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Begoña Gómez cambia de estrategia en un caso con mil frentes abiertos que se van desinflando

Tres lecciones comunes de Galicia y Euskadi: los proyectos a largo plazo tienen premio

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Más allá del resultado concreto, que en los dos casos certifica que los votantes apuestan por la estabilidad al haber confirmado a las fuerzas políticas que gobiernan los dos territorios desde hace años, de las elecciones gallegas de febrero y las vascas de este domingo se derivan algunas conclusiones idénticas.

Del BNG a EH Bildu

Ninguna de las dos fuerzas soberanistas de Galicia y de Euskadi han conseguido apoyo suficiente para gobernar, pero ambas han cosechado éxitos sin precedentes que hace apenas dos años eran impensables. 

Las dos han roto sus respectivos techos dando prioridad a una agenda social de izquierdas que pone el foco en los problemas concretos de los ciudadanos, en especial los servicios públicos, la sanidad y la educación. 

La apuesta estratégica de las dos formaciones no puede ser más parecida: dejar en segundo plano las reivindicaciones soberanistas (nunca ha habido una renuncia expresa, pero sí un reajuste de prioridades) para centrarse en las cosas de comer.

Y esa hoja de ruta parece haber conectado como nunca antes entre los jóvenes y las edades medias del cuerpo electoral. El BNG encabeza en Galicia las preferencias de todos los grupos de electores por debajo de los 44 años. Y solamente se ve desplazado por encima de esa edad. Lo mismo sucede con EH Bildu: son la opción preferida por los más jóvenes, lo que se refleja en el respaldo que obtiene en los ayuntamientos con población menos envejecida. Y no sólo eso: también obtienen mejores resultados entre los electores con más estudios y rentas más elevadas.

BNG y Bildu se parecen también en su imagen pública al haber situado en primera línea a dirigentes relativamente jóvenes (Ana Pontón tiene 46 años y Pello Otxandiano, 41), aunque los gallegos lo hicieron hace tiempo y los vascos acaban de dar ese paso. Las nuevas generaciones ya no se identifican con la izquierda estatal y prefieren a las fuerzas más representativas de sus propios territorios.

Los parecidos se extienden incluso al resultado, aunque la atomización de partidos del País Vasco hace que los de EH Bildu destaquen más. El BNG consiguió en febrero una cifra histórica de 467.000 votos (31,57%) y la izquierda abertzale no se quedó atrás: 341.000 (32,48%), en ambos casos muy por encima de 2020.

El trabajo tiene premio

¿De dónde viene ese éxito? El PP y la derecha mediática aseguran que es consecuencia de que el PSOE haya puesto en valor las demandas de ambas formaciones. Los pactos suscritos en el Congreso, sostienen, ha probado que el voto a los partidos nacionalistas o soberanistas es más rentable porque únicamente ellos consiguen que se aprueben medidas que benefician a sus territorios.

Los analistas políticos, sin embargo, creen que esta es una respuesta demasiado simple. En opinión de la mayoría, detrás del éxito electoral del Bloque o de Bildu hay años de trabajo en municipios grandes y pequeños. Mucho “pico y pala” con iniciativas transversales que les han hecho aflorar como la oposición real a los partidos que gobiernan: el Partido Popular en Galicia, la coalición PNV-PSE en Euskadi.

La militancia del BNG y la de EH Bildu no solamente es más numerosa que la de la izquierda estatal, sea la del PSOE o de la izquierda alternativa, sino que es mucho más visible en las instituciones locales y autonómicas. 

Sus líneas estratégicas, además, fueron definidas hace tiempo y no han sufrido ningún vuelco, más allá de algunos ajustes puntuales para adaptarse a las circunstancias, especialmente en el caso de la izquierda abertzale. El Bloque lo hizo hace ocho años cuando, en sus horas más bajas y al borde de la desaparición, apostó por Pontón. EH Bildu fijó su normalización política como principal objetivo de su hoja de ruta tras la desaparición de ETA, hace ahora 13 años. Y, aunque no ha conseguido completar el proceso, sobre todo porque a la vista del resto de fuerzas políticas y de una gran parte de los ciudadanos todavía no se ha distanciado lo suficiente de su pasado de apoyo a la violencia, su papel en el Congreso le ha permitido mostrarse como un interlocutor válido para la construcción de mayorías progresistas en España.

El Bloque hace muchos años que pacta con el PSOE, con el que ha gobernado la Xunta y numerosos ayuntamientos, especialmente las grandes ciudades, donde acumulan décadas de gestión compartida. A Bildu aún le falta para completar ese recorrido.

La izquierda alternativa se derrumba

La tercera lección que dejan las elecciones gallegas y vascas en relación con la izquierda es que la división penaliza. Y mucho. La izquierda alternativa se ha estrellado estrepitosamente en las dos convocatorias, a pesar de que, en apariencia, Sumar ha conseguido salvar los muebles consiguiendo un solitario escaño en el Parlamento de Vitoria.

En el caso de Galicia, el naufragio ya tuvo lugar en 2020. Lo que habían sido Las Mareas, nacidas de una confluencia de nacionalistas y grupos de izquierda estatal, entre los que destacaban Anova y Podemos, pero que se nutría de la izquierda entonces desencantada con las luchas intestinas del Bloque y los bandazos del PSdeG, se deshizo como un azucarillo, incapaz de resistir los desacuerdos internos y las disputas por el control de la organización.

Durante cuatro años, ese espacio desapareció. Y fue ocupado por el trabajo cotidiano del BNG. Así que, cuando Podemos y Sumar se dieron cita, por separado, para intentar seducir a los votantes de izquierdas a pocas semanas de las elecciones, nadie les escuchó. Nunca sabremos qué habría pasado de haber ido unidos a las elecciones. De lo que sí hay constancia es de que el espacio que en 2016 rozó el 20% de los electores, en febrero pasado apenas consiguió pasar del 2%.

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En el País Vasco la historia tuvo un ritmo diferente, pero idéntico desenlace. Podemos resistió en 2020 con un 8% de los votos y seis escaños, al nivel del PP. Esta vez, divididos entre Podemos y Sumar, se han quedado en un 5,6% y un solitario diputado adscrito, de momento, al proyecto político que lidera Yolanda Díaz.

Una vez más, los electores castigan la división y el enfrentamiento. Y si hay alternativas, buscan refugio en otras formaciones: en este caso el BNG y EH Bildu.

Los nacionalistas gallegos y los soberanistas vascos tendrán una nueva ocasión de demostrar su potencial en las elecciones europeas del 9 de junio. Acudirán a las urnas como parte de la coalición Ahora Repúblicas, junto a Esquerra y, por primera vez, con el partido balear Ara Mès. Hace cinco años, con Oriol Junqueras como cabeza de cartel, obtuvieron tres escaños y 1,2 millones de votos, de los que 171.000 se depositaron en Galicia, 246.000 en Euskadi y 733.000 en Cataluña.

Más allá del resultado concreto, que en los dos casos certifica que los votantes apuestan por la estabilidad al haber confirmado a las fuerzas políticas que gobiernan los dos territorios desde hace años, de las elecciones gallegas de febrero y las vascas de este domingo se derivan algunas conclusiones idénticas.

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