Nadie protege a los palestinos, nadie contiene a Israel furibundo

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Isaías Barreñada

Las crisis bélicas, como la que está ocurriendo en Israel y los territorios palestinos ocupados, generan una avalancha de análisis, a veces prematuros y puntuales, y de declaraciones de todo signo, algunas bienintencionadas y otras descontextualizadas. Es obvio que no podemos más que condenar la violencia indiscriminada contra civiles y exigir el cese de las masacres en curso. Pero también se debe insistir en la necesaria distinción entre Hamás y el pueblo palestino, así como recordar y poner en primer plano algunos elementos consustanciales de este llamado “conflicto” intrincado. Entre los cuales están la irresponsabilidad y la complicidad de la comunidad internacional.

En una situación tan asimétrica como es una ocupación indefinida a la que se ha añadido una guerra hoy, tenemos que preguntarnos quién puede proteger a los palestinos y quién tiene capacidad y voluntad para contener a un Israel herido y enfurecido. Y la triste respuesta es que nadie.

Basta de eufemismos y piruetas retóricas. Los palestinos han acumulado desde hace más de un siglo colonialismo, una partición injusta impuesta, el despojo de su tierra y la dispersión de su pueblo, y todo ello rematado por una ocupación beligerante indefinida que resulta una anomalía sin parangón en la historia contemporánea. Esta ocupación, desde 1967, se traduce en una retahíla de violencias cotidianas a manos de soldados y de colonos, expropiaciones, controles, discriminación, encarcelamientos, explotación laboral y humillaciones continuas. A pesar de las esperanzas puestas en el proceso de paz de 1993, el hecho indiscutible –y hoy aceptado por la mayor parte de los analistas– es que Israel impidió que un acuerdo de paz real se materializara, negando unos mínimos de justicia y pretendiendo legalizar los hechos consumados acumulados a lo largo de años de dominación.

Lo que reclaman los palestinos –y lo que niega Israel– está fijado y asumido por la comunidad internacional; Naciones Unidas ha dejado claros los derechos que asisten a los palestinos. En 1975 se fijaron los llamados derechos inalienables del pueblo palestino, a saber: el derecho a la autodeterminación, a la soberanía estatal y al retorno de los refugiados. Por otra parte, se reconoce el derecho a la resistencia ante la ocupación. En 1973 la Asamblea General en su resolución A/RES/3070, haciendo mención expresa a los palestinos, señaló “la legitimidad de la lucha de los pueblos por librarse de la dominación colonial extranjera y de la subyugación foránea por todos los medios disponibles, incluida la lucha armada” (punto 2) e instó “a todos los Estados a prestar apoyo” en esa lucha (punto 3).

Es obvio que una parte de las acciones y ataques de Hamás son crímenes de guerra y deben ser juzgados como tales. Pero, en la madeja de complicidades internacionales, a los palestinos se les niega el derecho a resistirse a la ocupación, criminalizando todas las formas de protesta, pacíficas o no. Quien denuncia a Israel es un filoterrorista o un antisemita.

La comunidad internacional, incluida la Unión Europea y sus miembros, como España, alegan que las partes deben llegar a un acuerdo y se escuda en declaraciones a favor de la solución de los dos Estados y de que contribuye a construir un acuerdo a través de la asistencia y de la ayuda humanitaria. Los mismos países donantes niegan el reconocimiento del Estado palestino. En realidad, nos hemos olvidado de los derechos fundamentales de los palestinos, se consiente el bloqueo israelí, y en los momentos difíciles los palestinos son abandonados.

Israel ha sufrido estos días un golpe inesperado y de gran envergadura, que le ha herido profundamente. Está viviendo su 11-S particular, pero no por ello tiene el derecho a hacer cualquier cosa.

Israel arrastra una falta de legitimidad de origen, que no asume, a la que ha sumado una falta de legitimidad de ejercicio como actor disruptivo y agresivo en la región

Israel tiene una enorme responsabilidad por lo que está ocurriendo. Es un Estado anómalo desde sus orígenes, simple y llanamente coloniales, que se estableció con una limpieza étnica y con la desposesión material de la población autóctona palestina. Pero además ha seguido con prácticas coloniales hasta el día de hoy; tanto hacia dentro, con la discriminación de sus ciudadanos árabes, como hacia fuera con las ocupaciones territoriales de 1967, y con las sucesivas guerras y operaciones militares contra sus vecinos. Israel arrastra una falta de legitimidad de origen, que no asume, a la que ha sumado una falta de legitimidad de ejercicio como actor disruptivo y agresivo en la región.

La operación de Hamás ha herido hondamente su orgullo. A los 75 años Israel sufre en cierta forma el síndrome de hubris. Los antiguos griegos llamaban hubris a la desmesura, a lo contrario del ideal de moderación y sobriedad. En psicología este trastorno se caracteriza por el egocentrismo, la arrogancia y la soberbia, una autoconfianza exagerada, la imprudencia y la impulsividad, el sentimiento de superioridad sobre los demás, el desprecio por los demás, la obsesión por la imagen que representa, y finalmente la paranoia. Cualquier derrota provoca rabia, rencor, sed de venganza y de derrota total del rival. No cuesta nada ver en el Israel de hoy estas características. Con un imprescindible apoyo exterior, Israel ha desarrollado un poder militar, tecnológico y económico incuestionable, que ha utilizado para mantener su etnocracia. La pasividad cómplice de sus aliados le ha permitido una impunidad absoluta, terminando por distorsionar su percepción de la realidad y de lo que es moral. Israel está convencida de que su razón es incuestionable y que puede hacer cualquier cosa sin que nadie se le oponga. Y así actúa. Por ello lo ocurrido estos días no sólo ha sorprendido por lo inesperado, sino porque supone una bofetada a la hubris israelí, a la arrogancia que forma parte del ADN del país.

En su ira vengadora, Israel ha iniciado una vasta operación de castigo. Las recientes declaraciones del ministro de defensa israelí, Yoav Gallant, son ilustrativas: He ordenado un asedio total a la Franja de Gaza. Ni electricidad, ni comida, ni gas, todo está cerrado. Estamos luchando contra animales humanos y actuamos en consecuencia".

Israel ha logrado una retahíla de declaraciones oficiales de países aliados que, a modo de coral, dicen todas lo mismo: Hamás es una organización terrorista, e Israel tiene derecho legítimo a defenderse. Y nada más

Los bombardeos sobre los barrios de Gaza son una clara violación del derecho internacional humanitario. Pero, seamos serios, esto no es nuevo y se ha consentido. Desde hace años, Israel ha venido practicando la doctrina Dahiya, que consiste en el uso de una fuerza desproporcionada en represalia contra las zonas civiles utilizadas como base para los ataques de la resistencia, sin hacer distinción entre objetivos civiles y militares. Su objetivo es supuestamente disuasorio pero la realidad es un acto de violencia arrogante, con alto coste humano y que supone la violación de un principio básico del derecho humanitario.

En estas circunstancias ¿quién quiere y es capaz de contener a Israel y quién está dispuesto a proteger a los palestinos? Nadie porque esto no es nuevo, porque es un episodio más de la normalidad del colonialismo.

Al contrario, Israel ha logrado una retahíla de declaraciones oficiales de países aliados que, a modo de coral, dicen todas lo mismo: Hamás es una organización terrorista, e Israel tiene derecho legítimo a defenderse. Y nada más. En el contexto israelo-palestino esto significa que la resistencia es ilegítima y que Israel tiene luz verde para responder. Efectivamente un Estado agredido tiene derecho a defenderse (artículo 51 de la Carta de Naciones Unidas), aunque sujeto a unas condiciones (racionalidad, proporcionalidad). Pero ¿es aplicable este derecho al caso de Israel? ¿Qué hay del principio legal de que ‘los actos ilegales no crean derecho’ (ex iniuria non oritur ius)? ¿Puede acaso aplicarse este derecho a quien coloniza y ocupa? ¿Cómo se concilia la legítima defensa de uno con el derecho a la resistencia del otro?

La ofensiva de castigo sobre Gaza no es más que otra expresión de la hubris israelí y más violencia colonial. Arrasar Gaza e infligir una venganza bíblica sobre la población no va a cambiar las coordenadas actuales. Israel no tiene una alternativa para solucionar el conflicto. Sólo quiere víctimas dóciles y una comunidad internacional cómplice. Pero no olvidemos que los palestinos tienen el derecho de su lado y que la paz sólo se construye con justicia y con el fin del colonialismo.

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Isaías Barreñada es profesor de Relaciones Internacionales en la Universidad Complutense; así como co-autor de “Palestina. De los acuerdos de Oslo al apartheid” (La Catarata, 2023)

Las crisis bélicas, como la que está ocurriendo en Israel y los territorios palestinos ocupados, generan una avalancha de análisis, a veces prematuros y puntuales, y de declaraciones de todo signo, algunas bienintencionadas y otras descontextualizadas. Es obvio que no podemos más que condenar la violencia indiscriminada contra civiles y exigir el cese de las masacres en curso. Pero también se debe insistir en la necesaria distinción entre Hamás y el pueblo palestino, así como recordar y poner en primer plano algunos elementos consustanciales de este llamado “conflicto” intrincado. Entre los cuales están la irresponsabilidad y la complicidad de la comunidad internacional.

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