“Sólo quiero estar tranquila”. Es lo que le sale de lo más profundo a Martha (Tilda Swinton). El cáncer avanza por su cuerpo. La vida no da más de sí. ¿Cómo se puede recorrer el final? ¿Cómo se puede hacer con dignidad? ¿Quién puede dormir esos días en la habitación de al lado? ¿Dónde se pronuncia el último adiós? Pedro Almodóvar coge de la mano a los espectadores esta vez para reflexionar sobre la muerte de manera sobria, reposada y directa.
Almodóvar vuelve a la magia de las salas oscuras este viernes con su primera película rodada en inglés. Después de varios proyectos fallidos en ese idioma, el director se ha lanzado con La habitación de al lado, basada en una novela de Sigrid Nunez. Y no es que se haya ido a Hollywood, sino que Hollywood ha ido a él. En un relato lleno de primerísimos planos, Tilda Swinton y Julianne Moore ponen alma a un viaje inevitable.
A pocas horas del gran estreno, Almodóvar se confiesa. ¿Ha modificado su visión de la muerte tras este proceso creativo? “Ha cambiado, pero no de un modo radical. Me he habituado a tenerla más cerca, a compartir tiempo con su idea. Las escenas de la parte final las rodamos Tilda, Julianne y yo, y la muerte estaba en la cuarta silla. Notaba de un modo muy claro esa presencia”.
El personaje de Moore hace el camino junto a Swinton, que le pide que le acompañe en ese tramo final con la eutanasia al fondo. “Ella va a ir acostumbrándose y aprendiendo una gran lección sobre la mortalidad. Acaba de una manera distinta, una mujer más fuerte”, desliza el director, que ha arañado con esta película el León de Oro de Venecia. Él mismo creyó que había seguido los pasos de Ingrid (interpretada por Moore) para asimilar el fin de la vida, pero recuerda que después del rodaje murió su gato, con el que había convivido catorce años. No pudo soportar estar en casa cuando entregaron al animal para sacrificarlo. No ha conseguido esa comprensión completa: “No lo he superado del todo”.
El cineasta explica este martes, en una conversación con infoLibre y un reducido grupo de medios, que su intención no es escandalizar, “sino animar un debate que está en todo el mundo”: “Somos el cuarto país europeo con una ley de eutanasia. Es un derecho fundamental de los seres humanos ser dueños de nuestra vida y de nuestra muerte cuando la vida sólo te ofrece miseria y dolor ininterrumpido y sin límite. Creo firmemente que nos corresponde decidirlo”.
¿A quién le pediría Almodóvar estar en la habitación de al lado?
Su reflexión pasa por este punto: “En un país aconfesional no debería haber problema con eso, pero en este hay una mayoría de católicos. Esto choca de un modo frontal contra la idea de Dios como creador de vida y el único que puede arrebatártela. Lo que pido a la otra parte, con la que tenemos que convivir, es que respete la voluntad de los que decidimos en esos casos límites. Estoy totalmente de acuerdo con la necesidad de que la eutanasia sea algo real y se facilite”.
No entiendo que un ser vivo tenga que morir. Sigo sin aceptarlo del todo. No he pensado en esa situación. Espero ser longevo
Y en un momento tan extremo como el que vive Swinton en la película, ¿a quién llamaría Pedro Almodóvar para estar en la habitación de al lado? El director se detiene: “No, no lo he pensado. En la muerte sí he pensado, no soporto la idea. No entiendo que un ser vivo tenga que morir. Sigo sin aceptarlo del todo. No he pensado en esa situación. Espero ser longevo. Creo que pondría a mi hermano… si él se deja. Porque es un papel que debes de querer, no puedes obligar a nadie”. En una esquina de la sala en el hotel Four Seasons en Madrid, escucha atentamente Agustín Almodóvar, su fiel compañero.
"El neoliberalismo más salvaje va de la mano de la ultraderecha"
Almodóvar en esta cinta es el menos Almodóvar y el más Almodóvar a la vez. A través de las ventanas en la película se ve cómo cae la nieve en Nueva York y la nostalgia se envuelve en los recuerdos de las noches interminables de fiesta en los ochenta en la Gran Manzana. Las noticias inesperadas explotan en la exquisita librería Rizzoli en plena calle Broadway y las confesiones se hacen en los pequeños jardines esquineros de Manhattan.
Pero en esos pasos de Moore y Swinton hay muchos ecos de Marisa Paredes en La flor de mi secreto, de Emma Suárez en Julieta, de Leonor Watling en Hable con ella, de Penélope Cruz en Madres paralelas y de Antonio Banderas en Dolor y gloria. Y los sentimientos circulan en el filme también en coches rojos como en Volver y Átame y entre bodegones en la cocina como en Mujeres al borde de un ataque de nervios. Todo bajo los eternos acordes de Alberto Iglesias, que vuelve a acompañar las palabras y regodear de música los incómodos silencios. Almodóvar cree que debería llevarse el compositor el óscar: “Este es su año”.
Sin Trump no hubieran existido Bolsonaro, Meloni y Abascal. Hay muchos psicópatas que de pronto empezaron a oír un discurso que era lo que pensaban
Rezuma La habitación de al lado esa sensación también de un mundo que se acaba, de un cambio de ciclo social. De un escenario en el que emergen otra vez los hombres “de fe” y las visiones de la ultraderecha, algo que causa estupor en unos personajes que creyeron que eso era parte de su pasado. Un panorama pospandémico, en el que hay reflexiones, sin moralismos, sobre el cambio climático, la familia y el Me Too.
Almodóvar se lanza en la conversación de lleno a lo que pasa en la actualidad, especialmente en Estados Unidos y en España. ¿Se vive un mundo agonizante? “En Estados Unidos es muy cierto que el neoliberalismo más salvaje va de la mano de la ultraderecha”. Mira a la carrera electoral de noviembre y advierte de que “hay un efecto mimético de EEUU que es muy peligroso”. Tacha de “catástrofe” a Donald Trump: “Sin él no hubieran existido Bolsonaro, Meloni y Abascal. Hay muchos psicópatas que de pronto empezaron a oír un discurso que era lo que pensaban. Y se decía desde el lugar más alto del mundo: la Presidencia de Estados Unidos”.
Mi película habla de abrir puertas, de la solidaridad con el dolor de los demás
“Trump despertó a mucha parte de la ultraderecha que estaba escondida por miedo o inmersa en otro partido. Fue el gran detonante”, ahonda en su análisis el director, quien pone de relieve al hilo de la actualidad su desacuerdo con que la presidenta de la Comisión Europea, Ursula Von der Leyen, abrace la idea de Giorgia Meloni de crear centros de inmigrantes fuera de la UE para los que aspiran al asilo o ser devueltos: “Espero que nuestro presidente, que afortunadamente tiene las ideas muy claras al respecto, haga una defensa a favor de los inmigrantes”.
Y hace una declaración directa de intenciones: “Mi película es lo contrario a los discursos del odio. Habla de abrir las puertas, de tender la mano, de estar al lado, de escuchar, de todo lo que significa ser solidario con el dolor de los demás”. “La ultraderecha da señales en Europa de que poco a poco va avanzando. Eso me estremece”, le sale desde dentro.
En el largometraje se condensan parte de las ideas de Almodóvar a través del personaje de John Turturro: “Él me representa en el miedo a los problemas como el cambio climático, el liberalismo salvaje y el negacionismo”. Pero también se responde a través de algunos diálogos de Julianne Moore. Para el director: “Hay momentos que también hay que disfrutar”. En ese momento de la conversación al cineasta le viene a la mente la dedicatoria que le hizo en un libro Almudena Grandes. Se para, se emociona, asoma una incipiente lágrima. La escritora le puso: “Recuerda que la alegría es el mejor modo de resistir”. Y dice de frente el autor: “Es una llamada al optimismo. Tenemos que seguir emocionándonos. También ser críticos cuando hay que ser críticos. Estoy en las dos partes”.
"Rojo maricón"
Almodóvar se sumerge de lleno cuando se le pregunta al hilo sobre el papel de los creadores y la significación política. Habla en primera persona: “Recuerdo perfectamente cuando sentí la polarización en España. Fue en 2004, coincidió con la matanza de Atocha, con el cambio de Gobierno y con el estreno de La mala educación. Por primera vez en mi vida, de niño y de adolescente nadie me lo había llamado, unos jóvenes en la calle O'Donnell me insultaron diciéndome rojo maricón. Me quedé estupefacto. Pensé que esa España no existía. Pero sí, en el PP. Lo que pasa es que no había habido la oportunidad de que nos diéramos cuenta de que existía esa grieta profunda”.
Es muy triste pensar que vamos a tener que luchar por lo que luchamos en los ochenta y en los noventa
Rememora que aquel año fue la ceremonia de los Goya del “no a la guerra”: “Aquella entrega es mítica. La hizo Animalario, y me gustaría haberla firmado yo. El PP empezó a mirar al cine como la bestia negra de la sociedad española”. Para Almodóvar, los artistas tienen la absoluta libertad de pronunciarse o no: “Todo individuo tiene derecho a expresar sus opiniones políticas. ¿Cómo se lo vas a quitar a alguien porque sea escritor o cineasta? No hay obligación, no tienes que posicionarte cada vez que haya un problema. Pero si te lo pide el cuerpo o si te hacen la pregunta adecuada y tienes una idea concreta, hay que dar la respuesta. Si eres famoso, mejor. Se oye más. Recuerdo cómo Elisabeth Taylor fundó el Amfar y se recaudaron millones para investigar el sida. El hecho de ser conocido te da voz para llegar un poco más allá. Pero no solo los artistas, también los futbolistas. ¿Por qué no hacen lo de Mbappé? O el Vaticano. Ahora que hay guerras, el papa tendría que salir más a la plaza para decirle a las potencias mundiales que termine todo de una vez”. A lo que agrega más tarde: “Es muy triste pensar que vamos a tener que luchar por lo que luchamos en los ochenta y en los noventa”.
"Es más fácil encontrar a un marido que a un coguionista"
Almodóvar profundiza durante la película en su mundo más reflexivo, siguiendo la estela, sobre todo, de Dolor y gloria y de Julieta. Pero es también una especie de segunda vuelta de Todo sobre mi madre, con el hilo de la danza entre la muerte y la vida y sus consecuencias entre familias y amigos. Sin aspavientos, sin lágrimas fáciles. Pero esa serenidad no significa que la película no vuelva a ser un festín visual, con la entrada por la puerta grande en su universo del director de fotografía Eduard Grau.
La habitación de al lado hilvana la fotografía de Cristina García Rodero, que domina el apartamento neoyorquino de Swinton en la película, con la obra de Edward Hopper, fuente de inspiración para las conversaciones entre las dos protagonistas. Y construye su propia iconografía a través de las flores de Jorge Galindo y las referencias a Leonora Carrington. Todo ello encapsulado la casa Szoke, de Aranguren + Gallegos, que funciona también casi como otra protagonista. Con las palabras de Dublineses salpicando cada fotograma: “La nieve cae..”
La creación será precisamente el hilo de su próxima película, según confiesa durante la conversación. “La tengo muy avanzada, será en español. Ya he hablado con las actrices. Trata sobre los límites de la autoficción”. Pone sobre la mesa lo que supone cuando se habla de uno mismo “implicar a un amante, a un amigo o un familiar”. Él escribe en soledad sus historias. Y sale el Almodóvar más desbordante: “Es mucho más fácil encontrar a un novio o un marido que a un coguionista”.
No encuentra coguionistas, pero sí se ha aliado en esta aventura con Swinton y Moore, que están en Madrid junto a él para acompañarle en la promoción. Las dos se sientan juntas precisamente en la habitación de al lado del hotel. Han creado un vínculo muy especial, posan de la mano en todas las alfombras rojas. Se miran, se ríen y se complementan cuando responden.
La "bendición" almodovariana de Moore y Swinton
Moore reflexiona que no es habitual ver películas sobre la amistad entre mujeres: “Normalmente suelen ser historias de madres e hijas, de amor o de antagonistas. Pero Almodóvar es un cineasta que entiende esas relaciones tan profundas y lo maravilloso que es elevar esa larga amistad”. Swinton añade ese hilo en el que las dos protagonistas no juzgan ni intentan hacer cambiar de opinión a la otra.
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Además, desliza en todas sus frases que se trata de una “película poética” sobre algo “tan esencial”. Ella misma confiesa que ha estado “varias veces en la habitación de al lado”, por lo que fue una “bendición” leer el guion. A la vez que Moore, habla de la importancia de acudir cuando alguien te dice: “Te necesito”. “Es la sensación de que tienes que estar ahí para tus amigos. Me han afectado mucho estos personajes”, revela mientras bordea con un dedo de manera delicada una rodaja de limón.
Las dos están rendidas al director. Swinton, ganadora del óscar a la mejor interpretación femenina de reparto por Michael Clayton describe: “Es lo que uno espera. Sabe exactamente lo que quiere. Tiene la película en su cabeza. Describe la escena con todos los detalles. Es impresionante”. Su compañera, también poseedora de una estatuilla por Siempre Alice, continúa en la conversación desgranando también “los colores, la composición de los planos y cómo mueve la cámara”: “Todo está pensado”. “Es un artista”, resume.
Las dos llevan ya en su piel lo que ha supuesto esta película. Moore se impregna de la importancia del compromiso: “La respuesta no puede ser decir que no”. Y Swinton concluye: “El análisis es que todos estamos en la habitación de al lado todo el tiempo. También para Gaza, Kiev y Beirut. Tenemos que elegir si miramos a otro lado o no”.
“Sólo quiero estar tranquila”. Es lo que le sale de lo más profundo a Martha (Tilda Swinton). El cáncer avanza por su cuerpo. La vida no da más de sí. ¿Cómo se puede recorrer el final? ¿Cómo se puede hacer con dignidad? ¿Quién puede dormir esos días en la habitación de al lado? ¿Dónde se pronuncia el último adiós? Pedro Almodóvar coge de la mano a los espectadores esta vez para reflexionar sobre la muerte de manera sobria, reposada y directa.