La Argentina ha hablado en las urnas, y Javier Milei ha resultado elegido como presidente del país con casi un 56 por ciento de los votos. Competía contra Jorge Massa, peronista y ministro de economía en ejercicio con una tasa de pobreza de más del 40 por ciento y con una inflación más allá del 140 por ciento.
Argentina es un país democrático, ha habido elecciones y el resultado ha sido el que ha sido: los electores han dado la victoria a un político excéntrico, radical y ubicable en la extrema derecha del tablero.
Milei es un economista de los que aspira a que el mercado sea la medida de todas las cosas
¿Qué ha pasado en aquel país latinoamericano, abonado desde hace décadas a las turbulencias?
Milei es un economista de los que aspira a que el mercado sea la medida de todas las cosas. El Estado le sobra, casi en su totalidad, porque entiende que el Dios-mercado es el que debe decidir qué hacer y qué no hacer en materia económica y social. Ha enarbolado la bandera de una gran denuncia: los políticos convencionales, a los que llama la casta, han engañado y defraudado al país desde hace décadas, y la Argentina se hunde.
Una mayoría de electores ha optado por él, para que haga "otra cosa", algo distinto como gobernante. Una cosa que muchos entienden dura, radical, extremada, arriesgada, peligrosa, inclemente, pero… otra cosa distinta a lo que se ha hecho en los últimos años. Es difícil de explicar, pero se puede intuir por dónde va la causa del apoyo al nuevo presidente.
Eso del Dios-mercado no es una novedad, precisamente. En la estela de las experiencias ultraliberales, recuerda, por ejemplo, la llamada modernización autoritaria del Chile de Pinochet, en los años setenta del siglo pasado, de la mano de los Chicago Boys, consagrados a aplicar las doctrinas de Milton Friedman. En la Argentina actual no hay militares en la Casa Rosada, así que los elevadísimos costos sociales de lo que Javier Milei anuncia habrán llegado, por duro que parezca, a petición popular. Cuanto menos del 56 por ciento de los ciudadanos.
La idea lógica convencional de que el Estado ha de actuar para controlar la tendencia a los excesos del mercado, como la de que ha de ser un agente de la redistribución de la riqueza, han saltado en pedazos tras la votación del domingo 19 de noviembre.
¿Cómo es posible que más de la mitad de los electores argentinos hayan optado por adentrarse en la selva social de la desregulación radical, de las privatizaciones y de la jibarización del Estado?
Milei lo fía todo al comercio y a las exportaciones, sin control alguno del Estado por cierto, así que la mayoría de los impuestos serán, dice, innecesarios. La Libertad Avanza, su partido, comulga así con ideas que recuerdan los años de la llamada Plata Dulce durante la dictadura militar de 1976, como se recrearon en la extraordinaria comedia dramática de ese mismo título, dirigida por Fernando Ayala en 1982.
Recortes drásticos a las pensiones de jubilación, dolarización de la economía, mercado de armas desregulado, el Ejército con funciones policiales para mantener el orden, más que triplicando el presupuesto destinado a las fuerzas armadas. Además, un retroceso dramático en derechos tras una aplicación radical de la agenda cultural de la extrema derecha internacional: revertir los avances logrados por el feminismo, abolición de la libre interrupción del embarazo, nada de derechos al colectivo LGTBI, abandono de la política de derechos humanos derivada del Terrorismo de Estado de las juntas militares durante los años setenta y primeros ochenta del siglo XX.
Todo eso ha ofrecido Milei a los argentinos, y una holgada mayoría le ha comprado el discurso.
¿Cómo ha sido?
El periodista Martín Caparrós apuntaba días atrás una de las ideas más perturbadoras sobre lo que podía ocurrir. Decía que las propuestas de Milei eran tan delirantes que parecía que con contar quién era y lo que decía sería suficiente para neutralizarlo. Pero no fue así. Lo que a muchos “nos parecían el mejor argumento contra él, resultaron su mejor argumento”. Es decir, remachaba Caparrós, Milei “no ha conseguido tantos votos a pesar de todas esas cosas: los consiguió por todas esas cosas”. Así pues, concluía afirmando que “el problema no es él sino los millones que quieren votar a un desquiciado, esos millones que no sabemos entender”.
Es cierto, no sabemos. Algunos no sabemos. No obstante, una amiga me escribe desde Buenos Aires y me lo explica con una claridad que espanta: “es obvio que la gente no se bancó más la corrupción que vivimos hace tantos años... no tengo otro análisis que hacer”.
Recupero en este punto fragmentos de un artículo que publiqué el 12 de enero de 2001 (El País), cuando la Argentina tuvo cinco presidentes en trece días. El Congreso fue asaltado por manifestantes y la Casa Rosada estuvo a punto de serlo. Había habido 25 muertos en los disturbios de fin de año, el 40 por ciento de la población estaba, como ahora mismo, por debajo de la línea de pobreza. En las últimas elecciones, con voto obligatorio por ley, el 15 por ciento habían sido blancos y nulos: era el llamado Voto Bronca. Mayoritario en la Capital Federal, Buenos Aires (segunda fuerza en su provincia, en la de Santa Fe y en la de Córdoba).
Escribía yo en aquel texto que los lodos de aquellos barros eran los de la dictadura militar genocida; los de la incapacidad impotente de Raúl Alfonsín; los de la “cirugía mayor sin anestesia” y el “estamos mal, pero vamos bien” del caudillo Carlos S. Menem; los de la incapacidad hamletiana pero altiva de Frenando de la Duda (como llaman a Fernando De la Rúa). Las tempestades venían de los vientos de la incapacidad para crear un proyecto político y económico alternativo, de la atomización de las diversas élites sociales, políticas y económicas. Venían de la pervivencia del peronismo, un fenómeno político inexplicable, difuso y confuso si no lo entendemos como un tardío retoño del fascismo europeo. Un populismo proteiforme, como ha escrito Fernando Devoto, en el que se ubican políticamente laicos y clericales, ex socialistas y conservadores. Todo forma parte de la excepcionalidad argentina, ese país maltratado por su historia.
Carlos S. Menem, un peronista aliado de los grandes empresarios y los grandes inversores que practicaba una apelación mesiánica a los humildes, frenó la hiperinflación al precio de hundir al país en la ciénaga de la deuda externa. El diario Clarín decía a comienzos de 2001: “Para encontrar en la historia argentina una situación de mayor gravedad que la actual deberíamos regresar hasta la guerra civil del siglo XIX”. Otro importante diario bonaerense, Página 12, recogía unas declaraciones del nuevo presidente, Eduardo Duhalde: “La Argentina está quebrada, está fundida”. En España, El País le daba categoría de titular a la confesión y recogía las declaraciones del Presidente de la Confederación Farmacéutica Argentina: “No se están entregando medicamentos a ningún hospital”.
Más de dos décadas después, hoy mismo, leo en la prensa argentina, en La Nación concretamente, cosas que hacen pensar que sigue rodando aquella rueda, y han determinado los 11 puntos que Milei le ha sacado a Massa: “Un analista de opinión pública señalaba el viernes pasado que la campaña del miedo de Massa había pasado todas las barreras existentes de la prudencia. Miedo a quedar sin salud (la salud se está cayendo ahora); miedo a no poder vacunarse (justo ellos que les esquivaron a las vacunas más eficaces contra el Covid); miedo a perder los subsidios para el consumo de energía eléctrica y gas (Massa aumentó considerablemente esas tarifas), y miedo hasta de quedarse sin transporte. Todos esos miedos fueron instalados y machacados con insistencia ante argentinos que ya surfean una tragedia, y que no estaban dispuestos a tenerle más miedo al porvenir que a la realidad dura, visible y tangible que viven”.
En cualquier caso, la motosierra de Javier Milei habrá de pasar por instancias que no controla, como por ejemplo el Parlamento. Nunca desde el retorno a la democracia, en 1983, la debilidad de un Presidente argentino fue tal en el Legislativo: Milei cuenta con 39 diputados y ocho senadores. Solo el 20 por ciento en la Cámara de Diputados y poco más del 10 por ciento del Senado.
Una buena parte de las medidas que ha anunciado, por lo tanto, tendrán difícil superar el trámite del Legislativo, y otras, como cerrar el Banco Central o imponer la dolarización de la economía, exigirán una reforma constitucional para la que no tiene apoyos suficientes.
La relación con el ex presidente Mauricio Macri, “casta” total, a quien se dice que Milei llama “presi” en la intimidad, será, pues, determinante para ver el alcance de las proclamas amenazadoras del nuevo mandatario: “Hoy comienza el fin de la decadencia argentina. Hoy empezamos a dar vuelta la página. Hoy se termina el modelo de Estado empobrecedor omnipresente”. Veremos si Milei acaba con la casta o la casta lo utiliza como ariete.
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Joan del Alcàzar, Catedrático de Historia Contemporánea de la Universitat de València.
La Argentina ha hablado en las urnas, y Javier Milei ha resultado elegido como presidente del país con casi un 56 por ciento de los votos. Competía contra Jorge Massa, peronista y ministro de economía en ejercicio con una tasa de pobreza de más del 40 por ciento y con una inflación más allá del 140 por ciento.