Lunes, 30 de marzo de 1959. Una pesada losa de granito con la sencilla inscripción "José Antonio" desciende a los pies del altar mayor de la Basílica del Valle de los Caídos hasta cubrir por completo un agujero en el que acaba de ser depositado el cuerpo de todo un símbolo de la dictadura. El féretro del fundador de la Falange, José Antonio Primo de Rivera, llegó a un mausoleo a punto de inaugurarse en medio de una enorme multitud, tras cuatro horas de marcha por la sierra de Guadarrama. Y ahí ha permanecido hasta este lunes, cuando la enorme losa de granito ha vuelto a alzarse para sacar sus restos de Cuelgamuros. En esta ocasión, sin la pompa de antaño, con una discreción que solo han roto un puñado de falangistas a la llegada del cuerpo al cementerio de San Isidro.
Ubicado en el madrileño barrio de Carabanchel, el camposanto se convirtió este lunes en lugar de encuentro de los sectores más ultras. Algo más de un centenar de personas, mayores y jóvenes, se han congregado desde primera hora de la mañana a los pies de un pequeño parque infantil ubicado frente a la entrada principal del mismo cementerio en el que también reposan los restos del dictador cubano Fulgencio Batista o del führer croata Ante Pavelic. Frente a ellos, apostados junto a las dos enormes rejas que dan paso al camino de cipreses que preside la entrada, alrededor de una docena de policías antidisturbios vigilaba el perímetro para que nadie accediese al recinto. "Hoy no se puede pasar", trataban de explicar a los más curiosos.
Ataviados con las tradicionales camisas azules, yugo y flechas convenientemente bordados al pecho, la mayoría de falangistas trataba de amenizar la espera bajo la gran sombra de un árbol. Pocos, muy pocos, aguantaban cara al sol en una mañana de diario especialmente calurosa. Allí, al fresco, los camisas azules, enfadados con la familia por no haber opuesto resistencia a la exhumación, trataban de ponerse al día. E intentaban colocar sus mensajes en los medios de comunicación, esos mismos medios a los que luego llamarían "terroristas". "Vendremos aquí siempre que nos apetezca", resaltaba ante los micrófonos un hombre de mediana edad. "La izquierda levanta ampollas porque no soporta haber perdido la guerra", exclamaba un trío de mujeres mientras emprendía el camino de regreso a casa.
Y mientras en San Isidro empezaban a verse ya, aunque de forma tímida, los primeros saludos fascistas, en otro lugar sombrío a cincuenta kilómetros al norte se procedía a la extracción de los restos del fundador de la Falange. Los trabajos de exhumación en la Basílica de Cuelgamuros se iniciaron antes incluso de que el sol comenzase a iluminar el enorme complejo monumental construido por voluntad del dictador. Y se llevaron a cabo en la más estricta intimidad. Al recinto tan solo pudo acceder a primera hora de la mañana un grupo de familiares para seguir de cerca un proceso orientado a dar cumplimiento a la nueva Ley de Memoria Democrática, una norma que prohíbe la permanencia de restos mortales en un lugar preeminente del Valle de Cuelgamuros.
Gritos fascistas a las puertas del cementerio
A diferencia de lo sucedido durante la exhumación del dictador Francisco Franco, en esta ocasión la salida de los restos de la Basílica no se emitió en directo. Cualquier retransmisión se hacía desde la puerta del mausoleo, a cinco kilómetros de distancia de la enorme explanada que se extiende bajo la gigantesca cruz. Y a las mismas se recurría de vez en cuando desde San Isidro para saber si el fundador de la Falange se encontraba ya de camino a su nuevo lugar de reposo. Una salida que finalmente se produjo a eso de las 13.00 horas, ante la atenta mirada de los periodistas desplazados a la zona y de un par de decenas de falangistas encargados de desplegar a las puertas de Cuelgamuros sábanas con el rostro de Primo de Rivera.
Minutos después de conocerse que el coche fúnebre emprendía el camino, el ambiente comenzó a tensarse en los alrededores del camposanto. Tanto, que en un momento dado los agentes se vieron obligados a interceptar a tres o cuatro personas que intentaban acercarse con un ramo de flores –amarillas y rojas, como los colores de la bandera– a la puerta del cementerio. Tras una discusión, el grupo se vio obligado a regresar, acompañado por un par de policías, a la posición inicial. Un punto de encuentro en el que se comenzaban ya a desplegar algunas pancartas entre gritos de "¡Arriba España!" y saludos romanos, una escena que si no fuese por el color que ahora captan las cámaras parecería sacada del mismísimo No-Do.
En medio de aquel bullicio llegó a San Isidro el coche fúnebre con los restos de Primo de Rivera, un vehículo que ni siquiera se detuvo en la entrada principal. Fue entonces cuando los falangistas se echaron a la carretera saltándose el cordón policial, lo que obligó a los agentes a sacar las porras para contener a una masa de personas que trataba de avanzar hasta el camposanto mientras coreaba el nombre del fundador de la Falange. El forcejeo con los agentes se prolongó durante algunos segundos. Pero, al final, la Policía consiguió contener al grupo a medio camino, en la pequeña isleta en la que se encontraban trabajando los periodistas. Los altercados acabaron con tres falangistas detenidos y otros cinco identificados.
Desde allí, los camisas azules pusieron banda sonora al momento entonando el Cara al sol. Y a medida que la tensión iba disminuyendo, los asistentes, alguno perfectamente ataviado con gafas de sol y negros guantes de cuero, aprovecharon para inmortalizar el momento, para dejar constancia de que ellos estuvieron allí. En unas ocasiones, lo hicieron a escasos metros de los agentes con la bandera franquista. En otras, alzando la enseña falangista, con la que también posaron frente a la cámara un par de chavales que probablemente ni siquiera alcanzaban la mayoría de edad. Junto a ellos, un contenedor de obras lucía con una pegatina que antes del forcejeo ni siquiera estaba. "Profanador de tumbas", rezaba junto a una imagen del presidente del Gobierno, Pedro Sánchez.
Críticas a la familia de Primo de Rivera
La isleta pasó así a convertirse en el nuevo lugar de charleta de los camisas azules. Algunos, tras los minutos de tensión, se mostraban más o menos comprensivos con los agentes de la Policía. Otros, no tanto. "Nuestra intención era solo estar cerca del féretro y la respuesta ha sido un apaleamiento", se quejaba Jesús Muñoz, portavoz de Falange. En el partido se muestran especialmente molestos con la familia de Primo de Rivera. Principalmente, por no haber dado la "batalla" por la figura del fundador de la Falange. "Y ahora, que podían al menos haber dado la batalla jurídica han decidido apartarse por completo", resaltaba, al tiempo que reconocía que lo que les hubiera gustado es que el féretro hubiese entrado a hombros al camposanto.
Los familiares fueron, precisamente, quienes solicitaron hace medio año la exhumación de los restos tanto a la Comunidad de Madrid como a los monjes benedictinos, cuya salida de Cuelgamuros está pendiente del nuevo marco jurídico que diseña el Gobierno para el complejo monumental. Entonces, pidieron que el proceso permaneciese dentro de la "estricta intimidad familiar". El mismo deseo que expresaron por carta al dictador los hermanos del fundador de la Falange en 1959, cuando el régimen decidió sacar sus restos del Monasterio de El Escorial para llevarlos a un Valle de Cuelgamuros que la dictadura se había encargado de alzar para perpetuar la "memoria" de los que cayeron en la "gloriosa Cruzada": "Desearíamos que el traslado tuviera lo más posible carácter íntimo y recogido".
Entonces, decenas de miles de falangistas desplazados a la Basílica hicieron imposible un acto íntimo. Hoy, los camisas azules concentrados para rendir homenaje a Primo de Rivera apenas superaban los dos centenares. Y la familia, esta vez sí, ha enterrado por quinta vez al fundador de la Falange con la mayor discreción. Un traslado que supone otro paso más en la resignificación de Cuelgamuros. Un proceso que, no obstante, no estará completo hasta que salgan del complejo monumental todas aquellas personas, parte de ellas republicanas, que fueron inhumadas bajo la inmensa cruz por decisión unilateral del régimen. El Gobierno sigue trabajando en ello. Las familias, continúan esperando.
Lunes, 30 de marzo de 1959. Una pesada losa de granito con la sencilla inscripción "José Antonio" desciende a los pies del altar mayor de la Basílica del Valle de los Caídos hasta cubrir por completo un agujero en el que acaba de ser depositado el cuerpo de todo un símbolo de la dictadura. El féretro del fundador de la Falange, José Antonio Primo de Rivera, llegó a un mausoleo a punto de inaugurarse en medio de una enorme multitud, tras cuatro horas de marcha por la sierra de Guadarrama. Y ahí ha permanecido hasta este lunes, cuando la enorme losa de granito ha vuelto a alzarse para sacar sus restos de Cuelgamuros. En esta ocasión, sin la pompa de antaño, con una discreción que solo han roto un puñado de falangistas a la llegada del cuerpo al cementerio de San Isidro.