Ahora, llora. Dos palabras llenas de desprecio que Javier Ortega Smith usó para insultar a Eduardo Fernández Rubiño el pasado viernes. Lo hizo después de encararse con el concejal de Más Madrid, golpear su mesa y hacer que una botella de agua saliera volando por los aires.
Ocurrió durante un pleno del Ayuntamiento de Madrid en el que el portavoz de Vox defendía una moción para protestar contra el acuerdo al que han llegado PSOE y Bildu en Pamplona y que las derechas llevan criminalizando días. Un pacto que, minutos antes, había defendido otra edil, la socialista Adriana Moscoso.
Aquí un paréntesis para añadir un poco de contexto. Moscoso relató en la tribuna que, junto a su familia, tuvo que abandonar Pamplona cuando tenía 13 años porque su padre, con escolta durante 35 años, había estado amenazado por ETA. A Ortega Smith este testimonio le pareció insuficiente y se permitió dudar de él llegando a decir que la concejala tenía síndrome de Estocolmo. Un ejemplo de la doble vara de medir que la ultraderecha tiene con las víctimas, también con las del terrorismo. Que Rubiño se lo reprochara desencadenó la violenta reacción.
Más que cuestionable resultó también la actitud del presidente del Pleno, el popular Borja Fanjul, al que Rita Maestre pidió insistentemente la expulsión de Ortega Smith. Con una pasividad bastante sorprendente, Fanjul no lo hizo. Fue Rubiño el que tuvo que abandonar el hemiciclo, junto a su grupo y al PSOE, mientras el portavoz de ultraderecha permanecía allí.
Puede que fuera esa sensación de impunidad la que envalentonara aún más al portavoz de Vox porque, lejos de pedir perdón, llegó a burlarse de Rubiño y achacó a la izquierda que se hubiera inventado la agresión. Los vídeos grabados en el propio Ayuntamiento demuestran que miente. Pero la maquinaria de la desinformación y las fake news ya estaba activada. Prueba de ello es que se siguió alimentando la bola al día siguiente al viralizar una foto de un joven gritando a pocos centímetros de la entonces presidenta de la Comunidad de Madrid, Cristina Cifuentes. Dijeron que era Rubiño. Poco importó que él mismo lo desmintiera en sus redes sociales, aportando una foto del aspecto que tenía en aquella época.
Más allá de la intolerable agresión —especialmente grave si tenemos en cuenta que se produjo dentro de una institución como el Ayuntamiento de Madrid— merece la pena detenerse en el simbolismo que hay detrás. No es casual que Ortega atacara a Rubiño, un destacado activista LGTBI, cuando éste reprobó su actitud. Como tampoco son producto del azar los términos que eligió para referirse a él.
Ese 'ahora, llora' con el que los abusones insultan a los raros, a los maricones, a las nenazas. Ese 'ahora, llora' que destila homofobia porque los hombres de verdad no lloran y machismo, porque llorar denota fragilidad y por lo tanto, es femenino
Ahora, llora. Esa frase con la que los abusones del colegio insultaban a los que consideraban inferiores o diferentes. A las niñas, a los raros, a los maricones, a las nenazas. Ese ‘ahora, llora’ que destila homofobia porque los hombres de verdad no lloran. Y machismo, porque llorar denota fragilidad y por lo tanto, es femenino. Ese ‘ahora, llora’ como ejemplo del relato retrógrado y antifeminista que la ultraderecha lleva tiempo queriendo imponer.
Casi al mismo tiempo que ocurría esto, en la Asamblea de Madrid se producía un retroceso histórico. Haciendo uso de su mayoría absoluta, en una convocatoria urgente y por la puerta de atrás, Ayuso modificaba las leyes LGTBI y trans para eliminar algunos de los derechos por los que tanto ha luchado el colectivo, como la autodeterminación de género. Un paso atrás en leyes garantistas, que se aprobaron hace años con el consenso de todos los grupos, y que el PP ha decidido ahora echar por tierra.
Mismo día, diferentes escenarios, similar estrategia. Dos situaciones que demuestran que, como decía Beauvoir, los derechos adquiridos siempre están en peligro. ¿Es este el Madrid de la libertad del que tantas veces ha alardeado Isabel Díaz Ayuso? ¿Cuánto nos hace retroceder que, ni siquiera en un pleno, un edil esté seguro? ¿No es eso precisamente lo contrario a la libertad?
El activismo ha demostrado que se puede dar la vuelta a ese despectivo 'ahora, llora'. Y que, por suerte, frente a los matones que atemorizan a los que consideran más débiles, otras masculinidades -esas que no se avergüenzan por soltar unas lágrimas- son posibles.
Ahora, llora. Dos palabras llenas de desprecio que Javier Ortega Smith usó para insultar a Eduardo Fernández Rubiño el pasado viernes. Lo hizo después de encararse con el concejal de Más Madrid, golpear su mesa y hacer que una botella de agua saliera volando por los aires.