La Paz, de nuevo

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Antonio Estella

Joseph Weiler denunciaba, en su gran Fin-de-siècle Europe: do the clothes have an emperor? (1999), cómo la Europa que había emergido del Tratado de Maastricht había perdido completamente sus ideales fundacionales. Estos ideales eran, de acuerdo con el autor, la paz, la prosperidad y el supranacionalismo. Para Weiler el problema estribaba en que Europa, la Unión Europea, había muerto de éxito: su éxito económico le había hecho perder de vista, prácticamente olvidar, sus ideales fundacionales. De esta manera, Europa se había convertido en un experimento tecnológico, más centrado en los procesos y en los medios que en los ideales y en los fines, más obsesionado con el para qué que con en el porqué de las cosas. El autor se desgañitaba literalmente, en la parte final de su ensayo, por devolver a Europa a la senda de una discusión sobre el Telos de la Unión. Pero esos desesperados intentos no eran sino un epítome del poco éxito de su proyecto: sí, desde Maastricht hasta ahora, la Unión Europea ha estado centrada en los procesos y en los medios, y ha dejado de lado las cuestiones identitarias. En ese momento no era necesario hacer elucubraciones demasiado filosóficas, y la propia falta de necesidad de la empresa ponía de manifiesto que la UE se había convertido en un caso casi perfectamente acabado de racionalidad instrumental.

La agresión bélica de Rusia contra Ucrania nos devuelve de un plumazo a una discusión sobre los valores de Europa, sobre lo que es Europa y sobre todo sobre lo que debería ser. Analicemos sin embargo con detalle la tesis de que la paz fue uno de los ideales inspiradores de la Unión Europea. Discrepo con Weiler. La UE (la Comunidad Económica Europea), fundada en 1957, no estaba obsesionada con la paz, sino más bien con la reconstrucción. Es verdad que esa reconstrucción era, quizá, un medio para preservar la paz. Una Europa fuerte económicamente alejaba el espantajo de la guerra, se suponía en ese momento. Pero a pesar de las tensiones con la Unión Soviética, a Europa le pasaba algo muy parecido en ese momento a lo que le pasaba a España en 1975, cuando Franco muere: nadie quería la guerra, y nadie hubiera empuñado ningún fusil en ese momento. Lo que la gente quería era vivir con bienestar y en libertad. En Europa, a partir del fin de la Segunda Guerra Mundial; en España, desde la muerte de Franco. No existía una amenaza bélica cierta y verdadera, real, omnipresente, para Europa occidental. Insisto, más que la paz, que ya en 1957 parecía un estado del mundo asegurado, si no seguro, la gente lo que quería era vivir con bienestar y en libertad. La paz no fue por tanto uno de los ideales fundacionales de la UE. Quizá lo fue de manera subsidiaria, de rebote, pero en la mente de los europeos de entonces la eventualidad de una guerra no estaba tan presente como desde el ensayo de Weiler se nos pudiera hacer creer.

¿Qué debemos esperar a partir de ahora? De forma inmediata, hacer lo que hemos hecho siempre desde la Segunda Guerra Mundial: todo depende de Biden y de los Estados Unidos de América

De hecho mi tesis es que las dificultades que tiene la UE para abordar de manera decidida un tema como el de la agresión de Rusia frente a Ucrania se pueden conectar con esta falta de interés que tuvo la Europa de los años 50 por el tema de la paz. Como la paz no estaba en cuestión, la UE no se preparó para la guerra. Europa no estaba leyendo precisamente en ese momento al general romano Publius Flavius ​​Vegetius Renatus (“si quieres la paz, prepárate para la guerra”). No es por supuesto que Europa no quisiera la paz: es que la propia paz no estaba en cuestión. A partir de ese desinterés por la paz, se generó una inercia que condujo a que la Unión Europea se convirtiera en lo que es hoy en día, si, efectivamente, un ente tecnológico más preocupado por los procesos y los medios que por los fines y los ideales. Es por ello por lo que Europa no está preparada hoy en día para la paz, es decir, no tiene ninguna capacidad militar que pueda de alguna manera hacer frente al desafío que supone la invasión rusa de Ucrania. De hecho Putin lo sabe y por eso ha actuado de la manera en la que lo ha hecho.

¿Qué debemos esperar a partir de ahora? De forma inmediata, hacer lo que hemos hecho siempre desde la Segunda Guerra Mundial: todo depende de Biden y de los Estados Unidos de América. Estamos más bien ante una crisis similar a la de los misiles de Cuba de 1962, y, en ese sentido, echar mano de la Teoría de Juegos puede ser, una vez más, iluminador. En el juego de la guerra de desgaste se van subiendo las apuestas hasta que se llega a una situación de equilibrio en el que las partes dejan de agredirse porque la alternativa es peor en un contexto en el que las dos partes tienen armamento nuclear. Pero para que se llegue a ese equilibrio, paradójicamente, la otra parte tiene que responder. Ahora le toca el turno a Estados Unidos, quien tiene que mover ficha y además de forma inmediata. Lo hará.

Por su parte, la Unión Europea solamente puede imponer sanciones económicas a Rusia y esperar que ocurra lo mejor. Pero en el ínterin, como bien decía Weiler, y como desde él venimos reclamando muchos, la UE no puede seguir obviando ni un minuto más la discusión sobre quién es, qué es, por qué existe, y a dónde quiere llegar. La Unión Europea necesita una discusión teleológica, una discusión sobre valores, una discusión sobre ideales y principios, y dejar de obsesionarse por los procesos y los medios. En definitiva: si quieres la paz, prepárate para saber quién eres.

Antonio Estella es catedrático Jean Monnet "ad personam" de Gobernanza Económica Global y Europea en la Universidad Carlos III de Madrid.

Joseph Weiler denunciaba, en su gran Fin-de-siècle Europe: do the clothes have an emperor? (1999), cómo la Europa que había emergido del Tratado de Maastricht había perdido completamente sus ideales fundacionales. Estos ideales eran, de acuerdo con el autor, la paz, la prosperidad y el supranacionalismo. Para Weiler el problema estribaba en que Europa, la Unión Europea, había muerto de éxito: su éxito económico le había hecho perder de vista, prácticamente olvidar, sus ideales fundacionales. De esta manera, Europa se había convertido en un experimento tecnológico, más centrado en los procesos y en los medios que en los ideales y en los fines, más obsesionado con el para qué que con en el porqué de las cosas. El autor se desgañitaba literalmente, en la parte final de su ensayo, por devolver a Europa a la senda de una discusión sobre el Telos de la Unión. Pero esos desesperados intentos no eran sino un epítome del poco éxito de su proyecto: sí, desde Maastricht hasta ahora, la Unión Europea ha estado centrada en los procesos y en los medios, y ha dejado de lado las cuestiones identitarias. En ese momento no era necesario hacer elucubraciones demasiado filosóficas, y la propia falta de necesidad de la empresa ponía de manifiesto que la UE se había convertido en un caso casi perfectamente acabado de racionalidad instrumental.

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