Un día cualquiera de agosto de 2017. Debo cruzar la frontera del Tarajal, que separa Marruecos de la ciudad autónoma de Ceuta, es decir, de Europa.
Están muy recientes los multitudinarios saltos de valla por inmigrantes subsaharianos. Las caras de nuestros Policías y Guardias Civiles evidencian el agotamiento y el estrés que supone estar en ese destino en estos momentos, con sueldos casi mileuristas, mientras nuestros políticos disfrutan de unas vacaciones que nos cuestan un ojo de la cara (que se lo pregunten al Ministro de Asuntos Exteriores).
Ceuta, ciudad autónoma en el continente africano, de poca extensión, vaso comunicante de ambos continentes, pero de una importancia infravalorada. Su pequeñísimo tamaño no puede relacionarse, erróneamente, con una frontera escasa en recursos humanos y materiales, que no puede absorber el extraordinario tráfico de personas y mercancías (es frecuente la triste noticia de la muerte de porteadoras pisoteadas por avalanchas humanas).
El caos en la frontera es desconcertante. El taxi me ha debido dejar a más de un kilómetro del punto de control, pues los cientos de vehículos que quieren acceder a Marruecos (operación Estrecho) colapsan el acceso. Los cláxones no dejan de sonar. Los conductores discuten en árabe, unos se suben a unos coches, otros se bajan.
Consigo sellar pasaporte. Durante la espera me han ofrecido chocolate y, lo más alarmante, me preguntan si quiero acceder a Marruecos sin control policial. Así de fácil y así de sencillo. Y aquí saltan todas las alarmas. ¿Por qué iba a querer entrar en Marruecos sin control policial?
Me establezco en Tetuán y allí escucho a quien quiere hablar. Se quejan de una corrupción generalizada de la élite política, especialmente de los líderes regionales, nombrados por la gracia del rey y removidos, precisamente, cuando la corrupción ya es demasiado evidente.
La estampa generalizada de las calles son hombres, en su gran mayoría en edad de trabajar, que están sin hacer nada, apoyados en las paredes o sentados. Aparentemente sin aspiraciones, sin buscar salida, o sin plantearse un futuro.
De los recientes incidentes del Rif, los medios de comunicación controlados por el poder han hecho su papel y los han “vendido” a la opinión pública como actos subversivos de independentismo que quieren “romper” Marruecos.
Esos hombres sin brújula en su propia tierra, eso disturbios, me señalan, nuevamente, a la frontera del Tarajal y es que el nudo gordiano está allí.
Los ciudadanos de Tetuán, así como los de Nador, como rémora de la época del protectorado español, gozan del privilegio de poder acceder a Ceuta (y Melilla en el caso de Nador) sin pasaporte, ambas integradas en el espacio Schengen. Consecuencia inmediata de ese privilegio, la picaresca. Las poblaciones de ambas ciudades se han multiplicado por dos, dado que muchos marroquíes se han empadronado en ambas localidades, especialmente en Tetuán. Ello hace que si antes cruzaban el Tarajal, diariamente, una media de 2.000 marroquíes, ahora lo hacen cerca de 20.000.
Muchos entran y salen, pero otros se quedan en Ceuta, intentando conseguir un visado que le abra las puertas de Europa o intentando entrar de forma clandestina y arriesgada.
Las mafias que venden el sueño europeo a precios desorbitados, también juegan sus cartas y favorecen la creación de núcleos de inmigrantes no controlados, ya no sólo del África negra, sino también de sirios que huyen de la guerra. No se sabe muy bien cómo acceden a Marruecos y lo atraviesan, pero parece evidente que no hay mucho control. Se concentran, movidos por ese sueño europeo, en las estribaciones de los montes de Beliones y de Sidi Ibrahim. También es cierto que la gendarmería marroquí hace redadas muy de vez en cuando en estas zonas, pero son insuficientes, y la prueba son los saltos masivos que se producen periódicamente.
Pero junto a estos emigrantes que sólo buscan una vida mejor, a cualquier precio, también se pueden “camuflar” aquellos que desean no ser controlados, aquellos que, tal vez, sí aceptaron los servicios de ser introducidos en el país sin control policial.
Si hemos visto como los autores de la matanza de Las Ramblas han entrado y salido de Marruecos como un ciudadano más, ¿qué riesgos asumimos con potenciales radicales incontrolados?
España limita al norte con Francia, país de la Unión, así que nuestro verdadero y único punto de control es El Tarajal y el Estrecho.
Ver más200 migrantes intentan acceder a Ceuta pero solo uno lo consigue tras ser rescatado en el mar con hipotermia
La cuestión está en saber qué grado de compromiso quiere Marruecos. País musulmán, que, como herramienta de presión en política exterior, le puede interesar mantener la inestabilidad fronteriza, pero que también le es de utilidad “doméstica”, ya que en ése tótum revolútum también se han gestionado los disturbios del Rif, originados por demandas sociales de primera necesidad y convertidos, políticamente, en disturbios separatistas, con encarcelamientos de periodistas e, incluso, con expulsiones de extranjeros. Y le ha funcionado porque el “apagón informativo” sobre todo ello es sorprendente.
Marruecos, país al que me une lazos de sangre, debe elegir si, manteniendo sus tradiciones e idiosincrasia, quiere progresar o mantenerse en la sombra de la duda y eso pasa no sólo porque mantenga un control serio y eficaz de su territorio, sino, y sobre todo, de sus fronteras, especialmente la del Tarajal, puerta que une Europa con África.
Mientras Marruecos decide, España ha de dar a Ceuta y a la frontera del Tarajal la importancia que tiene. Controlar esa frontera es algo más que dotarla de pelotas de goma y concertinas, es prevenir y proveerla de más medios, más recursos y una modernización acorde con la SEGURIDAD que merecemos. ____________Fernando Ripollés Barros es abogado y periodista
Un día cualquiera de agosto de 2017. Debo cruzar la frontera del Tarajal, que separa Marruecos de la ciudad autónoma de Ceuta, es decir, de Europa.