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Tragedia alemana y chuletones al punto

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Son ya al menos 180 muertes por inundaciones históricas en Europa Central. Bélgica, Alemania y Países Bajos son los países más afectados. Entre los tres sumaron más de 600 heridos y unas 1.300 personas desaparecidas, cifra que ya ha ido bajando hasta sólo varios cientos. Los primeros balances valoran los destrozos en decenas de miles de millones de euros.

Cuando estas catástrofes han ocurrido recientemente en regiones empobrecidas, las explicaciones se refugian en una idea falsa pero tranquilizadora para la Europa-fortaleza: no están preparados, no tienen buenas infraestructuras, aquí no podría pasarnos algo así. Pero ni la conciencia más flexible esboza ahora la idea de que Alemania u Holanda son pobres o no están preparadas para la lluvia. Es un acontecimiento de época en tanto que, como subrayaría Alain Badiou, hace emerger una verdad incómoda que rompe con ese "sentido común" contextual tan complaciente.

Menos de un día ha tardado el presidente alemán en atribuir el desastre al calentamiento global. "Solo si tomamos la lucha contra el cambio climático en serio vamos a poder mantener a raya acontecimientos climáticos extremos como el que estamos viviendo ahora", sentenció Frank-Walter Steinmeier. La ministra de Medio Ambiente y el ministro de Interior reforzaron en seguida esa posición. Seguro causará temor esa asociación entre muerte y gases invernadero en los despachos de las poderosas patronales industriales y ganaderas de Alemania. Seguro que eso les suena a reconversión industrial, a nuevas limitaciones y a costosas inversiones verdes. Pero eso no impide a sus dirigentes políticos afirmar la evidencia, con toda razón. Con la ciencia de su lado. Y a las industrias contaminantes no les queda otra que callar y sumarse al luto.

Hablando de tomarse el cambio climático en serio, alguien que también lo hizo recientemente es nuestro ministro de Consumo, Alberto Garzón. Se le ocurrió tuitear que "el 14,5% de las emisiones de gases de efecto invernadero proviene de la ganadería, especialmente de macrogranjas, mientras que para que tengamos 1 kilo de carne de vaca se requieren 15.000 litros de agua. #MenosCarneMásVida". Con toda la razón. Con la ciencia de su lado. Y el cabreo y descojone fue generalizado. Con ese tuit, que divulgaba datos de la ONU, desató otra tormenta, pero ésta en el Gobierno y en las redes.

Encabezados por el de Agricultura, Luis Planas, varios ministros salieron a confrontar con Garzón para tranquilizar a la industria cárnica española, el país de Europa que más carne consume según la FAO, la agencia de Naciones Unidas para Alimentación y Agricultura. Entre los presidentes autonómicos, fue Page, del mismo partido de Gobierno, quien capitaneó la lapidación: "No se le ocurre otra cosa que decir que no hay que comer carne, ¿no tiene nada que hacer?".

Detrás fueron muchos otros, no faltó ningún líder de partido nacional, y muchos medios de comunicación participaron alegre e incontrastadamente del linchamiento. La verificación de datos brilló en este debate por su ausencia. Hablaron directamente de "el error de Garzón" planteando abiertamente su salida del Gobierno, en línea con la reprobación presentada inmediatamente por la ultraderecha. El PP pidió también la dimisión inmediata, y no faltaron medios que convirtieran en noticia unos tuits en los que diputados del PP "lanzaban" sus platos de carne en redes contra el ministro, que tan sólo había divulgado el mismo dato ofrecido por esos mismos medios anteriormente. Medios tenidos por progresistas hablaron de chuletongate, o de la guerra del chuletón, y en general atribuyeron los incómodos datos al ministro, no a los informes oficiales que Garzón citaba.

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La última y definitiva piedra la lanzó el propio presidente del Gobierno en rueda oficial de prensa junto a la primera ministra lituana: "Sobre esta polémica, lo diré en términos personales: a mí, donde me pongan un chuletón al punto, eso es imbatible". Al respecto, sólo cabe retomar las palabras de Steinmeier: o nos tomamos la lucha contra el cambio climático en serio, o el intento de dar marcha atrás al auge de fenómenos extremos no sólo llegará demasiado tarde, es que no llegará nunca.

El efecto aleccionador de este episodio es demoledor: pocos cargos públicos se atreverán a volver a tocar este tema. ¿Quién querrá intentar asociar el consumo excesivo de carne con el aumento de gasto público en salud, con el cáncer, con la desertificación galopante, incluso con la despoblación, o con las muertes por cambio climático en Alemania y en cualquier país, si sabe que con ello se juega el puesto? Por más que existan numerosas políticas públicas al respecto, nacionales, europeas e internacionales, por más que la ciencia avale esos vínculos, la condición para incidir en cualquier debate es tener voz pública, y una vez que se pierde da igual cuánta razón tenga su dueño, su incidencia será nula. Al punto o recalentado, el chuletón se ha usado aquí para taponar la voz de la evidencia y las alertas internacionales sobre consumo excesivo de carne.

Nos caiga mejor o peor Alberto Garzón, dentro de unos años, al volver la vista atrás, veremos a esta turba de cínicos lapidadores con la misma vergüenza ajena que hoy vemos a quienes se dejaron la piel defendiendo el hábito de fumar porque creaba empleo, o se reían de quienes denunciaron los disruptores hormonales en envases de plástico, hoy fuertemente regulados. Desde sus puestos de responsabilidad, seguramente no logren impedir el avance de nuevas políticas públicas con su cinismo, tan sólo lo retrasan unos años más. Eso sí, con enorme coste para las arcas públicas presentes y futuras, y también, aunque sea duro reconocerlo, en términos de vidas humanas. Alemania ha sido el último foco caliente de la emergencia climática, pero es sabido que España tiene muchas papeletas para ser uno de los más golpeados. Lo malo es que aquí nos lanzan un chuletón al punto y resulta del todo imbatible. Por el momento.

Son ya al menos 180 muertes por inundaciones históricas en Europa Central. Bélgica, Alemania y Países Bajos son los países más afectados. Entre los tres sumaron más de 600 heridos y unas 1.300 personas desaparecidas, cifra que ya ha ido bajando hasta sólo varios cientos. Los primeros balances valoran los destrozos en decenas de miles de millones de euros.

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