Iniciado el segundo año de la agresión de Rusia a Ucrania, con decenas de miles de muertos, ciudades arrasadas y millones de refugiados o desplazados, casi empantanados en una guerra de trincheras evocadora de los desastres de la primera guerra mundial, que de forma tan impactante plasmara en 1929 Erich Maria Remarque, surgen apremiantes llamamientos a la paz en Europa. En España, el Movimiento por la Paz (MPDL) y otras doce organizaciones acaban de presentar un manifiesto, “Ucrania: la paz es la única solución”. Correcta y loable aseveración, por supuesto, pues nunca la guerra ha sido un método para hacer progresar a la Humanidad. La dificultad estriba en cómo lograr la paz.
Dice la Declaración del MPDL que “las estrategias de fomento de las acciones bélicas solo han conseguido garantizar la continuidad de la guerra, dificultando cualquier solución negociada para la paz… alargar la guerra con la intención de vencer al adversario no es la única ni mejor opción…”. Ocurre, sin embargo, en el caso que nos ocupa, que ambos beligerantes, Moscú y Kiev, desean alargar la guerra con intención de derrotar al adversario. Ucrania es una democracia alzada en armas para resistir la agresión de una autocracia a cuya opinión pública se le impide expresar su parecer. Se da la circunstancia, además, de que la ciudadanía ucraniana se manifiesta a favor de continuar la guerra hasta vencer al agresor. Así lo prueban diversos sondeos realizados en meses recientes, incluido febrero, por diversos institutos, desde Gallup al propio ucraniano Instituto Internacional de Sociología: en septiembre de 2022, el 70% de los encuestados se declaraba decidido a continuar la lucha hasta que Ucrania gane la guerra, frente al 26% a favor de la negociación. En octubre, el 86% deseaba continuar la guerra a pesar de la cada vez mayor intensidad de los bombardeos rusos. En noviembre la cifra ascendía al 95% y en febrero de este año era ya del 97%. El pasado 24 de febrero tuve ocasión —probablemente como algunos de los posibles lectores de este artículo— de escuchar en directo en la cadena SER una buena muestra de lo que estoy relatando. Ángels Barceló entrevistó desde Kiev a dos profesores ucranianos de español. Preguntados sobre qué harían cuando la guerra termine, uno de ellos dijo: “Cuando termine la guerra…”. La otra, mujer, contundentemente: “Cuando ganemos la guerra…”.
En general, el apoyo a Ucrania persiste, pero numerosos europeos se muestran impacientes por acelerar una solución pacífica
Intentemos configurar un marco para una posible negociación entre los beligerantes para lograr la paz. De entrada, uno y otro deben estar dispuestos a hacer alguna o algunas concesiones. Algo difícil del lado ucraniano a día de hoy cuando las victorias que está logrando en el campo de batalla y la opinión de sus ciudadanos no empujan a ceder. Incidentalmente, convencer a Kiev para que acepte la anexión por Rusia de parte de su territorio equivaldría a legítimar el uso de la fuerza para conseguirlo. También incidentalmente, qué garantías habría de que Rusia, visto su éxito, no aspiraría a ir más allá de Ucrania? Por lo que toca a Moscú —en el supuesto por ahora no confirmado de que desee la paz— obviamente no se implicaría en negociación alguna que no supusiera la anexión de algún o algunos territorios ucranianos. En cualquier caso, el país agredido —su Gobierno e idealmente su población— debe estar convencido de que ha llegado el momento de duras decisiones sobre compromisos que pongan fin a la guerra, teniendo en cuenta además que se le deben ofrecer garantías de que Moscú es un negociador serio y fiable.
Lógicamente, la decisión de embarcarse en negociaciones de paz corresponde a las autoridades ucranianas, pero en ello puede influir el estado de la opinión pública europea en la actualidad. Veamos cómo se manifiesta dicha opinión. En general, el apoyo a Ucrania persiste, pero numerosos europeos se muestran impacientes por acelerar una solución pacífica. La Dirección de Comunicación del Parlamento Europeo y la red demoscópica europea Euroskopia siguen mes a mes este tema. El estudio de febrero de esta última, titulado “Los europeos divididos sobre Ucrania: ¿un rápido final aun a costa de cesiones territoriales?”, realizado en Austria, Alemania, Francia, Italia, España, Portugal, Países Bajos, Polonia y Grecia, proporciona datos significativos. Más del 60% de los encuestados en Austria y Alemania quieren que la guerra termine rápidamente, mientras que en Holanda (48%), Portugal (45%) y Polonia (42%) rechazan la idea de ceder territorios de Ucrania para conseguir una rápida paz. En España, el estudio de Sigma 2, integrada en Euroskopia, da como resultado que uno de cada dos encuestados opina que la guerra “debe terminar lo antes posible”, incluso si los ucranianos “deben ceder algún territorio”. Idea que es apoyada por el 61% de votantes de Podemos y el 55% de votantes del PSOE. Un analista —reflexionando sobre la aparente paradoja de que la mayoría de los ciudadanos que desean la paz inmediatamente lo sean del país europeo, Alemania, que más armamento está facilitando al país agredido— concluye que posiblemente con ello se desee evitar una capitulación humillante de Ucrania. En efecto, como proclama la Declaración del MPDL, la paz, una paz justa y duradera, es posible, pero difícil de lograr.
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Emilio Menéndez del Valle es embajador de España.
Iniciado el segundo año de la agresión de Rusia a Ucrania, con decenas de miles de muertos, ciudades arrasadas y millones de refugiados o desplazados, casi empantanados en una guerra de trincheras evocadora de los desastres de la primera guerra mundial, que de forma tan impactante plasmara en 1929 Erich Maria Remarque, surgen apremiantes llamamientos a la paz en Europa. En España, el Movimiento por la Paz (MPDL) y otras doce organizaciones acaban de presentar un manifiesto, “Ucrania: la paz es la única solución”. Correcta y loable aseveración, por supuesto, pues nunca la guerra ha sido un método para hacer progresar a la Humanidad. La dificultad estriba en cómo lograr la paz.