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Francisco en la hoguera

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Juan G. Bedoya

Francisco en la hoguera. Acaba de cumplir 80 años, lleva apenas tres en el cargo y le están amargando su proverbial sonrisa. Desde el tumultuoso pontificado de Pío IX nunca se había visto tanta falta de respeto a un Papa en el cuerpo de cardenales y en la Curia romana. Disgusto, ira, perplejidad… Quienes dicen estar a su lado utilizan esos sustantivos para reflejar el estado de ánimo del pontífice argentino ante la airada oposición que altos eclesiásticos exhiben sin recato contra la exhortación Amoris laetitia sobre el matrimonio y la familia. La califican de herética, luterana, contraria a la moral, irresponsable, una especie de divorcio católico e, incluso erasmiana, como si el sabio Erasmo tuviera algo que ver en estas trifulcas teologales. Si viviera, repetiría lo dicho en una página genial de Elogio de la locura, que entusiasmó a su amigo Tomás Moro cuando el autor de Utopía estaba todavía a bien con Enrique VIII. Se trata de la diatriba a los teologuchos que discuten semanas enteras si es pecado menos grave matar a un millar de hombres que coser en domingo el zapato de un pobre.

También el papa Francisco necesitaría una nueva venida del Espíritu Santo para disputar con humor y paciencia sobre la Amoris laetitia con la nueva especie de teólogos y cardenales sobresaltados. ¿Rabia el Papa, como se escribe en algunos medios? Si non è vero, è ben trovato. El pontífice celebró su cumpleaños rodeado de cardenales afines, ante los que reivindicó la vejez. “Un ingrediente necesario para sobrellevarla es el sentido del humor”, les dijo. La campaña está siendo tan descarnada que hasta nada menos que todo un papa disputa en público con los detractores. Lo ha hecho concediendo una nueva entrevista. Francisco ha concedido más entrevistas que todos sus predecesores juntos en los últimos 100 años.

“Todo lo que está en Amoris laetitia fue aprobado por más de dos tercios de los padres sinodales”, ha dicho al semanal católico belga Tertio. Así responde a los cardenales Joachim Meisner, Walter Brandmüller, Raymond L. Burke y Carlo Caffarra, que le pidieron aclaraciones mediante una carta privada y, como el Papa no les contestó, lo han hecho a bombo y platillo, con gran provocación.

Desatado el incendio en las alturas, la algarabía se ha multiplicado en el llano. Los principales rebeldes no son moco de pavo, como suele decirse. Algunos forman parte incluso del Gobierno (Curia) del Estado de la Santa Sede, como el cardenal Müller, prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe, que es como se llama ahora el Santo Oficio de la Inquisición. Fue nombrado para ese cargo por Benedicto XVI y Francisco no lo ha removido. Como policía de la fe, la rebeldía de Müller habla por los obispos que lo pasean por España dando conferencias con total desparpajo. La más sonada la ha pronunciado en el seminario diocesano de Oviedo, donde proclamó sin tapujos que la doctrina sobre el matrimonio “es la de siempre y no va a cambiar”.

La mitad de la Curia, en contra

“Hay más oposición al Papa de lo que se imagina. Se sabe que hay un porcentaje que supera el 50% de gentes de la Curia que actúan bajo cuerda en su contra. Dudan del Papa. Cuestionan ciertas medidas”, sostiene el granadino José María Castillo, uno de los grandes pensadores cristianos. Como jesuita ha tenido relación con el también jesuita Francisco, que lo considera un maestro. Entre los abiertamente críticos figura el cardenal Antonio María Rouco, que ha firmado el libro Once cardenales hablan sobre el matrimonio y la familia, un manifiesto en toda regla. Además del expresidente de las Conferencia Episcopal Española, lo firman entre otros altos prelados Camillo Ruini, expresidente de la Conferencia Episcopal Italiana, y Robert Sarah, prefecto de la Congregación para la Disciplina de los Sacramentos.

Francisco no sólo ha echado mano de la matemática para refutarlos, como un malhumorado secretario de organización de un partido (¡tengo el apoyo de los dos tercios de los delegados!), sino que ha recordado un principio que conoce de memoria cualquier cardenal: “Hay una fórmula latina que dice que las iglesias siempre están cum Petro e sub Petro (con Pedro y bajo Pedro). Pedro es el garante de la unidad de la Iglesia. Ese es el sentido”. El Código de Derecho Canónico define a los cardenales como “un colegio peculiar”, con dos funciones relevantes: elegir Papa y asistirlo “tanto colegialmente, como personalmente”. Lo dice el nombre, que deriva del latín cardo, es decir bisagra. Se comprende el disgusto de Francisco ante esta revuelta: Si las bisagras alrededor de las cuales gira el edificio de la Iglesia se desmandan de su único dirigente, el Papa, ¡qué no hará la comunidad!

A todos ellos les ha retado desde España otro cardenal, más ilustre si cabe aunque fue nombrado hace tres años cuando ya había cumplido los 84: el arzobispo emérito de Pamplona y teólogo de gran prestigio, Fernando Sebastián: “Algunos señores insignes sufren porque no logran entender lo que Francisco ha querido decir y quieren que sea el mismo Papa quien se lo explique. Esas dudas se antojan dudosas. Decir que Amoris laetitia no es magisterio papal, sino opiniones del Papa, es casi insultante”.

La falta de respeto hacia este Papa se produjo ya en el momento de su elección. Venía “del fin del mundo” (expresión del propio Francisco), es decir, no formaba parte del meollo de la Iglesia romana, tan europea; es jesuita pero comprende a Lutero; se apiada amistosamente de los homosexuales; autoriza a los sacerdotes a perdonar el pecado de aborto, sin pedir permiso a los obispos, como hasta ahora; no descarta ordenar a mujeres diaconisas; y presume de ser solamente el obispo de Roma, como sostenía uno de los papas más importantes que ha tenido esta iglesia, Gregorio Magno, que se manifestó contra el título de “papa universal” por considerarlo “altanero, vanidoso y contraria al Evangelio”. La Curia romana, en cambio, se considera el centro de la Cristiandad y a los cardenales se les llama Príncipes de la Iglesia. Las reticencias ante el papa Bergoglio las tuvo incluso su predecesor, Benedicto XVI, ahora sumiso.

“Cuando oí su nombre como el elegido, no estaba del todo seguro”, le comenta al periodista Peter Seewald (Últimas conversaciones, editorial Mensajero). Cambió de opinión por la forma en que el nuevo Papa saludó al pueblo. “Entonces me sentí feliz. La fe en Europa se está debilitando tanto que, ya por eso, sólo limitadamente puede Europa seguir siendo la auténtica fuerza impulsora de la Iglesia universal”, añade. ¿Ha dado alas Benedicto XVI a los rebeldes? Algunos cardenales acudieron el verano pasado a su residencia en busca de apoyo. Les cortó de raíz. El Papa es Francisco, es a él a quien debéis acudir con vuestras dudas, se comenta que les dijo. Hay un curioso debate sobre si Benedicto XVI sigue siendo Papa. Los cardenales rebeldes aseguran que sí. Es evidente que no lo es. Pero rara vez ocurre que un papa desautorice a su predecesor. Lo ha hecho Francisco con Benedicto XVI, en toda regla.

Divorcio exprés también por la Iglesia

Veamos de qué manera. Aunque a veces tarde siglos, el Vaticano suele acabar entrando en razón civil. “Lo que Dios ha unido, que no lo separe el hombre”, señalaba el catecismo. Es el principio de la indisolubilidad. Ninguna causa, excepto la muerte, puede provocar la disolución de un matrimonio rato (válidamente celebrado) y consumado (la pareja ha hecho lo necesario para generar prole). El problema surge cuando millones de matrimonios católicos se rompen y los divorciados presionan por separado a sus párrocos para volver a casarse y, además, seguir recibiendo la comunión.

La solución de Francisco es agilizar y abaratar (incluso, ofrecer gratis) los procesos de nulidad. La nulidad no anula un matrimonio válido. Sólo proclama que tal matrimonio no lo fue nunca. El problema es demostrarlo. Hasta ahora cuesta años de papeleos, además de miles de euros (800 euros en primera instancia y 600 en la segunda, más abogados y procuradores, y, a veces, un dineral bajo cuerda para voluntades corrompidas). Han sido muchas veces procesos con mala fama, manoseados en la prensa amarilla por famosas anuladas y vueltas a casar por la Iglesia con pasmosa facilidad. Ocurrió, además, que cuando el Gobierno de Zapatero reformó en 2005 el Código Civil para facilitar y abaratar los trámites del divorcio, los obispos lo tacharon de “divorcio exprés” y el portavoz de los obispos, entonces Martínez Camino, ironizó afirmando que era más fácil romper un matrimonio que un contrato de telefonía móvil.

Benedicto XVI también reaccionó endureciendo los procesos de nulidad. “Basta ya de anulaciones a cualquier precio. No es verdad que, para ser más pastoral, el Derecho deba hacerse menos jurídico”, clamó en febrero de 2011 ante los magistrados del Tribunal de la Rota. En cambio, Francisco sostiene que no todas las discusiones doctrinales o morales deben ser resueltas con intervenciones magisteriales. Hay muchas maneras de vivir o sufrir en familia y son muy variados los motivos por los que se rompen los matrimonios. Eso escribe en Amoris laetitia. Pero abundan los obispos que creen que los divorcios se producen por capricho. El Papa, en cambio, ofrece diferentes maneras de interpretar la doctrina clásica, que no es dogma de fe. He aquí uno de sus principios: “Es posible que, en medio de una situación objetiva de pecado, se pueda vivir en gracia de Dios. La eucaristía no es un premio para los perfectos sino un alimento para los débiles. No es sólo para los buenos católicos. Ninguno de nosotros puede poner condiciones a la misericordia; ella será siempre un acto de gratuidad del Padre celeste, un amor incondicionado e inmerecido”.

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Herejía, relativismo moral, luteranismo… Impresiona la catarata de improperios que se han alzado contra esas palabras. Algunos incluso se han remontado a la crisis arriana, al finalmente sangriento debate sobre el divorcio inglés, que desembocó en el cisma anglicano, y a la más cercana trifulca en torno a la infalibilidad de los papas, que Pío IX, con la airada frialdad de un psicópata, impuso en el Vaticano I, provocando la espantada de gran parte de los obispos austrohúngaros, alemanes y franceses, que abandonaron escandalizados aquel concilio.

*Juan G. Bedoya es periodista y experto en información religiosa. 

*Este artículo está publicado en el número de enero de tintaLibre, a la venta desde el día 3. Puedes consultarla haciendo clic aquí.aquí

Francisco en la hoguera. Acaba de cumplir 80 años, lleva apenas tres en el cargo y le están amargando su proverbial sonrisa. Desde el tumultuoso pontificado de Pío IX nunca se había visto tanta falta de respeto a un Papa en el cuerpo de cardenales y en la Curia romana. Disgusto, ira, perplejidad… Quienes dicen estar a su lado utilizan esos sustantivos para reflejar el estado de ánimo del pontífice argentino ante la airada oposición que altos eclesiásticos exhiben sin recato contra la exhortación Amoris laetitia sobre el matrimonio y la familia. La califican de herética, luterana, contraria a la moral, irresponsable, una especie de divorcio católico e, incluso erasmiana, como si el sabio Erasmo tuviera algo que ver en estas trifulcas teologales. Si viviera, repetiría lo dicho en una página genial de Elogio de la locura, que entusiasmó a su amigo Tomás Moro cuando el autor de Utopía estaba todavía a bien con Enrique VIII. Se trata de la diatriba a los teologuchos que discuten semanas enteras si es pecado menos grave matar a un millar de hombres que coser en domingo el zapato de un pobre.

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