Huawei nos espía. Si usted es uno de los usuarios que tiene un producto de la compañía tecnológica china debería saber que este podría ser utilizado para vigilar sus comunicaciones. Y no sería extraño que disponga de uno, ya que la compañía se convirtió el pasado verano en el segundo fabricante mundial de móviles –superando de esta manera a Apple y tan sólo por detrás de la surcorena Samsung– y es, además, uno de los principales proveedores de red móvil y de banda ancha a nivel global.
Aunque las acusaciones de espionaje que recaen sobre la firma china no son nuevas, éstas se han incrementado durante el último año, principalmente por parte de Estados Unidos, sobretodo a raíz de la detención el pasado mes de diciembre en Canadá de la vicepresidenta de la compañía, Meng Wanzhou, quién se encuentra en libertad bajo fianza a la espera de una posible extradición a EEUU.
¿Y cuáles han sido estas acusaciones? Principalmente relacionadas con el espionaje y el robo de propiedad intelectual. Centrándonos en las denuncias de EEUU, en enero de 2018, cuando Huawei había alcanzado un acuerdo con uno de los principales operadores del país -AT&T-, las negociaciones se rompieron debido a supuestas presiones de congresistas estadounidenses quienes acusaron a la tecnológica china de tener lazos con los servicios de inteligencia de Pekín. Semanas más tarde, en una comparecencia en el Comité de Inteligencia del Senado norteamericano, los responsables de las principales agencias de inteligencia -la CIA, la NSA o el FBI, entre otras- alertaron del peligro que suponía el uso de productos de Huawei, así como el de otra multinacional china de telecomunicaciones, ZTE, debido a la posibilidad de que ambas compañías colaboraran de forma encubierta para el gobierno chino -aunque las noticias se han centrado principalmente en estas firmas, también afectaría a fabricantes de otras compañías tecnológicas chinas-.
En esta misma línea, el Departamento de Defensa estadounidense prohibió en mayo la venta y el uso de productos Huawei y ZTE al considerar que suponían un “riesgo inaceptable” para el Pentágono, mientras que la ley de Defensa aprobada en agosto, por la cual se autoriza el gasto militar, establece la prohibición de que los funcionarios del Gobierno, así como los posibles contratistas, utilicen los productos de dichas compañía. Pero conviene puntualizar que estas acusaciones no son totalmente nuevas -el origen de todos los problemas no es Donald Trump- sino que durante la presidencia de Obama ya se produjeron acusaciones similares a través un informe del Comité de Inteligencia de la Cámara de Representantes en el año 2012, en el cual se advertía de que ambas compañías suponían una amenaza para la seguridad nacional.
Si bien EEUU ha sido el país que más atención ha centrado por sus denuncias de espionaje a éstas compañías, otros estados han adoptado acciones similares. Australia, Canadá, Reino Unido o Nueva Zelanda han mostrado públicamente su preocupación ante la posibilidad de que estas compañías puedan ceder datos con información confidencial que pueda afectar a sus infraestructuras críticas y, por lo tanto, a la propia seguridad nacional, llegando a prohibir el uso de productos de Huawei para sus redes nacionales. Otros países podrían plantear políticas similares a corto plazo.
¿Y la Unión Europea? Hasta la fecha el principal pronunciamiento sobre esta cuestión lo realizó el vicepresidente de la Comisión Europea para el Mercado Único Digital, Andrus Ansip, quién a principios de diciembre afirmó que tenemos que estar preocupados por Huawei y otras compañías chinas. A pesar de estas palabras, el hecho es que la compañía no ha dejado de ganar terreno en el mercado europeo en los últimos años, siendo España un claro ejemplo. Tan sólo 17 años después de que la compañía se instalara en nuestro país, actualmente es el principal proveedor de infraestructuras de telecomunicaciones de los operadores nacionales, uno de los principales vendedores de smartphones y tiene presencia en sectores estratégicos como la Administración Pública, la Energía o el Transporte.
En este contexto de denuncias por una supuesta colaboración con los servicios de inteligencia de Pekín, la respuesta de la compañía ha sido la esperada: ha rechazado cualquier acusación de espionaje -la última vez en la reciente cumbre del Foro Económico Mundial- y se ha puesto a disposición de los países para disipar cualquier duda al respecto, justificando reiteradamente que no se han presentado pruebas de este presunto espionaje. De hecho, la detención de la vicepresidenta de Huawei no se produjo por cuestiones relacionadas con este supuesto espionaje, sino porque presuntamente la compañía se habría saltado el embargo comercial impuesto por EEUU sobre Irán al comerciar con Teherán a través de una filial. Una vuelta de tuerca más a este asunto.
En este punto es conveniente señalar un tercer elemento que en algunas ocasiones se presenta como secundario pero que es decisivo: la guerra comercial por la implantación de la denominada tecnología 5G. Como es evidente, cada vez hay más dispositivos conectados Internet y se prevé que esta tendencia no haga más que aumentar debido principalmente a la progresiva incorporación del Internet de las Cosas, que incluiría desde los dispositivos que están conectados a Internet en nuestros hogares a los vehículos autónomos o edificios inteligentes. Pero para que se produzca este siguiente paso en el desarrollo tecnológico es necesaria una infraestructura que aporte una velocidad de Internet mucho más rápida y una capacidad de conectividad que soporte la progresiva incorporación de estos dispositivos. Además, se calcula que el desarrollo de esta red 5G tendrá un fuerte impacto en la economía a través de las inversiones, el desarrollo de la industria o la creación de empleo.
Tenemos, por tanto, dos cuestiones que están estrechamente relacionadas. Por un lado, las acusaciones de espionaje sirven a EEUU como argumento para vetar la expansión de las empresas chinas en un sector de máxima importancia para la seguridad de cualquier nación, como es el control de las telecomunicaciones. Pero aunque las compañías chinas niegan el espionaje industrial escudándose en que no se han presentado públicamente pruebas sobre ello la denominada Ley de Ciberseguridad china, en vigor desde 2017, da argumentos más que suficientes para generar, como mínimo, desconfianza entre sus posibles socios comerciales: para garantizar la seguridad del país o para evitar actos terroristas, las empresas chinas que operen en el extranjero tendrían que ceder información cuando el gobierno chino lo solicite. Por consiguiente, la cuestión central no sería el espionaje en sí mismo, sino que tanto Washington como Pekín tendrían un objetivo: la propia seguridad nacional.
Debido a la complejidad de este asunto resulta llamativo que las noticias se centren principalmente en las denuncias de espionaje -es conveniente recordar que estas actividades existen mucho antes de Internet, no estamos descubriendo nada nuevo- y no en intentar explicar el resto de elementos que rodean este asunto. La implantación de la tecnología 5G no es una cuestión puramente comercial con repercusiones exclusivamente económicas, sino que está directamente relacionada con el control de la información y la seguridad nacional y tendrá un impacto directo en todas aquellas cuestiones relacionadas con la ciberseguridad. Por lo tanto, si tan sólo nos centramos en uno de los aspectos, no podremos entender la magnitud de este desafío.
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Por otro lado, no deja de ser paradójico que sea EEUU quien denuncie actividades de espionaje de forma tan reiterada. Si retrocedemos la vista poco tiempo atrás encontramos casos como los destapados por Edward Snowden sobre la NSA, sus programas de espionaje masivo o el espionaje de las comunicaciones de sus aliados, por citar tan sólo unos ejemplos. ¿O ya lo hemos olvidado?
Volviendo al tema de las acusaciones, esta misma semana el Departamento de Justicia de EEUU ha acusado formalmente a Huawei, a su filial estadounidense y a su vicepresidenta Wanzhou de robo de secretos comerciales, fraude electrónico, obstrucción a la justicia, conspiración y violación de las sanciones sobre Irán –es llamativo que algunas de estas acusaciones se centren en el período 2012-2014 y no en sucesos recientes–. Quién no ha tardado en responder a sido China, que ha salido en defensa de sus compañías y ha señalado que este asunto tiene “motivaciones políticas”. Pero lo que evidencian estos hechos es que es un asunto complejo más allá de un simple espionaje y que podría acaparar el centro de atención en las próximas semanas, con permiso de Venezuela.
Finalmente, es interesante apuntar cómo los ciudadanos percibimos los hechos que nos explican y cómo los aceptamos sin plantearnos otra posibilidad. Sólo plantearla. Y es que sería ingenuo pensar que el control que tiene Pekín sobre sus empresas no pudiera dar lugar a este espionaje, pero también sería conveniente que no confiáramos ciegamente en las afirmaciones que explican sólo una parte de un tema tan complejo sin intentar ver más allá de las declaraciones oficiales. Pero, evidentemente, es más fácil que te señalen a un culpable, te expongan un hecho y lo aceptemos sin más: Huawei nos espía.
Huawei nos espía. Si usted es uno de los usuarios que tiene un producto de la compañía tecnológica china debería saber que este podría ser utilizado para vigilar sus comunicaciones. Y no sería extraño que disponga de uno, ya que la compañía se convirtió el pasado verano en el segundo fabricante mundial de móviles –superando de esta manera a Apple y tan sólo por detrás de la surcorena Samsung– y es, además, uno de los principales proveedores de red móvil y de banda ancha a nivel global.