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Flandes, un país en el congelador

Diana Mandiá

Dos democracias que se dan la espalda o una sola que centrifuga competencias desde el poder federal hacia las afueras. Hasta con un matrimonio en crisis —o un pastel milhojas, por su complejidad institucional— se ha comparado a Bélgica, un pequeño país de dos mitades monolingües, Flandes al norte y Valonia al sur, y una isla bilingüe en territorio flamenco, Bruselas, que es además la capital de la Unión Europea y de la OTAN.

Pese a todos los augurios y metáforas, esta democracia permanece unida por un sistema multipartito que obliga a la negociación y crea compañerismos políticos insólitos. No pocas piezas de este puzle —42 de los 150 escaños de la asamblea federal— pertenecen a la Nueva Alianza Flamenca (N-VA) y al Vlaams Belang (VB), dos partidos nacionalistas cuyos cimientos son la independencia del norte del país, una región diminuta pero muy próspera que acoge en su territorio al puerto de Amberes, el segundo en tráfico marítimo de Europa. En la ciudad portuaria manda desde hace siete años la N-VA de Bart de Wever, bajo cuya batuta la N-VA se convirtió en 2010 en el partido más votado en Flandes y Bélgica. “El independentismo flamenco, paradójicamente, no es muy popular en Flandes. Solo entre un 5% y un 10% de los flamencos desea la independencia, en ese sentido es marginal”, habla Luc Barbé, antiguo diputado de Groen, el partido ecologista flamenco, y autor de La N-VA expliquée aux francophones (La N-VA explicada a los francófonos), un recorrido por la historia y la evolución ideológica de un pensamiento que, en el lado sur de la frontera lingüística, no siempre se entiende en toda su dimensión.

Muy prudentemente, la N-VA ha aparcado la independencia. Cuando accedió en 2014 al Gobierno del liberal Charles Michel —el único francófono de un equipo de gobierno que los más pesimistas llamaron kamikaze— el partido accedió a congelar toda reforma del Estado belga como condición para negociar el poder. Ni los números ni el momento político, con los nacionalistas flamencos gestionando ministerios de peso, entre ellos los de Interior y Defensa, parecían propicios para la separación.

La N-VA es heredera de la implosión de la Volksunie, el partido que canalizó desde los años cincuenta la conciencia nacionalista flamenca, y de un pensamiento que hunde sus raíces en el siglo XIX y en la construcción de un Estado unitario que excluía el idioma propio del pueblo flamenco a favor del francés. La tensión entre la corriente federalista y la separatista provocó su ruptura en el cambio de siglo y la reconfiguración de la que nació el actual sistema de partidos en Flandes.

Sin reforma estatal en el horizonte

La derecha nacionalista flamenca (N-VA) llegó al poder en Bélgica en 2014 de la mano de una coalición liderada por el liberal francófono Charles Michel y la abandonó estrepitosamente en diciembre de 2018 por negarse a firmar el Pacto Mundial de Migración de la ONU. El texto, una declaración de intenciones sin consecuencias prácticas, fue visto por la N-VA como una amenaza a la soberanía nacional en un momento en el que los sondeos auguraban ya una pérdida de terreno frente a la extrema derecha en alza. Y así fue. De los 33 diputados de 2014 en la cámara federal, el partido conservó 24 tras las elecciones de mayo. “Un grupo cada vez mayor de flamencos está descontento con los compromisos a nivel federal. A pesar de que hemos seguido una política muy flamenca, una proporción sustancial de votantes lo ha considerado insuficiente”, concede Geert Bourgeois, hoy eurodiputado y anterior presidente de la región flamenca, además de uno de los padres fundadores de la N-VA. El político nacionalista achaca esa frustración a que “muchos compatriotas flamencos quieren tener en sus manos las palancas de su futuro, como la política fiscal y social, la sanidad o la seguridad social”.

La última reforma del Estado belga, gracias a la que regiones y comunidades lingüísticas absorbieron competencias anteriormente estatales, data de 2014. Aunque el resto de partidos no tiene ninguna intención de avanzar hacia la que sería la séptima reforma estatal desde 1830, los nacionalistas siguen reivindicando el “confederalismo”: el gobierno central quedaría reducido a un mínimo de competencias, como el Ejército o las relaciones exteriores, y flamencos y valones se gobernarían cada uno según sus reglas.

La realidad es que desde 2014, incluso con los nacionalistas en los ministerios, nada se ha movido. “La N-VA está atrapada en una contradicción: ¿cómo gobernar en el nivel federal y ser un partido independentista flamenco sin reforma estatal?”, considera Pascal Delwit, profesor de Ciencia Política en la Universidad Libre de Bruselas.

Con este estado de ánimo votaron los flamencos el pasado 26 mayo en las elecciones federales y regionales. La extrema derecha nacionalista del Vlaams Belang consiguió un resultado contundente y de tres escaños en el parlamento federal pasó a 18, solo dos menos que los socialistas francófonos o los ecologistas, también en alza. En casa, en Flandes, solo la N-VA pudo hacerle frente, a pesar de que en el parlamento regional la derecha nacionalista sufrió igualmente el batacazo, bajando de 43 a 35 diputados.

El voto de la decepción

El trasvase de votos desde la derecha nacionalista flamenca hacia el extremo ultra del Vlaams Belang explica estos números. “Sucedió lo que en Ciencia Política llamamos temas adueñados”, explica Delwit, politólogo de cabecera de los medios belgas. La derecha nacionalista tomó prestados los argumentos y la retórica del Vlaams Belang en temas como la inmigración y la seguridad. Alrededor de un 30% de los que han votado al VB habían votado a la N-VA en 2014. “En 2014 la N-VA pudo atraer, así, a un gran número de votantes y pensó que podría hacer lo mismo otra vez”, agrega el especialista. “La NVA había conseguido triunfar con la retórica de que el voto al VB era un voto inútil: eran demasiado extremistas, jamás habría un acuerdo con ellos en nombre del cordón sanitario”, coincide Benjamin Biard, investigador del Centre de recherche et d’information socio-politiques (CRISP) de Bruselas.

Nadie espera el fin de un acuerdo que excluye de la formación de mayorías a la ultraderecha desde aquel Domingo Negro de 1991 en el que Vlaams Blok, antecesor del partido actual, entró en el parlamento belga, pero ciertas imágenes en plena resaca electoral sí causaron estupor. La reunión postelectoral de Tom Van Grieken, líder del Vlaams Belang, con el rey Felipe de Bélgica abrió todos los informativos a finales de mayo; el último precedente data de 1936, cuando Leopoldo III recibió al líder del movimiento Christus Rex, Léon Degrelle, que poco después colaboraría con los nazis durante la ocupación.

El cordón sanitario limitó durante 30 años la influencia del Vlaams Belang, pero no sirvió para contener las fugas del discurso político. En un país tocado por los atentados de 2016 en el metro y en el aeropuerto de Bruselas y que conoce, aunque con mucha menos intensidad que Francia, el fenómeno de los refugiados que aspiran a llegar al Reino Unido cruzando el Canal de la Mancha, el discurso contra el inmigrante se instaló en la oficina del Secretario de Estado de Asilo y Migración, Theo Francken, muy popular entre el electorado de la N-VA.

“Personas como él han tenido la tarea, formal o informal, de recuperar y conservar esa parte del electorado del VB. Pero no es la posición global del partido, si bien ciertas personas como Francken se aproximan más a la extrema derecha que políticos como Jan Peumans, el anterior presidente del Parlamento flamenco”, defiende Biard, que rechaza que la N-VA sea partido de extrema derecha, como sí lo es, asegura, el VB.

Biard cree que la N-VA “ni siquiera ha contribuido a adoptar políticas de derechas en materia de seguridad interior y de migración en comparación con gobiernos precedentes”, lo que disgustó a su electorado más radical. Es el caso del abortado proyecto de visitas domiciliarias que permitiría a la policía entrar en viviendas de particulares si sospechaban que sus inquilinos daban cobijo a inmigrantes en situación irregular. Theo Francken abrazó con entusiasmo la propuesta, que ni siquiera era en origen un proyecto suyo, sino del ministro de Justicia, el democristiano flamenco Koen Geens. Ante la alarma generada, el primer ministro Charles Michel suspendió en septiembre de 2018 el proyecto. Cómodo en su papel a la derecha de la derecha, Francken, hoy diputado federal, ha depositado de nuevo el proyecto de ley. Barbé matiza que, pese a las estridencias del responsable de migraciones, muy activo en las redes sociales y de verbo fácil, “hubo una cierta polifonía, porque no todos los políticos de la N-VA usaron argumentos de la extrema derecha”.

Aunque la porosidad de los discursos pueda indicar lo contrario, los dos principales partidos de Flandes proceden de tradiciones políticas distintas. “Resulta importante señalar que tanto la N-VA como la el VB tienen otras identidades además de la nacionalista. El primero es un partido conservador neoliberal y el Vlaams Belang un partido de extrema derecha”, apunta Pascal Delwit. Biard, a su vez, entiende que la N-VA “es un partido más elitista que populista, tanto en sus cuadros como en sus electores”. El VB sigue siendo una formación independentista que prioriza el mensaje contra la inmigración, pero ha abierto el foco hacia cuestiones socioeconómicas. La edad de jubilación, retrasada en legislatura ya agotada y bajo un gobierno en el que participaba la N-VA, fue el flanco débil en el que el VB se puso a buscar nuevos votos. “Los partidos tradicionales [liberales, democristianos y socialistas] se han ido debilitando en los últimos 10 años y ha aumentado la gente enfadada con la clase política flamenca, preocupada por la mundialización, y que mira con desconfianza hacia la inmigración y el islam”, admite Luc Barbé.

“Si me engañas una vez, la culpa es tuya; si me engañas dos veces es mía”, responde por correo electrónico el joven Tom Van Grieken, el político que ha sacado de la irrelevancia al Vlaams Belang. Ante la pregunta de qué es para él la extrema derecha —etiqueta que rechaza para su partido— responde que “los socialdemócratas de centro-izquierda ganaron las elecciones en Dinamarca cambiando radicalmente las políticas de inmigración”. “En este momento, cuando se habla de inmigración sus propuestas no difieren mucho de las de mi partido”, insiste.

En lo que sí coinciden los expertos en política y nacionalismo es en que el VB ha ido modulando su discurso para hacerlo menos provocador, como ya lo hizo años antes el antiguo Frente Nacional de Marine Le Pen, incluso frente a la vieja guardia que se resistía al cambio. “Aparecer en la televisión flamenca como un partido más les ha ayudado mucho”, considera Barbé.

El resultado electoral constató otra evidencia: ante problemas similares, valones y flamencos votan de forma opuesta: los primeros, a la izquierda socialista, a los ecologistas y al Parti du Travail de Belgique (PTB), en alza en la antigua región industrial, y los segundos, a la derecha y la ultraderecha. “Hay resultados electorales distintos, pero eso sucede en todas partes”, advierte Delwit, muy crítico con el mantra nacionalista de que en el país “hay dos democracias”. La idea sí convence, como es lógico, al eurodiputado Bourgeois, para quien “la suma se está volviendo imposible de reconciliar”.

La conexión catalana

Con el bajo apoyo popular de la ruptura con Bélgica, a pocos analistas les preocupa que la N-VA pueda emular próximamente al independentismo catalán, al que ha acogido y apoyado en Bruselas especialmente tras la huida a Bélgica del expresident Carles Puigdemont y del exconseller Toni Comín. La protección de los nacionalistas flamencos ha causado varias crisis diplomáticas con España y rara es la iniciativa política de apoyo a los catalanes en Bélgica que no cuente con la colaboración de la N-VA. Una de las últimas fue la manifestación de apoyo en Estrasburgo en la sesión inaugural del Parlamento Europeo a principios de julio, a la que el partido envió una nutrida delegación.

Bourgeois defiende que su apoyo a los catalanes es la defensa “del derecho democrático a la autodeterminación, de forma democrática y pacífica”. La aritmética de los grupos políticos en Bruselas ha colocado a Vox en la casa de los Conservadores y Reformistas Europeos, donde la N-VA convivía ya con los polacos de Ley y Justicia (PiS) y los tories británicos, pero el político nacionalista se muestra confiado en que esta presencia no interferirá en el apoyo a los presos y al proceso catalán “de ninguna manera”.

Una situación como la catalana me parece inimaginable en Bélgica. Hay un fuerte vínculo entre la N-VA y los empresarios flamencos y, por encima de todo, está Bruselas. Un Flandes independiente sin Bruselas es impensable”, considera a su vez Delwit. A Barbé la capital belga —y flamenca— también le parece un escollo infranqueable. “Es el corazón socioeconómico, la ciudad diplomática, sería dramático para ellos”, reitera.

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Bruselas fue precisamente la primera de las tres regiones del país que llegó, a mediados de julio, a un acuerdo para formar su gobierno. Las negociaciones concluyeron con un pacto de seis partidos —los más fuertes, socialistas y ecologistas—que resultaría inverosímil en muchos países de Europa. Tres formaciones neerlandófonas y otras tres francófonas, porque en la región bilingüe todo se multiplica, hicieron posible lo que el diario Le Soir calificó la víspera de su oficialización como “un gobierno verdaderamente belga”.

*Este artículo está publicado en el número de septiembre de tintaLibre. Puedes consultar todos los contenidos de la revista haciendo clic aquí.aquí

 

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