LA PORTADA DE MAÑANA
Ver
Empresas investigadas por financiar al PP son ahora las grandes beneficiadas en la reconstrucción tras la dana

El dinero y la libertad

8

Vaya por delante mi espíritu antipunitivista. No creo en los castigos ni en los arrepentimientos, ni mucho menos en las venganzas que han auspiciado muchos comportamientos del derecho penal de la antigüedad y que afortunadamente han ido siendo apartados en pro de la reinserción, la reeducación y la vuelta a la sociedad. No me gustan las cárceles tal y como están concebidas, ni creo que debamos mirar en otra dirección cuando vemos la escasez de medios, de profesionales y de vocación de protección y ayuda que tiene el sistema penitenciario para con las personas presas.  En lo que sí creo es en una justicia y en su orientación hacia el bien común, que se asienta en el respeto a los derechos humanos y a la convivencia pacífica.

Después de esta declaración de principios y de militancia en el derecho como base de convivencia de toda comunidad de creyentes que es cualquier sociedad, no me resisto a reflexionar en alto al respecto de algunos de los mecanismos jurídicos que se aplican en sistemas judiciales como el nuestro, en este caso la fianza económica para eludir la prisión provisional, y la salida en libertad del Sr. Alves, condenado como todos sabemos por una agresión sexual grave mediante el pago de fianza de un millón de euros.

Lo primero que me llama la atención es el hecho de que se calculara la indemnización a la víctima en apenas ciento cincuenta mil euros, frente a la libertad, que al futbolista le cuesta un millón. La pregunta es si podemos aceptar con naturalidad que el trastorno físico, mental y social de una mujer (apenas una niña) se calcule con métodos objetivos (casi con una tabla de Excel), mientras que la posibilidad de eludir la prisión tenga un precio casi diez veces mayor. Cualquier observador desde fuera podría pensar que el valor de la libertad del condenado está multiplicado con respecto a esa indemnidad física y moral de la persona que ha sido victima del comportamiento penal castigado.

Sé del valor del dinero en una sociedad como la nuestra, pero también creo que no puede, no debe, ser la clave de todo cuando hablamos de valores superiores

Por otro lado, me pregunto qué sucedería si el Sr Alves, o los Alves de la vida de serie b, c o d, que son la mayoría, no tuviera o no tuvieran recursos para presentar fianza, ni propios ni de amigos, ni mucha ni poca, nada. Aquí su derecho a no permanecer en prisión provisional hasta obtener sentencia firme no operaría, serían pues ciudadanos de segunda, presos de segunda, condenados sin remedio a permanecer encarcelados hasta que marcan los límites legales (a mitad de la condena).

Y ¿cómo calcular ese importe de fianza? ¿Cuánto es suficiente según cada cual para compensar la vida en prisión? ¿A qué pueden verse avocadas personalidades más frágiles, o familias más humildes? ¿Al endeudamiento permanente? ¿A canales ajenos a los circuitos oficiales? Y ¿cómo se calcula el riesgo de fuga? ¿Quién sabe lo que pasa por la cabeza de cada cual, especialmente si se enfrenta a una larga condena, la presión social es enorme y está en un país distinto al suyo?

Todo esto forma parte de una reflexión para la que no tengo respuesta, pero sí la tengo para imaginar cómo se estará sintiendo la mujer que fue violada, qué pensará al respecto de una sociedad que no ha sabido cómo protegerla y que se prepara para olvidarla. No quiero ni imaginarme su estado emocional si su agresor empieza a aparecer en los platós o en las canchas o en las discotecas, cosa que nadie le va a impedir que haga. Probablemente los efectos del delito aumentarán. Quizás la soledad, el miedo y la frustración la acompañen en adelante, porque la persona que la agredió ha negado el daño, y sus familiares más directos han intentado humillarla y desacreditarla. Al menos toda la acción púbica debería orientarse a acompañarla y a apoyarla en un proceso que imagino largo de curación. 

Sé del valor del dinero en una sociedad como la nuestra, pero también creo que no puede, no debe, ser la clave de todo cuando hablamos de valores superiores como la libertad y la indemnidad de las personas. Reflexionemos al respecto.

Vaya por delante mi espíritu antipunitivista. No creo en los castigos ni en los arrepentimientos, ni mucho menos en las venganzas que han auspiciado muchos comportamientos del derecho penal de la antigüedad y que afortunadamente han ido siendo apartados en pro de la reinserción, la reeducación y la vuelta a la sociedad. No me gustan las cárceles tal y como están concebidas, ni creo que debamos mirar en otra dirección cuando vemos la escasez de medios, de profesionales y de vocación de protección y ayuda que tiene el sistema penitenciario para con las personas presas.  En lo que sí creo es en una justicia y en su orientación hacia el bien común, que se asienta en el respeto a los derechos humanos y a la convivencia pacífica.

Más sobre este tema
>