Hay versos que acompañan a lo largo de la vida. Uno los recuerda, los dice, los habita. A veces no se trata de una cuestión de calidad. El poeta César Vallejo es autor de versos definitivos, humanos, llenos de cálices y heraldos. El lenguaje se somete a la poesía verdadera a través de la sintaxis y de los adverbios. Y, sin embargo, las palabras suyas que regresan a mis labios con más empeño tienen mucho de ocurrencia ocasional. Así acaba el poema “Gleba”: “y, en fin, suelen decirse: allá, las putas, Luis Taboada, los ingleses; allá ellos, allá ellos, allá ellos!”.
Los labriegos, los hombres a golpes, los que crecen en los peligros, los que sostienen el peso de las herramientas, los que tienen que respirar en secreto, acaban confirmando en un momento de su vida que son iguales las putas y los ingleses. Pero mete por medio a Luis Taboada, un crítico literario peruano de madre inglesa. Así que en el fondo del poema late la ocurrente necesidad de llamarle hijo de puta a un crítico literario hostil. Claro que, de forma inevitable, y con perdón de las putas, el protagonismo de esta declaración se lo acabaron llevando los ingleses.
La verdad es que en Inglaterra maduró el pensamiento democrático moderno. Y digo pensamiento, porque no sólo entraban en juego formalidades jurídicas a la hora de definir el contrato social, el parlamento y el derecho al voto. Había también que embellecer las pasiones medievales, los pecados, transformando sus egoísmos turbios en el concepto más digno de interés. Las razones de Estado vinieron a sustituir las razones de Establo, y los intereses privados modelaron de manera filosófica los instintos del lobo para definir en armonía un espacio público.
La cultura democrática debe mucho a los ingleses. También el Romanticismo, esa crisis cultural de la Ilustración que vino a intuir el fracaso del contrato social y la mentira de la felicidad pública. Como denunció nuestro Mariano José de Larra, las razones de Estado y los intereses no eran más que el nuevo disfraz del egoísmo, la avaricia y la barbarie. Si los ingleses representan para bien la experiencia democrática, desde luego representan al mismo tiempo y como nadie sus mentiras, sus mezquindades en grado alto de canallería con corbata.
Lo sabía César Vallejo y lo supieron los republicanos españoles. Fueron los ingleses quienes elaboraron la política que vendió la República Española a Franco, Hitler y Mussolini. Sus estrategias internacionales de no intervención, facilitaron las trampas encubiertas de los totalitarismos y la imposibilidad de una defensa legítima de la democracia contra los golpistas. Y su inmediata utilización del Régimen victorioso, condenó a nuestro país a 40 años de dictadura. La Razón de Estado no significó para los políticos de su Majestad una defensa del derecho, la democracia y la dignidad humana. Se dedicaron a jugar con el instinto cruel y traidor de Franco en beneficio propio. El poema de los ingleses dice ande yo caliente y allá ellos, siempre a nuestro favor, los asesinos y sus víctimas. No le faltaba razón a César Vallejo a la hora de acordarse de la madre de Luis Taboada.
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Grecia es un país maltratado por la crisis, la especulación de los grandes bancos europeos y de la industria armamentista. Bajo una situación grave, está condenada a recibir miles de refugiados que acuden a Europa para huir de una guerra feroz y una diplomacia impúdica. Pero las costuras de Europa como proyecto de igualdad democrática y unidad política no saltan por culpa de la pobreza griega, sino por la miserable riqueza de los ingleses. Las concesiones a Cameron de los mandatarios europeos suponen la confirmación de que Europa no es una voluntad cívica y democrática, sino un burdel en manos de una economía deshumanizada y pornográfica.
El modo de recibir a los extranjeros es la mejor escenificación de los códigos que una sociedad tiene para tratar a su propia ciudadanía. La crueldad con el refugiado es inseparable de la crueldad doméstica. Esto es lo que acaba de esgrimir la miserable sinceridad de los ingleses para concedernos el favor de seguir perteneciendo a la Unión. Y los mandatarios lo han aceptado porque participan de la misma lógica de la desigualdad. Señor Cameron, tiene usted permiso para desamparar a los españoles y portugueses en Inglaterra, porque nosotros queremos hacer los mismo con los rumanos y con los griegos. Al final dejaremos las etiquetas nacionales y acabaremos hablando de lo que importa: los pobres. La democracia y el Estado del bienestar se quitan su disfraz de cordero para enseñar los colmillos.
Hay cosas que se acaban y dejan una cicatriz. Hay golpes en la vida tan fuertes, yo no sé… Casi siempre tiene razón César Vallejo. Pero lo más triste de esta quebradura de Europa es que, después de lo visto, ya ni siquiera va a suponer una herida. Ahora más que un sueño, se hunde la realidad de esa Europa de los mercaderes que denunció Espronceda. Uno empieza murmurando: allá ellos, las putas, Luis Taboada y los ingleses. Y acaba sintiendo: allá ellos, Europa, las putas y los ingleses. Con perdón de las putas.
Hay versos que acompañan a lo largo de la vida. Uno los recuerda, los dice, los habita. A veces no se trata de una cuestión de calidad. El poeta César Vallejo es autor de versos definitivos, humanos, llenos de cálices y heraldos. El lenguaje se somete a la poesía verdadera a través de la sintaxis y de los adverbios. Y, sin embargo, las palabras suyas que regresan a mis labios con más empeño tienen mucho de ocurrencia ocasional. Así acaba el poema “Gleba”: “y, en fin, suelen decirse: allá, las putas, Luis Taboada, los ingleses; allá ellos, allá ellos, allá ellos!”.