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Del oso polar al barrio inundado: cómo comunicar mejor el cambio climático

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Nadie discute, a estas alturas, que la lucha contra el cambio climático es urgente y es importante. Ya no solo a nivel global, sino en nuestro país, especialmente vulnerable a sus efectos. Los datos han sido publicados una y mil veces: la temperatura media ha subido en la Península, estamos a un paso de la desertificación, nuestras costas sufren un grave peligro, nos quedamos sin agua y sin cosechas. Contrasta, sin embargo, con la poca presencia del tema en la agenda pública, en las conversaciones de barra de bar o de sobremesa, en el Parlamento. ¿A qué se debe esta disfunción entre la gravedad de un asunto y su invisibilidad? ¿Cómo la afrontamos? “Hablar de cambio climático es como hablar de esa visita al dentista que no quieres hacer”, reflexiona el divulgador ambiental Andreu Escrivá, autor de Encara no és tard (Aún no es tarde), un libro sobre todo lo que implica el cambio climático como el mayor problema ambiental de nuestra historia (y social, y económico, y energético…).

La lucha contra este fenómeno, clasificada habitualmente en mitigación y adaptación a sus efectos, tiene dos vertientes clásicas. La primera es la presión de la sociedad en su conjunto a los poderes fácticos, a las grandes empresas y a las instituciones, para que tomen medidas y asuman compromisos. La segunda es la lucha mal entendida como individual. “Se nos ha vendido que la acción climática tiene una vertiente individual. Y es perverso. Coge una buena idea”, considera el ambientólogo, pero nos puede llevar a un “individualismo” mal entendido de “reciclo, pongo bombillas de bajo consumo y listo, y no saco el tema”. Y no. Para afrontar este gigantesco reto hay que generar debates, discutir, compartir experiencias y generar una conciencia colectiva que no solo presione, sino que cambie: el futuro solo pasa por la transformación de nuestros hábitos de vida. “Una dinámica que se genere de abajo arriba. Que se hable de cambio climático igual que se habla de corrupción, de política, de fútbol…”, fantasea el experto.

Para llegar a la catarsis es necesario, según muchas voces, cambiar el enfoque acerca de cómo divulgamos el cambio climático. Nos enfrentamos a una urgencia global que, según Escrivá, es “una tormenta perfecta" a nivel comunicativo: "Es un problema enorme, pero no activa ningún interruptor de riesgo” en los receptores. Un trabajo de periodismo de datos del The New York Times revelaba, con un mapa desolador, que si bien la inmensa mayoría de norteamericanos consideraba el calentamiento global como algo que “perjudicará a la gente de Estados Unidos”, muy pocos consideraban que el fenómeno “les afectará a ellos personalmente”. Estamos anclados en la percepción del cambio climático como algo lejano tanto en tiempo como en espacio, y la realidad es terriblemente local.

Un informe titulado Impactos del Cambio Climático en España y en Europa, de 2015, alertaba en su anexo de que las imágenes a las que asociamos este problema son lejanas y vacías y, además, nos las proporcionan los medios en un bombardeo continuo. La gran mayoría de los iconos relacionados con el calentamiento global se repiten: el planeta siendo cocinado en una sartén, la Tierra calcinada, un terreno agrietado o, cómo no, un oso polar haciendo malabarismos sobre un trozo de hielo. La divulgación, apuntan los expertos, tiene que ser emocional, cercana, que apunte directamente al día a día del receptor, a su barrio y a su presente. “Los científicos tienen que implicarse. Divulgar es parte de su trabajo. Si vas y dices que la temperatura va a subir dos grados, no le dices nada. Tienes que traducirlo. Cuéntale que el sitio donde veraneaba ya no existe”, propone Escrivá.

El cambio climático en España es responsable de una subida de temperaturas generalizada (aunque aún no está demostrada su relación con los fenómenos climáticos extremos), con la pérdida de biodiversidad y el perjuicio a especies vegetales y animales o con la sequía que asola algunas zonas y que compromete la agricultura local, como el caso de Lorca, en Murcia, donde ya incluso se habla de refugiados climáticos. Los trastornos a pequeña escala, que ya se suceden, deben ser los responsables de la comunicación climática, en vez de referentes lejanos y un abuso de los datos y de las cifras, considera Escrivá. Apunta, además, que los formatos pueden ser variados: la música, el cine o incluso el arte, un terreno inexplorado para la divulgación científica. En ese sentido profundizan proyectos como Climate Visuals, que propone exposiciones sobre este tema alejadas de estos tópicos, pretendiendo revolucionar todas estas construcciones mentales. Una fotografía de un hombre que lo ha perdido todo en las inundaciones de Perú de 2015 como elemento artístico que, además, es "una historia real de alguien afectado por el cambio climático, una historia con la que podemos conectar, emocional, que ayuda a entender este evento como algo cercano a nosotros", reza la presentación.

 

Imagen de un hombre tras las inundaciones de Perú de 2015, utilizada en el proyecto de comunicación climática 'Climate visuals'.

En este reto de convertir al cambio climático en algo tangible, se nos plantea una duda ética: ¿Debemos aprovechar los eventos climáticos extremos, como el reciente huracán Harvey, para hablar de este fenómeno? Para el divulgador ambiental, sin duda alguna. A pesar de que estas “ventanas meteorológicas” aún no se pueden relacionar al cien por cien con el cambio climático, al existir dudas metodológicas, las incertidumbres son “cada vez menos” y son  “una oportunidad inmejorable en la que la atención del público, que está sensibilizado, se dirige hacia el calentamiento”. Una oportunidad de relacionar el problema con algo que notamos en nuestras propias carnes y que, por ejemplo, aprovechó Equo en España, durante la última ola de calor de junio, para avisar: "llamemos a las cosas por su nombre", como escribía Juantxo López de Uralde, el portavoz de la formación, en El Asombrario.

La copresidenta de la Red Española de Desarrollo Sostenible (REDS-SDSN)  y directora del Instituto de Desarrollo Sostenible y Relaciones Internacionales, Teresa Ribera, habla del cambio climático como “una realidad física y química” que pasa a ser “una realidad social”. A su juicio, la verdadera clave está en que la gente entienda que este reto ambiental deriva en un debate mucho más transversal, en el que hablamos de “qué tipo de sociedad queremos en los próximos 20, 30 o 40 años”. Por lo tanto, hay que explicar mucho y bien, de manera clara, qué tenemos que hacer para mitigar y adaptarnos a sus efectos, pero sin equidistancias: el cambio climático es una realidad y solo podemos luchar contra él si todo el mundo asume como un mantra la necesidad de una economía baja en carbono. Para el coordinador de cambio climático de Ecologistas en Acción, Javier Andaluz, el reto del debate público pasa por esa misma transversalidad: “Cuando hablamos de turismo, hablamos de cambio climático. Cuando hablamos de economía, lo mismo. Las pensiones, la movilidad… todos esos temas hay que abordarlos con el cambio climático como un eje más”, considera.

¿Y la política?

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La portavoz de SEO/Birdlife Asunción Ruiz tiene una opinión distinta: la divulgación es importante, sí, pero la acción política es prioritaria, dada que la urgencia es real y que la necesidad de actuar nos apremia. “Es mucho más urgente actuar antes que convencer”, considera, aunque reconoce el poder de una sociedad civil informada para presionar a los responsables. El problema es que, como afirma Escrivá, la presencia del cambio climático en el Parlamento, en la agenda política, en las intervenciones de nuestros representantes, sigue siendo mínima. Ha habido un avance desde la última campaña, donde el tema pasó desapercibido en los debates y los programas, en materia medioambiental, dejaban mucho que desear, según análisis ecologistas. El presidente del Gobierno, Mariano Rajoy, habla del cambio climático como un problema “económico, ambiental y social” cuando en 2007 lo negaba. Y “al menos estamos tramitando la Ley de Cambio Climático y Transición Energética”, reconoce el ambientólogo. Escrivá reconoce el esfuerzo del PSOE, donde la nueva secretaría general a cargo de Pedro Sánchez “ha sacado el tema motu proprio” y la nueva dirección del partido cuenta con un área de Transición Ecológica.

Pese a que el avance de la norma que regulará la acción climática en España está en marcha, y en teoría garantizará discusiones y titulares, Escrivá considera que se ha perdido una oportunidad para, simplemente, hablar de ello. “Parece que el Gobierno hace y al populacho se le pregunta con nocturnidad y alevosía, abriendo la consulta pública de la ley en agosto. No hay voluntad de implicar a toda la sociedad”, asegura el experto. A juicio de Andaluz, “no hay un interés en entrar en profundidad en ciertos temas. Haciendo un análisis del proceso de consulta pública, solo se preguntan cuestiones jurídicas. La sociedad civil tiene que responder a otro tipo de preguntas”.

En Escocia, el proceso de convertir al país en una nueva potencia renovable ha pasado por un proceso de “conversaciones climáticas”, en las que el Gobierno preguntaba a los ciudadanos cómo querían que fuera su país en 2030. Y a partir de sentimientos, temores y esperanzas concretas, el Ejecutivo elaboró un plan y, a la vez, explicó a los escoceses qué tenían en mente para abordar el gran reto medioambiental. “Más que de acciones técnicas se habló de narrativas, de construir un relato común de un futuro mejor. Hablar de cambio climático, posicionar el tema en el día a día, imaginar futuros, tratarlo a nivel común y no individual, facilita enormemente la aceptación de hojas de ruta ambiciosas”, explica Escrivá. Un modelo que, en su opinión, sentaría como un guante en nuestro país. Es por eso que tenemos que hablar de cambio climático. Se trata, en resumen, de “elaborar, todos juntos, valores y emociones compartidas, y a partir de ahí, construir”, concluye.

Nadie discute, a estas alturas, que la lucha contra el cambio climático es urgente y es importante. Ya no solo a nivel global, sino en nuestro país, especialmente vulnerable a sus efectos. Los datos han sido publicados una y mil veces: la temperatura media ha subido en la Península, estamos a un paso de la desertificación, nuestras costas sufren un grave peligro, nos quedamos sin agua y sin cosechas. Contrasta, sin embargo, con la poca presencia del tema en la agenda pública, en las conversaciones de barra de bar o de sobremesa, en el Parlamento. ¿A qué se debe esta disfunción entre la gravedad de un asunto y su invisibilidad? ¿Cómo la afrontamos? “Hablar de cambio climático es como hablar de esa visita al dentista que no quieres hacer”, reflexiona el divulgador ambiental Andreu Escrivá, autor de Encara no és tard (Aún no es tarde), un libro sobre todo lo que implica el cambio climático como el mayor problema ambiental de nuestra historia (y social, y económico, y energético…).

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