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De la patera a Lavapiés

Algunos se agolpan en las vallas de Ceuta y Melilla. Otros deciden embarcarse en una patera para llegar a España en busca de un futuro mejor. Cuando están aquí, el racismo, la discriminación y la persecución son realidades con las que tienen que convivir cada día. El miedo se acentúa cuando no se poseen papeles y suena de boca de un policía la palabra "CIE". 

Hace más de seis años, Mor Mbaye desembarcó en el Estrecho procedente de Senegal tras tres días de viaje en patera. Hoy reside en Lavapiés, previo paso por el Centro de Internamiento para Extranjeros (CIE) de Aluche. "Un sitio muy feo para una persona. Si te llevan a la cárcel se entiende, porque has hecho algo malo, pero lo que he visto en el CIE es racismo. No sólo con negros, sino con rumanos y demás inmigrantes", explica.

Desde Amnistía Internacional (AI), ONG que elaboró un informe en 2011 sobre la vida en estos centros, denuncian que se pudieron constatar "torturas", "violación de derechos" o "falta de seguridad de los internos". María Serrano, de esta ONG, relata como es el procedimiento para acabar en un CIE. "La policía detiene a un inmigrante según su perfil racial, porque asume que es un inmmigrante en situacion irregular, lo lleva a comisaria y le abre un procedimiento de expulsión.A través de la policía judicial acaba en este centro".

El simple hecho de detener a una persona por su color de piel ya "vulnera el derecho a la no discriminación", subraya Serrano, quien recalca que no es necesario que cometan ningún delito para ingresar. 

"El CIE es peor que la cárcel porque el reglamento es mínimo y la gente es encerrada por una falta administrativa, leve, como si no pagaras un recibo. Creemos que es inhumano y no queremos que existan esos centros", dice Bea Pertejo, de la Fundación Desalambrar, durante la manifestación Círculo de Silencio, celebrada en Madrid la semana pasada. Este movimiento surgió en Francia para defender los derechos de los inmigrantes y ya ha arraigado en España y otros países como México o Estados Unidos.

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Mor se desenvuelve con soltura por Lavapiés, es su barrio y la gente lo saluda a cada paso con afecto. Está casado con una española y siempre habla de sus dos hijas. En el centro cultural Tabacalera lo conocen por el león de hierro que elaboró hace un año y por su altruismo. Cada día enseñaba a la gente a soldar, una actividad que empezó a realizar desde los 9 años en Senegal. Sin embargo, no ve recompensado su oficio por ser inmigrante. "Estoy casado con una española, tengo dos hijas y aún así tengo que esconderme en la calle de la policía porque te detiene a la mínima. Siento que me están siguiendo y me tengo que quedar en mi en mi casa si quiero escaparme de sus manos", cuenta señalando una forja de hierro en Tabacalera, que según relata, la hizo para demostrar que los inmigrantes también saben desempeñar un trabajo como otro cualquiera.

Chaib, trabajador marroquí en Lavapiés, regenta una tienda de pieles. Su local huele a los bazares de Tánger. Le dan vergüenza las cámaras, pero describe, al igual que Ryan, el dependiente del locutorio de al lado, cómo es la realidad del barrio en el que vive desde hace años. "Antes había mucha más delincuencia, más robos y la policía no controlaba tanto. Ahora es distinto. Entiendo su trabajo, pero no dejan trabajar, molestan y pueden entrar bastantes veces al día a la tienda. Yo no veo normal que a los inmigrantes que están en la plaza por la noche, algunos con sus hijos, le pidan a cada momento los papeles". Hernán, inmigrante argentino, quita hierro al asunto y dice que él no tiene esa percepción tan aguda de persecución: "El barrio a pesar de la mala fama que tiene es bueno, debe haber algún malandra, como en cualquier otro lugar. En las altas esferas, los políticos roban con guante blanco y no son detenidos como aquí".

Mor sonríe, como es habitual al final de cada frase. Recuerda cómo un día decidió venir en patera con cinco amigos desde Marruecos. Habla de sus hermanos pequeños y sus padres, que dependen del dinero que les envía. "A veces me siento una mosca en un vaso de leche", lamenta sobre algunos ataques racistas que ha sufrido, y añade: "No sé cuando podré olvidar mi paso por el CIE". 

Algunos se agolpan en las vallas de Ceuta y Melilla. Otros deciden embarcarse en una patera para llegar a España en busca de un futuro mejor. Cuando están aquí, el racismo, la discriminación y la persecución son realidades con las que tienen que convivir cada día. El miedo se acentúa cuando no se poseen papeles y suena de boca de un policía la palabra "CIE". 

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