“Yo ahora soy Paula Vargas, la que dejó Málaga y está en México, el país donde tiene su vida y sus amigos. Vivo aquí porque estoy exiliada. Y quisiera volver, pero tomar esa decisión me cuesta un puesto de trabajo, dinero y todo. Eso es el exilio: cuando no puedes regresar”. Así se presenta esta joven malagueña de 24 años. Licenciada en Comunicación Audiovisual, se marchó hace dos años y medio para trabajar en el sector de la publicidad en Guadalajara (en el estado de Jalisco), la ciudad que siente ahora como su tierra y que la trata “con un cariño que en España ya no existe”.
Llegó a México con un billete de ida y vuelta, y la promesa de obtener un contrato de trabajo en una agencia de publicidad que dos meses más tarde le tramitaría el visado que le ha permitido regularizar su estancia en el país azteca. “El puesto que me ofrecieron no existía, surgió cuando vieron mi currículo y me hicieron varias entrevistas. Yo me encargaba de realizar las estrategias de comunicación con los medios”, explica. “Trabajaba con grandes marcas y me dieron la oportunidad de hacer muchas cosas”.
“He sufrido como una inmigrante más”
Sin embargo, llegar hasta ahí no fue fácil para Paula. “Trabajé de ilegal hasta octubre cuando recogí mi visa. Durante dos meses estuve pagándomelo todo, y la semana de antes de que llegara la fecha de mi vuelo de regreso a Málaga me dijeron que me contrataban”, recuerda. Una situación que describe como angustiosa: “Era como vivir en el limbo. No estaba ni en Málaga ni en México, no pagaba impuestos, ni tenía seguro médico”. Una precariedad que se prolongó durante un año y en la que aprendió a ver el mundo con los mismos ojos que “un peruano que estuviera en situación irregular en Madrid”. “He sufrido como un inmigrante más”, sentencia.
“Mis raíces están en Málaga, pero mis ramas crecen en México”
A pesar del enorme sacrificio, Paula ha encontrado en México el reconocimiento profesional que España se ha visto incapaz de ofrecerle. “Todo lo que quisiera hacer, lo proponía, lo trabajaba mucho y lo lograba. Algo que no pasa en España por muy bueno que seas”, explica. Un reconocimiento, al fin, que le ha hecho prosperar y la ha llevado ahora a cambiar a un empleo mejor que parece sujetarla aún con más fuerza a un país al que, dice, llegó por la necesidad de desarrollar su carrera profesional, pero en el que ya no siente “la novedad”. “Ahora me siento más extraña en España que aquí, y eso es muy triste”, asegura. “Mis raíces están en Málaga, pero mis ramas crecen en México. Emigro por necesidad, pero también emigro porque me cansa la actitud del español. Me cansa la intolerancia, me cansa la política, me cansa ir a Madrid y ver a gente que insulta a latinos. ¿Por qué tenemos que estar machacando a inmigrantes cuando yo estoy en un país que me trata maravillosamente bien aunque esté ocupando un puesto que podría hacer otro mexicano?”, se pregunta.
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“No voy a hacer fotocopias para nadie por un sueldo miserable”
Dice tener “el corazón transoceánico”: con la mitad depositada en México y la otra en una España que contempla con nostalgia, pero también con desesperanza y de la que cada vez quiere saber menos. “Antes me interesaba mucho por los acontecimientos políticos y leía mucha prensa, pero ya no lo hago, porque lo que veo me transmite que está todo muy podrido y me produce mucha tristeza”, asevera. Eso también la aleja cada vez más de sus expectativas de regreso: “Mis amigas están trabajando en agencias de publicidad gratis, o cobran 500 euros como algo extraordinario. Yo tengo mucha hambre de aprender, de trabajar, me encanta la publicidad, y no voy a consentir hacer fotocopias para nadie por un sueldo miserable”. Y ese temor a encontrarse con la precariedad laboral que llegó con la crisis y que no parece querer abandonar a España es también el motivo por el que la idea de alcanzar la nacionalidad mexicana toma cada vez más fuerza en Paula. “Es duro plantearse: si me dan la nacionalidad mexicana, yo la acepto. Eso implica renegar en parte de tus raíces”, revela.
Con 20 años se tatuó en el brazo la frase “conquistar el mundo”. Algo que, afirma, “en España ya no se puede hacer”. Ahora ha dejado que México, el país donde hacen sus vidas más de 100.000 españoles, sea el que la conquiste a ella. “Quería conquistar el mundo, pero vi que el mundo que se me presentaba me iba a aplastar. Me encanta México y lo adoro, pero veo la otra parte. Me estoy perdiendo a mis abuelos, a mis amigos, que se reúnen y nunca estoy. Me pierdo cumpleaños, me pierdo experiencias, viajes... Tengo una vida ahí que no estoy viviendo, pero en la que pienso. Una mitad aquí, una mitad allí. Tengo el corazón transoceánico”.
“Yo ahora soy Paula Vargas, la que dejó Málaga y está en México, el país donde tiene su vida y sus amigos. Vivo aquí porque estoy exiliada. Y quisiera volver, pero tomar esa decisión me cuesta un puesto de trabajo, dinero y todo. Eso es el exilio: cuando no puedes regresar”. Así se presenta esta joven malagueña de 24 años. Licenciada en Comunicación Audiovisual, se marchó hace dos años y medio para trabajar en el sector de la publicidad en Guadalajara (en el estado de Jalisco), la ciudad que siente ahora como su tierra y que la trata “con un cariño que en España ya no existe”.