Nuevos milmillonarios: entre el macho alfa y el asperger

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No es fácil hoy en día desenvolverse en el mundo de las series. Hay tal cantidad de productos que no suele ser sencillo distinguir los trabajos más valiosos de los otros muchos que les rodean. Los criterios para decidir arrancar un proyecto son muy diversos y no siempre acertados. Se supone que una de las tareas más entretenidas de un serieadicto es la de ser capaz de distinguir entre lo interesante y lo apasionante, entre lo bueno y lo sublime, entre lo llamativo y lo que realmente quedará en la historia. Antes, siempre el dato de audiencia era un baremo que determinaba al menos el éxito económico, aunque no siempre coincidía con las series realmente trascendentes. Pero la dura ley del mercado obligaba a todas las producciones a cumplir unos altos niveles de reconocimiento mayoritario para, al menos, subsistir.

En la actualidad, las reglas han cambiado. La gran bajada de audiencia de la televisión en abierto ya no exige abrumadores números de espectadores para mantener un título en antena. La televisión de pago tiene sus propios mecanismos. En ocasiones, con alcanzar públicos concretos, aunque minoritarios, basta para consolidarse en la apuesta de un operador. Aun así, las cadenas más importantes siguen necesitando como mínimo que el prestigio de una serie la convierta en un fenómeno de marketing que ayude a mantener la idea de que, si quieres estar al día de lo que realmente vale la pena ver, tienes que subscribirte a un canal o a una plataforma determinada. HBO ha conseguido en los últimos 25 años mantener de forma continuada un sólido catálogo de series indispensables. Una de ellas es un producto modesto en apariencia y realmente destacable en su resultado. Hablamos de Silicon Valley, una comedia muy especial.

Hace apenas unos días se ha estrenado la tercera temporada de la serie que podemos ver en Movistar+ los lunes, tan sólo 24 horas después de su estreno en la HBO norteamericana. El concepto del Hot from USA (la emisión casi simultánea respecto a Estados Unidos) parece que cada vez se consolida más en España en la TV de pago. Silicon Valley comenzó a emitirse por primera vez hace dos años, en abril de 2014, y fue creada por Mike Judge, John Altschuler y Dave Krinsky. Los tres habían trabajado juntos durante años para la mítica banda de animación de los domingos de la FOX, en King of the Hill, una de las series de dibujos animados para adultos más importantes de las últimas décadas. Estrenada en 1997, era demasiado americana para ser entendida en el mercado internacional. En realidad, su creador original, Mike Judge, la había desarrollado a partir de los recuerdos de su infancia en Texas, basándose en algunos personajes característicos de su entorno familiar. En Estados Unidos es todo un símbolo, aunque en España, lógicamente, no tuvo excesiva repercusión. Judge creó la serie con el guionista de Los Simpsons, Greg Daniels.

Mike Judge es uno de los tipos más peculiares de la industria de la televisión. Su historia es absolutamente atípica y poco tiene que ver con la de la mayoría de los grandes nombres más conocidos internacionalmente. Nació en Guayaquil, en Ecuador, en 1962, donde estaba destinado su padre, un arqueólogo casado con una bibliotecaria. A la televisión no llegó desde luego por tradición familiar. La mayor parte de su infancia y adolescencia transcurrió en Alburquerque, ampliamente conocida por todos gracias a Breaking Bad. Tampoco su etapa de estudiante le sirvió mucho para acercarse a Hollywood. Es ni más ni menos que licenciado en Físicas por la Universidad de San Diego. De hecho, tras titularse, entró a trabajar como programador informático en Silicon Valley. Apenas aguantó el ambiente cuatro meses. Allí imperaba un culto a la personalidad que le parecía ridículo y muchos de sus compañeros se comportaban demasiado robóticamente. Después se dedicó a ganarse la vida como bajista en diferentes grupos y, en paralelo, mantuvo su afición por la informática, particularmente en el campo de la animación por ordenador. De hecho, de la doble afición por la música y la animación encontraría la puerta que abriría su vida profesional. En 1992, consiguió llegar a la MTV para producir, dirigir, interpretar y todo lo que hiciera falta, los legendarios Beavis y Butt-Head. A partir de ese momento pasaría a convertirse en una celebridad.

Años después, tras King of the Hill, Mike Judge tenía abiertas todas las puertas y sacó adelante diferentes proyectos sin mucha fortuna. En 1999 se estrenó sin éxito alguno su película Office Space (Trabajo Basura) de la que la propia Fox se desentendió una vez acabada la producción, pese a contar con la dirección de Judge y con Jennifer Aniston como actriz. Apenas recaudó 10 millones de dólares. La película, eso sí, le permitió acercarse por vez primera al mundo de los informáticos como centro de una ficción.

Judge llevaba años trabajando para Fox y allí le conocía todo el mundo. Uno de los más importantes era ni más ni menos que Scott Rudin que fue presidente del estudio a finales de los 80. Está considerado uno de los grandes en EEUU. De hecho, su nombre suele figurar en el Top 5 de la clásica lista de los gays más influyentes en Estados Unidos. Su trabajo en el cine es impresionante. Su nombre está detrás de decenas de películas como Sister Act, In & Out, The Social Network, The Truman Show, Moneyball o Capitán Phillips. En 2013, Scott Rudin, tan famoso por sus logros (tiene Óscar, Grammy, Emmy y Tony) como por su mala fama como jefe insoportable y asfixiante, propuso a Mike Judge un documental sobre los gamers, ese nuevo espécimen que sobrevive en el nuevo ecosistema tecnológico. A Judge el proyecto le daba bastante pereza. En paralelo, su socio John Altschuler estaba obsesionado con hacer una especie de Dallas o Dinastía, pero sobre el mundo de la tecnología. Dando vueltas a ambas ideas, y viendo que HBO estaba interesada en el tema de los gamers, Mike Judge pensó en reconvertirlo todo en una comedia sobre programadores informáticos, tipos a los que había conocido en la Universidad y en su breve experiencia laboral en Silicon Valley. Le parecía que tenía enormes posibilidades narrativas.

A Mike Judge le fascina de Silicon Valley la cantidad ingente de dinero que se mueve y, por el contrario, la ausencia total de glamour de sus habitantes, nada interesados por lo general en el lujo que aparece en las revistas, los grandes restaurantes, las discotecas de moda, los cochazos deportivos o los yates espectaculares. Algo curioso y poco conocido es que allí se encuentra una de las calles más importantes del mundo. En realidad, es una carretera, Sand Hill Road. Tiene poco interés estético o turístico, pero acumula miles de millones de dólares en las empresas de capital riesgo que allí se instalan para cobijar a diminutas start ups, con la esperanza de que se conviertan en los nuevos Apple o Facebook. Lo que seducía a Judge de esta historia es que, en esa calle, la más cara de Estados Unidos y del mundo entero, las oficinas no tienen nada de especial, son modestos edificios para las mentes más brillantes de las matemáticas.

“Estos personajes”, dice Mike Judge, “como Steve Jobs, Wozniak (cofundador de Apple), Paul Allen (cofundador de Microsoft), Bill Gates, Mark Zuckerberg… si hubieran nacido hace doscientos años nunca hubieran sido los más ricos del mundo. Es el fenómeno de la tecnología el que los ha convertido en tipos de tanto éxito. Siguen siendo personas torpes socialmente, no saben bien cómo divertirse, como gastar el dinero. Se supone que tienen que dar grandes fiestas, pero no las hacen porque no les diverten”. 

Judge distingue básicamente dos tipos de multimillonarios en este mundo: los machos alfa, más territoriales, y los de tipo asperger, con carencia total de habilidades sociales. Ambos son retratados con perfección en la serie. Judge recuerda como clave en el ambiente del valle es que, siendo puro capitalismo, conserva algo del idealismo hippie del lugar. La gente quiere ganar dinero, pero siente que está mejorando el mundo, solucionando problemas, y esa filosofía impregna Silicon Valley, mezclada siempre con la más pura ambición que impregna todo.

La serie narra las vicisitudes de un brillantísimo y poco carismático programador, Richard Hendricks, que, de una manera casual, desarrollando otro producto, da con un algoritmo que permite comprimir la información más rápidamente y con mayor calidad. Una veta del negocio con posibilidades infinitas. A partir de esta premisa, vemos crecer una empresa puntocom desde el origen, en esta comedia naturalista que es una lección antropológica del mundo de los negocios actuales. En cada capítulo, Richard y su corte de ingenieros se enfrentan a los distintos retos de buscar financiación, proteger su propiedad intelectual, presentar su producto al mercado, mejorar sus algoritmos, etcétera. Los nuevos millonarios de Silicon Valley son así. Van en chanclas, no se acercan a las modelos y su búsqueda del placer deambula en su propio cerebro. Ahí está su parque de atracciones.

La serie consigue explicar un mundo que tiene un punto autista y del que poco sabemos a pesar de que influye en nuestras vidas de manera creciente. Thomas Middleditch, el actor protagonista que interpreta a Richard Hendricks, dice que se ve a si mismo un poco como Walter White, el protagonista de Breaking Bad, en el sentido de ser un cerebro privilegiado que ha estado infravalorado y que ahora lucha por reivindicar su estatus. Para interpretar los ataques de pánico que a menudo sufre su personaje, se inspira con Mike Judge, que los padeció a menudo en el pasado.

Judge se ha documentado profusamente para la serie. Además de su propia experiencia en el valle, conserva amigos allí, por ejemplo, en Google, cuyo campus se recorre en la serie, o con conversaciones con gurús de la tecnología como Marc Andreessen, cofundador de Netscape, responsable de que podamos manejar el ordenador con el ratón, en lugar de dar las órdenes escribiendo textos.

La serie vale la pena de principio a fin. Empezando por su maravillosa cabecera con la que puede hacerse un divertido juego de búsqueda de detalles. Cada temporada retocan la animación e introducen novedades con arreglo a lo ocurrido en el último año en el Silicon Valley real. En estos dos enlaces podemos ver el opening de la primera y la tercera temporada. Si alguien se anima, es divertido perder el tiempo con el juego de las diferencias entre una y otra.

La serie, producida por Fox, ha llevado incluso a que su marca estrella, Los Simpson, homenajearan la cabecera de Silicon Valley al estilo Springfield.

No es fácil hoy en día desenvolverse en el mundo de las series. Hay tal cantidad de productos que no suele ser sencillo distinguir los trabajos más valiosos de los otros muchos que les rodean. Los criterios para decidir arrancar un proyecto son muy diversos y no siempre acertados. Se supone que una de las tareas más entretenidas de un serieadicto es la de ser capaz de distinguir entre lo interesante y lo apasionante, entre lo bueno y lo sublime, entre lo llamativo y lo que realmente quedará en la historia. Antes, siempre el dato de audiencia era un baremo que determinaba al menos el éxito económico, aunque no siempre coincidía con las series realmente trascendentes. Pero la dura ley del mercado obligaba a todas las producciones a cumplir unos altos niveles de reconocimiento mayoritario para, al menos, subsistir.

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