobernado por sabios como Donald Trump y sus votantes.
Ya que no existe Papá Noel, voy a escribirle con orgullo una carta a los Reyes Magos. Son figuras menos protestantes, menos individualistas, y más partidarias del trabajo en común. Algo tendrán que decir Melchor, Gaspar y Baltasar ahora que Papá Noel y Santa Claus sucumben a la barbarie de sus propios hijos. Es hora de tomarse en serio una nueva estrategia para vencer a los poderes salvajes.
En mi carta a los Reyes Magos, quiero pedirles un nieto. Es la forma más segura de volver a madrugar con ilusión los días 6 de enero. Pero lo tengo difícil, porque mis hijos cumplen años en medio de la incertidumbre. Soy consciente de que mi vida ha coincidido con los mejores años de la historia de España. Así es, pero me están dejando sin postre. La pérdida de derechos, la dinámica laboral, el precio de la vivienda y el futuro sin ilusiones, Papá Noel o Reyes Magos, han puesto las cosas muy complicadas a la juventud.
Sé que la juventud, como casi siempre, encontrará una solución de acuerdo a sus vidas. Pero yo quiero tener un nieto. A ver si nos ponemos de acuerdo y nos dejamos de mil batallas para centrarnos en lo importante: un nieto, una sociedad equilibrada en la que los ricos paguen impuestos, un dinero público que nadie robe y se dedique a servicios de Estado, trabajo decente y una idea de libertad que no se identifique con los negocios del más fuerte, sino con un marco de convivencia y conciliación que asegure la igualdad.
Ya sé que en un mundo de cristales rotos hay mil reivindicaciones, cada loco con su buen tema. Pero deberíamos centrarnos en un relato democrático sencillo, convincente y unificado a la hora de pedirle algunas cosas al 2019 en nuestra carta a los Reyes Magos.
Mi tía Mari Carmen me echó una gran regañina cuando se enteró de que me había ido de la lengua. Yo era el mayor de muchos primos cuando tenía 9 años. Ahora la mayoría son mayores que yo, porque han avanzado en sus edades de manera más decente, dispuestos a madurar como es debido. Pero yo era el mayor en el año 1967, y no supe morderme la lengua un día 5 de enero, mientras veíamos la cabalgata de los Reyes Magos frente a la tienda de música que regentaba mi abuelo en Granada. Evocación de un mundo: la cabalgata de los Reyes Magos vista en la calle Reyes Católicos de Granada.