El exjuez Castro: “El emérito debería responder ante el Congreso ya que no lo hará ante un juez”

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Hace ya doce años, fue el juez José Castro quien en 2010 se atrevió –y el verbo no está elegido al azar– a hurgar en un espacio hasta entonces blindado: los negocios turbios de un miembro de la Casa Real, Iñaki Urdangarin. Jubilado desde diciembre de 2017 tras cuatro décadas de ejercicio y bregado en casos contra la corrupción que provocaron auténticos terremotos políticos, Castro habla hoy sin toga. Tal vez por eso y en lo que al rey emérito concierne, su discurso alcanza un grado de franqueza insólita entre quienes han pertenecido al aparato judicial del Estado. En sus recién publicadas memorias –Barrotes retorcidos. Memorias de un juez (Edicions Documenta Balear)–, sale a relucir el hombre que confiesa haber discrepado de sus padres, el joven funcionario de prisiones que, como él mismo dice, tal vez habría querido cambiar la vida de muchos presos de avanzar por aquella bifurcación del camino en vez de ganar las oposiciones a juez.

Pero las líneas del libro dibujan también una figura que, como se observa en esta entrevista, ni se inmuta cuando dispara un auténtico misil discursivo contra la actuación del rey emérito y quienes le defienden argumentando que ya se ha disculpado bastante. Si realmente quiere disculparse, que vaya al Congreso y dé allí todas las explicaciones dado que no las ofrecerá ante ningún juez. Pero para eso –remata– "hace falta valor y ganas".

Imagínese que aún lleva toga y que delante tiene hoy sentado por delito fiscal a un robagallinas. ¿Qué le diría este jueves, mientras España entera espera la llegada de un rey emérito que, según la Fiscalía, defraudó hasta 56 millones en cinco años?

Hombre, yo no tendría palabras para explicarle esa distorsión de la justicia. Pero si el robagallinas como usted le llama me pregunta quién falta por sentarse donde lo está él pues alguna respuesta tendría que articular. Lo que no puede ser es que la gente se vaya a su casa con esa sensación de que la justicia no es igual para todos.

Se han salvado de la justicia muchos. Lo que pasa es que el único que tenía marchamo constitucional para salvarse era el rey emérito. Los demás lo lograban con chapuzas judiciales, podríamos decir

¿Y quién tendría que estar sentado ahí?

Ya sé lo que usted quiere que le responda pero el emérito es uno entre varios. Se han salvado de la justicia muchos. Lo que pasa es que el único que tenía marchamo constitucional para salvarse era el rey emérito. Los demás lo lograban con chapuzas judiciales, podríamos decir. Y el único que se salvaba con todas las de la ley –una ley absurda que no tenía sentido y sigue sin tenerlo– era el rey, qué quiere que le diga.

Cuando ya había elementos suficientes para concluir que todo esto de los pagos que le hicieron, su ocultación en paraísos fiscales, el exmagistrado del Supremo José Antonio Martín Pallín dijo: "Esto desmoraliza a cualquier ciudadano que tenga un mínimo sentimiento de la ética y de sus deberes para con su país".

Yo no tuve nunca la sabiduría del señor Martín Pallín, ya me gustaría, pero estoy totalmente de acuerdo.

En noviembre de 2020 dijo usted: "A mí me duele que el jefe del Estado haya sucumbido presuntamente ante un desmedido afán de lucro". ¿Algo que matizar o, por el contrario, hay que eliminar ya el "presuntamente"?

Que quizá puede parecer que sucumbir es como estar ante un tsunami, ante una fuerza externa que te empuja a cometer determinadas cosas que no están bien. Pero aquí no hay ninguna fuerza externa, el único tsunami es el que el rey emérito debía llevar en su interior para hacer lo que hizo. Eso le ocurre también a los políticos que sucumben a la tentación de llevarse lo que no es suyo. Y sucumbe en general el mundo de la delincuencia.

Sí, pero si sucumbe un político y se lleva el dinero a casa puede acabar en el banquillo.

Pero no solamente eso. El delito que comete un donnadie, digámoslo así, y la repulsa que genera no es la misma que la que generan aquellos en los que hemos depositado la confianza, aunque en la monarquía nadie la ha depositado, simplemente la tienen de origen de fábrica. Pero si nosotros nombramos a un político para que administre nuestro dinero y ese político coge y se lo lleva todo a casa, ese delito provoca una especial repulsa porque se trata de una persona en la que habíamos confiado y de la que se esperaba otro comportamiento muy distinto. El peso de ese tipo de actuaciones es enorme, tanto que a mi entender las penas que arbitra el Código Penal no son suficientes.

La Agencia Tributaria no quiso en su momento incoar un expediente sancionador ni el Tribunal Supremo, que es el único que puede hacerlo, ha querido incoar una causa que podía haber abierto de oficio perfectamente

El líder del PP, Alberto Núñez Feijóo, sostiene que Juan Carlos I no tiene causas pendientes, por lo que le asiste todo el derecho a visitar España y que son el PSOE y Unidas Podemos los que están erosionando a la Jefatura del Estado. Esas palabras no denotan ninguna repulsa, ¿no?

No, no, y además hay una parte totalmente inexacta, que es la de que el rey emérito no tiene ninguna causa abierta en España. La hay porque ni la Agencia Tributaria quiso en su momento incoar un expediente sancionador ni el Tribunal Supremo, que es el único que puede hacerlo, ha querido incoar una causa que podía haber abierto de oficio perfectamente. En cuanto a que no hay ningún impedimento para que el emérito venga a España, por supuesto que no lo hay: la pena de prohibición de residir en determinados lugares está en el Código Penal para ser aplicada por un tribunal. En este caso, por el Tribunal Supremo. Pero es que no tendría sentido que se le pudiera imponer esa prohibición porque el delito que hubiera podido cometer no propiciaría la imposición de esta pena sino de otras. La de la residencia no tendría mucho encaje. Puede venir aquí cuando le plazca pero, vaya, esa sería una noticia más propia de alguna revista del corazón

¿De una revista del corazón o de alguna de uno de esos países que creíamos tan lejanos y donde el rey sigue teniendo potestades plenas, casi ficticias, como reyes de cuentos que hacen y deshacen lo que quieren?

Siempre la monarquía ha tenido unos tintes nostálgicos de cuentos de hadas, de la carroza que se podría convertir en calabaza según a qué hora...

¿Ha pasado esta monarquía de ser carroza a calabaza?

Sí, sí, sí, claro, claro. Bueno, no sé si al final la carroza en la que pudiera subirse Felipe VI se habría convertido o no en calabaza. Pero sí aquella en la que se subió su padre con todos los honores del mundo, con todo el agradecimiento de un país por algo que todo lo más que significaba era estar cumpliendo con su deber. Y eso ha desilusionado a muchísimos españoles, hasta a los propios monárquicos.

El rey, si queremos que pida disculpas y dé explicaciones de una manera auténtica, tiene que coger y desplazarse al Congreso, subirse allí a la tarima y someterse a las preguntas que se le quieran hacer

Más lejos que Feijóo llegó hace un año y medio Isabel Díaz Ayuso cuando dijo que Juan Carlos I ya ha ido "pagando con disculpas sus problemas con Hacienda y la Justicia".

¡Mire usted, las sandeces...! Hay algunas que las pillo porque enciendo el televisor en ese momento o no paso de largo la página del periódico donde se escriban. ¡Pero son sandeces! ¿Se puede pagar pidiendo disculpas lo que parece ser un supuesto delito? ¿Es que acaso cualquier narcotraficante, cualquier persona que cometiera un delito contra el patrimonio, se libraría de su pena con disculpas? En fin, con disculpas y sin devolver ni un céntimo. Mire, esto es bochornoso. Si alguna disculpa debió pedir, que yo creo que sí, habría sido antes de marcharse. Pero para pedir disculpas en una cadena de televisión sin someterse absolutamente a ninguna pregunta de nadie, eso es tanto como si mañana Felipe VI le cediera su puesto en el discurso de Nochebuena. No tiene sentido ninguno. El rey, si queremos que pida disculpas y dé explicaciones de una manera auténtica, tiene que coger y desplazarse al Congreso de los Diputados, subirse allí a la tarima y someterse a las preguntas que se le quieran hacer. Pero para eso hay que tener valor y ganas.

Valor y ganas... ¡Vaya!

Sí, valor y ganas. Y aparte, por muchas ganas que tenga alguien de pedir disculpas si no le asiste el propósito de enmienda, pues... Porque ya las pidió cuando salió del hospital por lo de Botsuana y aquel "me he equivocado"... Todo eso está muy bien aunque a mí me sonó a algo indigno, es como la excusa que da el colegial cuando el profesor le sorprende en un renuncio. Si el rey emérito quiere pedir disculpas tiene que darlas en el Congreso. ¿Y por qué digo el Congreso de los Diputados? Porque todavía no hay ningún órgano judicial que se las haya pedido. Y si hay un órgano judicial que se las pide, es allí donde tiene que darlas, pero eso no ocurrirá.

¿Se imaginaba todo lo que ahora sabemos sobre Juan Carlos cuando, investigando un caso de corrupción balear, dio en 2010 con Iñaki Urdangarin?

Entonces no podía yo adivinar. Ni yo ni mucha gente. Hay otros que sí lo sabían porque el rey emérito contaba en aquel entonces con la asistencia de muchos que callaron, que silenciaron. Pero el pueblo en general –y en el pueblo en general me meto yo– éramos ingenuos. Y creíamos que un monarca no podría delinquir. Nunca, nunca pudimos imaginar lo que luego hemos sabido.

El pueblo en general, y en el pueblo en general me meto yo, éramos ingenuos. Y creíamos que un monarca no podría delinquir. Nunca, nunca pudimos imaginar lo que luego hemos sabido

Pero en 2013, cuando todavía se hablaba casi en susurros del rey Juan Carlos salvo para ensalzarlo salieron a la luz los emails demostrativos de cómo le prestó ayuda a su yerno...

Sí, sí, y le abrió puertas. Un montón de puertas. ¿Por qué? A mi entender, aunque ya sabemos que yo me dedicaba a imputar inocentes, se las abrió porque la hija de un rey no puede vivir modestamente: no sería la hija de un rey.

Acaba usted de decir en una entrevista que no fue Urdangarin quien ideó su plan de negocios en la soledad de su habitación sino que fueron otros. ¿Hay algún nexo entre aquellos emails conocidos en 2013 y la conclusión de que fueron otros quienes idearon su plan?

En primer lugar, la conclusión de que fueran otros los que crearan el procedimiento para aprovecharse de fondos públicos son líneas de investigación que cualquier instructor puede acoger con independencia de que luego las plasme o desarrollo en el curso de una instrucción o simplemente se las quede para él.

Yo no podía investigar al rey. Si no puedes hacer según qué cosas no te vas a encariñar con una línea de investigación que quedará ahí en el aire. Sabes que no vas a abrir un juicio oral contra una persona que ya de entrada es inviolable

¿Y aquí qué pasó? ¿Se quedaron esas líneas para usted?

Carta abierta a Juan Carlos I, emérito defraudador fiscal

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En esto quedaron para mí por muchas razones. En primer lugar, porque yo no podía investigar al rey. Entonces, si no puedes hacer según qué cosas no te vas a encariñar con una línea de investigación que quedará ahí en el aire. Sabes que no vas a abrir un juicio oral contra una persona que ya de entrada es inviolable. Y entonces todo queda ahí como una elucubración sin ningún valor probatorio.

Escribe usted en su libro que la Fiscalía desató una guerra para salvar a la infanta. ¿Cree que era el prolegómeno de una operación destinada también a salvar a su padre?

R. No, no lo creo. Porque la posibilidad de que alguien dirigiese la investigación contra su padre era inviable. Nadie, y me refiero también la Fiscalía, habría intentado salvar a la infanta como cortafuegos para salvar a la monarquía. Lo que se pretendía salvar era a ella para que no viniera a declarar ni se abriera juicio contra ella. Ni yo ni nadie abrigaba la posibilidad de investigar a su padre. Eso habría sido tirarse a una piscina vacía, meterse en un jardín con espinas que no habría conducido a nada.

Hace ya doce años, fue el juez José Castro quien en 2010 se atrevió –y el verbo no está elegido al azar– a hurgar en un espacio hasta entonces blindado: los negocios turbios de un miembro de la Casa Real, Iñaki Urdangarin. Jubilado desde diciembre de 2017 tras cuatro décadas de ejercicio y bregado en casos contra la corrupción que provocaron auténticos terremotos políticos, Castro habla hoy sin toga. Tal vez por eso y en lo que al rey emérito concierne, su discurso alcanza un grado de franqueza insólita entre quienes han pertenecido al aparato judicial del Estado. En sus recién publicadas memorias –Barrotes retorcidos. Memorias de un juez (Edicions Documenta Balear)–, sale a relucir el hombre que confiesa haber discrepado de sus padres, el joven funcionario de prisiones que, como él mismo dice, tal vez habría querido cambiar la vida de muchos presos de avanzar por aquella bifurcación del camino en vez de ganar las oposiciones a juez.

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