(Hoy no puedo escribir de cultura porque es jornada de reflexión: mañana votamos y la cultura es política, la cultura hace pensar. Así que voy a hablar del amor, que se hace mejor sin pensar).
Dice un amigo mío que los hombres nunca están solos (solos, separados, solteros), sino en distintos grados de separación. Dice mi amigo que las mujeres sí, que las mujeres les dejamos para estar solas y los hombres nos dejan para estar con otras. Dice mi amigo que no se puede generalizar, pero generaliza.
Éste es un amigo casado que es también un poco fresco (“fresco” como eufemismo de adúltero porque adulterio suena a pecado y a mí todo me parece bien entre adultos que consienten). Pero no quería hablar de este amigo primero, sino de otro segundo.
Escribí una novela, un blog y un libro (La novia de papá) que partía de una separación y algunos me convirtieron en gurú de las segundas (y terceras, y cuartas, y enésimas oportunidades). Por eso me llama mi amigo Segundo.
Segundo quería que le diera consejos porque se ha separado y yo acudí a la cita armada de toda mi jurisprudencia sobre custodias, pleitos económicos y formas disruptivas de repartir el domicilio conyugal.
Pero Segundo ya no estaba ahí. Había caído en el agujero negro del whatsapp: una mujer, un número de teléfono, un espejismo y una forma de coquetear.
Imaginad un hombre que se casa en los años del teléfono fijo y se divorcia en la época del whatsapp. Imaginad su desconcierto y os parecerán fáciles las aventuras de ET y de Cocodrilo Dundee.
Segundo es un marciano.
Porque ligar parece fácil en primero de whatsapp: escribes, te contestan; te embalas, te contestan; te emocionas, te contestan. Y si no te contestan, te mandan un emoticono y tú no lo entiendes pero parece cariñoso. Hasta que un día aparece en la vida de tu remitente otro whatsappero más glamouroso y se jode el Perú. Y con el Perú, tu autoestima.
Mi amigo Segundo se había creído el amor de whatsapp, recién separado, vacío, dolorido. Mi amigo se lo había creído en apenas un día de trato con una chica que no conocía demasiado pero que era una whatasappera intensiva y cariñosa. whatasapperaY mi amigo se lo había creído de verdad porque la última vez que le quisieron por escrito fue con una carta manuscrita. Una mujer que se molestó en escribirla, meterla en un sobre, comprar sellos, ir a un buzón. Una mujer que se molestó en quererle.
La de ahora, la que le ha dado el pisotón definitivo, es una mujer a la que le gustaba, también, por qué no, que la quisieran por whatsapp. Hasta que encontró otro tipo que le gustaba más, o que le gustaba de verdad: un tipo al que tocar (con o sin mensajes de whatsapp). whatsapp Y entonces, esta mujer, dejó de chatear.
A mi amigo Segundo la autoestima se la ha jodido una tía que no le quería y que un día, para hacérselo saber, abandonó, gradualmente, el envío de whatsapps.
“Dame consejos para estos meses soltero. Dime qué hago. Qué no hago. Cómo lo hago”. Y Segundo suena, de verdad, desnortado, desesperado, desolado.
Y yo sólo le puedo decir una obviedad y él me la agradece como si fuera la verdad revelada: "No te creas nada de lo que ocurra en el whatsapp. Si te dicen que te quieren, no te lo creas. Si te dicen que te quieren, no quieras. Y si quieres y te quieren, que te hagan el amor sin whatsapp”.
(Hoy no puedo escribir de cultura porque es jornada de reflexión: mañana votamos y la cultura es política, la cultura hace pensar. Así que voy a hablar del amor, que se hace mejor sin pensar).