“¡¡Gritad más, que gritáis poco!! Porque mientras gritáis... ¡no matáis!”, replicaba Ernest Lluch a los militantes de la izquierda abertzale que le increpaban durante un mitin del PSOE en la parte vieja de Donostia. Sucedía en plena tregua de ETA en 1999, apenas un año antes de que la banda le asesinara en el garaje de su casa. “O bombas o votos”, les interpelaba Alfredo Pérez Rubalcaba en 2010 para que decidiesen el camino a seguir, el de la política o la violencia, meses antes de que la organización terrorista pusiese fin definitivamente a sus asesinatos y extorsiones.
El clamor de todas las fuerzas políticas era entonces convencer a la izquierda abertzale de que podía defender sus ideas pacíficamente. Y normalizarse en un sistema político que hasta ese momento le discutía la condición de legalidad.
Pero una década después, las condiciones parecen haber cambiado. Retirar el apoyo prestado a la violencia y haber contribuido a la disolución de la organización terrorista ya no es suficiente. Otras estipulaciones han ido apareciendo en el horizonte.
Primero, la exigencia de condena expresa y firme de todos y cada uno de los atentados cometidos por ETA y la solicitud de perdón a las víctimas. Segundo, poner fin a los homenajes y recibimientos públicos de los presos cuando cumplen condena y regresan a sus localidades de origen. Tercero, colaboración para la identificar a los autores de los crímenes que las fuerzas de seguridad y la justicia no han sido capaces de señalar. Y ahora, más recientemente, se empieza a mencionar una cuarta: la retirada de los dirigentes de la coalición que hayan tenido un pasado de militancia o proximidad con ETA.
El listón de los requerimientos ha ido subiendo en la misma medida en que la izquierda abertzale avanzaba, lentamente, en el camino del reconocimiento del daño causado. Primero mediante una declaración oficial, leída el pasado octubre por su máximo líder, Arnaldo Otegi, y después a través de un comunicado de la organización que representa a los presos de la desaparecida ETA en en el que los que antes asesinaban o colaboraban con los crímenes de la banda ahora piden expresamente que ya no se celebren más homenajes ni recibimientos públicos cuando salgan de prisión porque son conscientes del daño que estos actos hacen a las víctimas.
La actual expresión política de la izquierda abertzale, EH Bildu, es una amalgama de siglas que sólo en parte echa raíces en el mundo de Batasuna. El resto tiene, en términos de condena de la violencia, un historial contrastado: desde Eusko Alkartasuna (EA) a Aralar, pasando por Alternatiba.
Algunos de los diputados en el Congreso que a diario tienen que escuchar cómo los portavoces de la derecha, uno tras otro y jornada tras jornada, les señalan con el dedo y les acusan de defender a ETA, han hecho declaraciones de condena que no dejan lugar a dudas acerca de su rechazo de la violencia. Otros no: es el caso de su portavoz, Mertxe Aizpurua, condenada hace 37 años por apología del terrorismo desde las páginas del semanario Punto y Hora.
La estrategia de la izquierda abertzale
Que EH Bildu quiere normalizarse como una fuerza política más no es ninguna novedad. Su objetivo es romper su perímetro político para seguir creciendo en línea con el modelo de Esquerra Republicana de Catalunya: ganar peso con el fin de, cuando llegue el momento, poner sobre la mesa su agenda soberanista.
Entre tanto, su estrategia pasa por acentuar su perfil social de izquierdas y demostrar su constante disposición al diálogo constructivo. Sus demandas soberanistas apenas si afloran en sus intervenciones en el Congreso, en las que destacan, sobre todo, su agenda de izquierdas y sus propuestas de hondo contenido social. Comparados con la CUP, con el BNG o incluso con Esquerra, la izquierda abertzale ocupa un espacio muy moderado en la Cámara baja.
Un buen ejemplo es que EH Bildu dará su apoyo a los Presupuestos del Gobierno del Pedro Sánchez con muy pocas cosas en su mochila en términos de soberanía y mucho menos de presos: la inclusión de la suspensión del procedimiento de desahucio en la próxima ley de vivienda, la creación de un fondo de compensación para las víctimas del amianto y la emisión del canal infantil en euskera ETB-3 en toda Navarra.
Pero el contenido del acuerdo no parece importar a la derecha. PP, Vox y Ciudadanos, como si fueran una sola voz, han utilizado el acuerdo para redoblar la invocación de ETA que llevan haciendo desde el mismo día en que Sánchez ganó la investidura en el Congreso.
La consecuencia es que el debate sobre la normalización de EH Bildu está abierto. Y no es sencillo de resolver. Tiene muchas zonas grises, como ha podido comprobar infoLibre en conversación con expertos que, sobre todo, coinciden en una cosa: no hay discusión desde el punto de vista del derecho. Nada se puede reprochar a EH Bildu en esos términos que impida llegar a acuerdos políticos.
El problema empieza cuando nos adentramos en el terreno de lo moralmente admisible. Del recorrido que queda por transitar a la izquierda abertzale para convertirse en una pieza más del tablero político. O de la conveniencia de estimular ese viaje.
Fernando Flores, profesor de derecho constitucional y director del Instituto de Derechos Humanos de la Universitat de València (IDH), se pregunta si hay diferencia entre pactar con EH Bildu y con Vox. “Pactar es una decisión política. Y como tal los partidos lo hacen en virtud de intereses abstractos, de interés general, y otros que tienen que ver más con la oportunidad política”. Y eso le parece lícito.
Yo veo a Bildu como un grupo que está saliendo de una posición autoritaria y va en dirección hacia la democracia.En cambio Vox es un grupo que lo que está es arrastrando a la derecha hacia una posición autoritaria
“La diferencia es que yo veo a Bildu como un grupo que está saliendo de una posición autoritaria y va en dirección hacia la democracia”. “Con todos sus defectos”, subraya. Y que en cambio en Vox ve “a un grupo que lo que está es arrastrando a la derecha hacia una posición autoritaria”. Son “dos caminos que van en direcciones opuestas”.
A su juicio, es “aceptable y razonable” acompañar el tránsito de Bildu hacia la democracia siempre que se muevan en esas dirección. “Sin embargo, en la otra parte [la de Vox] lo que veo es un alejamiento del espíritu constitucional”. Lo correcto es “atender más a quien parece que tiene interés, con todas sus defectos y limitaciones, en ir hacia una normalización democrática fuera de la violencia”.
Xavier Arbós, catedrático de Derecho Constitucional de la Universitat de Barcelona, opina lo mismo. “Yo creo que hay elementos para incentivar los acuerdos con la izquierda abertzale siempre que entre en un grado de evolución aceptable de lo que fue su historia pasada”.
Lo que hay que hacer, opina, es seguir de cerca esta evolución “hasta que llegue el momento en el que se evidencie un cambio de actitud moral completo por parte de sis líderes”. Y “la manera de acompañar esto no es oponerse por principio a cualquier diálogo” con ellos o a tenerlos en “consideración como actores políticos viables”.
Arbós admite que “hay que tomar en cuenta muchos factores” para resolver el dilema sobre la idoneidad o no de EH Bildu como interlocutor válido, entre ellos “el grado de evolución de la izquierda abertzale” y “la posición de las víctimas”. Este último, precisa, “tiene dos dimensiones: por una parte sus propios sentimiento subjetivos al ver a quienes en el pasado habían justificado los atentados entrar en una situación de normalidad, y por otra, la que es más difícil de solucionar, el hecho de que existen todavía muchos casos por resolver”.
En busca de respuestas, Arbós se remonta al pacto constitucional. Entonces “se produjo un consenso entre sectores que en su momento habían estado enfrentados. Entre torturadores y torturados. Gente que había practicado la lucha armada contra la dictadura” y exdirigentes del régimen de Franco.
“Ahora nos encontramos en una situación distinta en un aspecto que es fundamental: que no estamos hablando de un orden dictatorial sino democrático. Pero yo creo que, aún así, uno de los elementos de la legitimidad del orden constitucional que lo puede reforzar es su capacidad de rehacer el consenso necesario”.
El sistema político, defiende, sale reforzado “si es capaz de generar nuevos consensos en las circunstancias de cada momento”, y eso incluye la posibilidad de reconocer a EH Bildu con una pieza más del tablero. Y advierte: “Más vale que se acompañe la evolución [de la izquierda abertzale] mediante incentivos”. Para “que no se produzca un aislamiento que pueda llevar una cierta regresión”.
Arbós se declara contrario a los cordones sanitarios, también para la extrema derecha. A pesar de que él, igual que Flores, considera mucho más peligrosa la evolución de los ultras de Vox: “En el caso de la extrema derecha a mí me parece que se está alejando de las bases del orden constitucional mientras que la izquierda abertzale, aunque le falta trecho, se está aproximando a él”. E insiste: “Cordones sanitarios para nadie. Y todo lo que sea acompañar y facilitar la integración en la legitimidad constitucional, yo creo que puede ser útil”.
En esto no está en absoluto de acuerdo Elisa de la Nuez, abogada del Estado y secretaria general de la Fundación Hay Derecho. “Es evidente que EH Bildu es un partido legal, esto nadie lo discute. ¿Pero hasta qué punto yo puedo tratarlo como hace la izquierda con Vox, que no lo considera un partido ‘normal’ porque es de ultraderecha?”, se pregunta. EH Bildu “es un poco lo mismo. O peor”, añade, “porque está el aspecto de ls crímenes de ETA”.
Bildu no es ETA
Flores cree en la utilidad del acompañamiento a la izquierda abertzale, como Arbós, a pesar de los muchos “peros” que pone a la evolución de la izquierda abertzale. Y se refiere en especial a uno que personalmente le parece inaceptable: los recibimientos públicos de expresos. “Yo no soporto los ongi etorris, no puedo con ellos. Una cosa es recibir a alguien en su casa, en privado. De eso no tengo nada que decir. Pero que tú recibas con una banda de música por el pueblo a una persona que ha matado a otras cuyos familiares están ahí yo no lo puedo entender”.
Otra cosa es la utilización que la derecha está haciendo de ETA en el debate público. El director del IDH tiene claro que “Bildu no es ETA y que ETA ya no existe”. Su experiencia personal le hace concluir que el PP —también Vox y Ciudadanos— tiene “una especie de estrategia de comunicación” en este asunto en la que “los escrúpulos” les dan igual. Llegaron a reprochar al Gobierno de José Luis Rodríguez Zapatero que había presos que salían de prisión después de cumplir condena, recuerda. “La verdad les daba igual”.
Lo que revela esa actitud, y ese es el problema, subraya, es que “el PP va a derribar al Gobierno, no a controlar al Gobierno”. Busca el modo de “pegar lo más fuerte posible para que vaya rompiendo y que caiga”.
Al mismo tiempo, Flores añade a su reflexión la necesidad de poner fin de la dispersión: “Hay una vulneración de derechos en el alejamiento de los presos a estas alturas, No creo que haya un bien jurídico a proteger en materia de seguridad o de orden público que justifique eso”. Lo único que se hace es “daño a sus familiares” y “eso se llama venganza. La venganza no debería tener cabida en el Estado de Derecho”.
Joaquín Urías, profesor de Derecho Constitucional y exletrado del Tribunal Constitucional, tiene “la impresión de que a estas alturas EH Bildu tiene muy poca relación con el mundo de ETA”. Pero admite que “la figura de Otegi causa recelo”, a pesar de que fue también “clave para que ETA abandonara las armas. Porque era de ellos y era el que mejor lo podía hacer”.
En estos momentos “Otegi tiene”, en su opinión, “un papel muy secundario en la estrategia de EH Bildu. Sigue siendo el símbolo, la persona que dio la cara, que se pasó años en la cárcel por un delito de opinión que después supuso una condena a España en Estrasburgo”.
Cuando EH Bildu pacta con el PSOE lo que está pasando no es que el PSOE se acerque al terrorismo. Lo que está pasando es que hay grupos que eran muy radicales que se están centrando en negociar y participar en el Estado
Pero dentro de la expresión política de la izquierda abertzale “hay mucha gente”. Y “el sambenito de que son HB [la antigua Herri Batusuna]”, aunque “algo tiene de cierto, a estas alturas creo sinceramente que es muy difícil” de sostener.
De hecho, Urías asegura que incluso es complicado poner obstáculos morales a los pactos con el EH Bildu. “Es verdad”, admite, que mantiene una posición “tibia” en asuntos como el de los homenajes a expresos, pero “hay que entender que en un proceso de paz puedes exigir mucho, pero llega un momento en el que ellos también tiene una gente a la que no pueden dejar fuera”.
“Cuando EH Bildu pacta con el PSOE”, remarca, “lo que está pasando no es que el PSOE se acerque al terrorismo. Lo que está pasando es que hay grupos que eran muy radicales que se están centrando en negociar y participar en el Estado”.
“Lo que me parece muy contradictorio es que a esta gente se le pide una cosa, luego otra y cada vez se le pide más”. Y eso es culpa, señala, de los interesados en mantener un clima de polarización, asegura sin mencionar a la derecha: “Les conviene mucho seguir diciendo: ‘¡Terrorista, terrorista, terrorista!”, algo que “hoy tiene poco que ver con la realidad”.
Fernando Flores, por su parte, aunque reconoce que algunos de los pasos dados por la izquierda abertzale le parecen “estupendos”, es de los que creen que “les faltan otros importantes”. Y se refiere de nuevo a los ongi etorris: “En la medida en que de una manera activa cada vez que haya homenajes públicos a etarras ellos estén presentes o no digan nada, ahí hay un problema”.
Tiene “dudas”, además, sobre la continuidad de personas que tuvieron un papel activo cuando ETA existía. “No lo tengo claro”, reconoce. “Por una lado me produce absoluto rechazo, pero por otra parte esas personas lo que han hecho es pagar lo suyo y por tanto tienen que poder tener una vida como la quieran tener”. Pero que esa vida sea sea como representantes de lo público “a mí me produce rechazo”.
Para que se entienda mejor, hace una comparación: a él mismo también le causaba aversión que personas que fueron ministros en gobiernos de Franco se sentasen en el Congreso. “Que determinadas personas del PP hayan estado allí debía haberse evitado”, sostiene.
Arbós también cree que a EH Bildu le falta camino por recorrer. “Hace falta un reconocimiento más explícito de que el terrorismo fue un error gravísimo de consecuencias dramáticas, un obstáculo a la misma estabilidad democrática de la vida política en España”.
Hace falta un cambio de liderazgo. Tiene que haber una nueva generación en la izquierda abertzale que aparezca ante la opinión pública como desconectada de las épocas pasadas en las que esta izquierda daba apoyo al terrorismo
Y, más allá de “aspectos declaratorios”, que en su opinión siempre habría que “afinar mucho para que pudieran ser aceptables para las víctimas”, señala también la necesidad de un relevo. “Hace falta un cambio de liderazgo visible. Tiene que haber finalmente una nueva generación en la izquierda abertzale que aparezca ante la opinión pública como desconectada de las épocas pasadas en las que esta izquierda daba apoyo al terrorismo”.
“Puede ser injusto, porque todos tenemos derecho a cambiar”, reconoce, “pero esto me parece que es imprescindible. Mientras no haya caras nuevas desconectadas del pasado no estaremos en un escenario en el que se facilite un cambio en la percepción” de lo que EH Bildu representa.
Elisa de la Nuez sostiene que “de la violencia se han beneficiado políticamente el nacionalismo” y EH Bildu y eso “no se ha reconocido en ningún momento, Ahí hay un recorrido que hacer”. Y pone el foco en la cuestión de los homenajes, porque demuestra que “no ha habido una condena de la violencia” ni de sus consecuencias en “el panorama político”.
Homenajes, insiste, no recibimientos privados. “Una cosa es una celebración privada” y otra lo que está pasando, afirma tajante. “¿Cómo no se van a alegrar tu madre y tus amigos” de que salgas de la cárcel? “Pero claro: si tú en esa celebración incluyes un aspecto político, dices que lo que hicieron merece un reconocimiento”.
Los ongi etorris son una “exaltación de los asesinatos”, con todo lo que eso “supone desde el punto de visto de las víctimas”, a las que causa “sufrimiento y humillación adicional”, por no hablar, añade, “de la intimidación” que aplica a “la población que puede no pensar así”. Un homenaje público, recuerda, es algo que se hace a “las personas que son relevantes para la sociedad y que han hecho algo bueno. Esto es el mundo al revés”.
Por eso, añade, le parece “interesante que ahora los homenajes pasen a ser privados”, como han propuesto los propios presos de la desaparecida ETA. “Es evidente que es mejor”, reconoce De la Nuez, pero aunque sean privados siguen suponiendo pensar que quienes los reciben “han hecho algo bueno”.
No digo que no es un avance, porque lo es, pero el paso que hay que dar es decir que esto no está bien, no estuvo bien en ningún momento. ¿Qué es lo que les parece mal, que los homenajes sean públicos o que haya homenajes?
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“Eso demuestra el problema que tenemos con la falta de reconocimiento y la falta de condena política y moral a lo que ha pasado en el País Vasco” remarca. Que los homenajes dejen de ser públicos “no digo que no es un avance, porque lo es”, pero “el paso que hay que dar es decir que esto no está bien, no estuvo bien en ningún momento”. Y pregunta a EH Bildu, a modo de conclusión: “¿A ustedes les parece mal que sean públicos o que haya homenajes?”
La secretaria general de la Fundación Hay Derecho también señala el cambio generacional como un tramo esencial del camino que a la izquierda abertzale todavía le queda por recorrer. “Otegi formaba parte de esto. La gente que hizo esto estaba equivocada y por mucho que haya pagado penalmente esto no está bien”.
Hace falta “que las personas que estuvieron en primera fila dejen de estar”. Eso “debería permitir un alejamiento o una visión mucho más despegada”. “Pero no estamos ahí. Hay mucha gente directamente implicada en esto”.
“¡¡Gritad más, que gritáis poco!! Porque mientras gritáis... ¡no matáis!”, replicaba Ernest Lluch a los militantes de la izquierda abertzale que le increpaban durante un mitin del PSOE en la parte vieja de Donostia. Sucedía en plena tregua de ETA en 1999, apenas un año antes de que la banda le asesinara en el garaje de su casa. “O bombas o votos”, les interpelaba Alfredo Pérez Rubalcaba en 2010 para que decidiesen el camino a seguir, el de la política o la violencia, meses antes de que la organización terrorista pusiese fin definitivamente a sus asesinatos y extorsiones.