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Conviene mucho tomarse en serio el mundo de los libros y su mirada a la realidad. Un país de libros es mucho más fiable que un país condenado al ruido obsesivo, la comunicación fanática y las ideas fijas de unos seres sometidos a las prisas.
Hemos conmemorado esta semana el centenario del nacimiento de Carmen Laforet, autora de Nada (1945), una de las novelas decisivas de la literatura española del siglo XX. Ganadora de la primera edición del Premio Nadal, la obra se convirtió desde su publicación en un acontecimiento, un episodio ineludible en sucesivas generaciones de lectores. Con 24 años, Laforet alcanzó tal éxito y una repercusión tan notable que le fue muy difícil sentirse el resto de su vida a la altura de aquella primera novela. Aunque La isla y los demonios (1952) o La insolación (1963) tienen una calidad suficiente y cualquier escritor podría convivir de manera vanidosa con sus logros, ella se sintió en crisis, se convirtió en su peor crítica y vivió como una mujer precavida, difícil para sí misma.
González Ruano, con sus artimañas de escritor mezquino, franquista y deshonesto, cortesano de sí mismo, se había estado preparando el Premio Nadal. Por fortuna, el jurado decidió valorar la mirada joven de Carmen Laforet. Estalló así el interés de la España interior y la España exterior. Cristina Cerezales Laforet recordó en Música blanca (2009) la extraña amistad surgida entre su madre, habitante despolitizada en la sociedad franquista, y Ramón J. Sender, un escritor muy político, figura del exilio republicano.
No fue un caso único. Laforet fue saludada por Juan Ramón Jiménez y estableció una amistad conmovedora con Elena Fortún, autora con la que pudo hablar de la literatura, la vida y las especiales dificultades que tenía una mujer a la hora de vivir y escribir en libertad. En sus años de Roma, también fue muy importante para ella la visita a María Zambrano y la amistad sincera con Rafael Alberti y María Teresa León.
La explicación de estas complicidades sentimentales la aportó muy pronto, como solía hacer siempre, Francisco Ayala en su artículo “Testimonio de la Nada”, publicado en 1947 en la revista Realidad, una imprescindible publicación que el escritor de Granada animó durante cuatro años en el exilio argentino. Al leer Nada había descubierto el mundo interior, la realidad de la España franquista, oculta bajo las máscaras imperiales de los vencedores y el silencio de los vencidos. La prosa directa, descarnada, de Carmen Laforet contaba una historia que, sin mucha filosofía, pero con buena literatura, no tenía nada que envidiar al existencialismo francés. Pese a los esfuerzos represores y autárquicos, España estaba en Europa y formaba parte de la cultura occidental con sus miedos, sus deseos, sus decepciones y sus incógnitas. Las tristezas de aquella muchacha de la calle Aribau en Barcelona eran en el fondo un motivo de alegría y esperanza. Había que tender puentes.
Ver másLos asombros y la tristeza democrática
Algo muy parecido sintieron jóvenes lectores y estudiantes en las universidades de los años más difíciles de la dictadura. Ricard Salvat, Emilio Sanz de Soto o Gonzalo Sobejano reconocieron haberse sentido parte de la mirada generacional de Carmen Laforet, parte de esa España y, por tanto, parte de la Europa cultural de su tiempo. Juan Eduardo Zúñiga, además, llamó la atención sobre la manera de ser mujer que aportaba la nueva novelista al distanciarse de todas las cursilerías rosas y sumisas que intentaban definir entonces la condición femenina. Si el franquismo supuso una tragedia general, la factura pagada por las mujeres fue doble.
Carmen Laforet, es verdad, quiso siempre ser apolítica. Pero resulta que la literatura no es nunca apolítica, indiferente, porque no puede separarse de la realidad histórica en la que nace, de lo que pasa en la calle, la conciencia y el corazón. No se trata de consignas, proclamas, panfletos o discursos moralizantes, sino del testimonio ético de la vida humana y de sus imaginaciones, la huella por escrito de seres históricos que caminan por una ciudad o por los cables de alta tensión que cruzan los sueños.
Bienvenida la Feria del Libro de Madrid que acaba de inaugurarse. Bajo el ruido y la mentira, darle una oportunidad a los libros es darle una oportunidad al sentido más digno de nuestras vidas.
Conviene mucho tomarse en serio el mundo de los libros y su mirada a la realidad. Un país de libros es mucho más fiable que un país condenado al ruido obsesivo, la comunicación fanática y las ideas fijas de unos seres sometidos a las prisas.
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